Del Asesor al Experto

La Politicasta, en su corrupta degradación ha generado dos nuevas especies subsidiarias del poder, a saber: los Asesores y los Expertos. Como quiera que los primeros hace tiempo que comparten la mala prensa de sus valedores, ahora le ha llegado el turno en su desgaste a los segundos cuya presencia en la escena política parece inundarlo todo, de un tiempo a esta parte.

Descubiertos los requisitos democráticos, técnicos o profesionales, a cumplir para convertirse en uno de los miles de asesores en nómina que hay desde Moncloa hasta cualquier Concejalía de Medio Ambiente en cualquier Ayuntamiento para ayudar en sus decisiones a nuestros numerosos gobernantes, o sea, ninguno, pudiendo ser elegidos a dedo sin necesidad de convocar ni superar una Oposición, sin otro aval o cualificación para el cargo que ser amigo, familiar o miembro del Partido…si de por sí, su labor de asesoramiento podía ser rechazada bajo cualquier pretexto u apreciación por su destinatario siendo como es de libre la opinión, huelga comentar de que poco serviría a un Gobernante presentar ante la opinión pública un futuro Plan de actuación de cosecha propia o auxiliado por aquellos. Sin embargo, todo cambia, cuando el mismo Plan se pone en boca de los expertos.

Y es que, si bien para ser un Asesor, no es necesario más que participar de la acción de asesorar y para asesorar basta con ser un atrevido concursante, el Experto, requiere cuando menos “experiencia” y un conocimiento exhaustivo del asunto que se esté tratando. De ello, subrepticiamente se colige que mientras la declaración de un Asesor puede ser fácilmente eludible por el político que la recibe a modo de consejo, el dictamen de un Experto, no resulta sencillo dejarlo en un cajón acumulando polvo y menos aún llevarle la contraria. Y aquí está el truco.

Recientemente, el Presidente Rajoy, en vez de pedir consejo al objeto de abordar el problema de las Pensiones a alguno de sus cientos de asesores, ha encargado la tarea a un Comité de expertos, los cuales, no han tardado en decirle lo que quería oír: “Las pensiones no han de incrementarse con la subida del IPC, sino ajustarse a la esperanza de vida”. De haberse conformado con la endeble opinión de sus asesores, Rajoy “Manostijeras” tendría sus extremidades libres para negociar con los agentes sociales y maniobrar en función de su proverbial sabiduría; empero, se decantó por pedir el informe de unos expertos y ahora se ve obligado a hacer lo que le dice tan experto comité, porque haber quien es el guapo que se atreve a llevarles la contraria.

La encerrona intelectual a la que nos ha conducido el intencionado sofisma mediático que presenta como tautológico y sin opción una sentencia que cuando menos es discutible, me trae a la memoria la paradójica sentencia del Padre Chavarri proferida durante una clase del “Apocalipsis” por mi profesor de Teología, quien ante ciertas contradicciones operadas en el lenguaje simbólico del texto declaró resignado que “en ocasiones, lo contrario a una verdad profunda, es otra verdad profunda”, siendo posible entonces que, las afirmaciones de estos expertos, cuando menos puedan ser contestadas por las de otros expertos.

Porque como recordamos arriba, la voz “Experto”, remite a la experiencia y si desde Hume aceptamos que todo conocimiento proviene de la experiencia, desde Kant cabe preguntarse ¿Qué hace posible la experiencia? De modo que, al final todo se resuelve en quien encarga qué al experto de turno y sobre todo quién paga los informes cuya solvencia científica goza de la misma credibilidad que los encargados por las compañías de telefonía móvil, las aseguradoras, las tabacaleras y cuantos hacen uso instrumental de los conocimientos para beneficio propio en perjuicio del conjunto social que en la materia presente deben ser los que promueven los fondos privados de pensiones.

Pero puestos a engañar a la población, los gobernantes deberían comparecer ante las cámaras rodeados de sus expertos vestidos con batas blancas como se permite que aparezcan en los anuncios de alimentación para infundir ese plus de confianza que tanto se demanda.