Función del Telediario

Si la función del Telediario consistiera en mantener informada a la ciudadanía, entonces y sólo entonces, tendría sentido desear con Nicolás de Cusa aquella Docta Ignorancia que predicaba, cuya doctrina bien podría resumirse en ese refrán que advierte lo de “Ojos que no ven, corazón que no siente”, pues informar, siempre va unido al interés particular o colectivo del sujeto receptor de la información, y en consecuencia, de recordarle sus fatalidades pasadas o venideras, hemos de reconocer, pocos sabrían digerirlas con la parsimonia escolástica necesaria para que no les afecte el espíritu.
Pero, hete aquí, que tenemos la suerte de que por el Telediario, las más de las veces, la información es suplantada subrepticiamente por las noticias cuya esencia es darnos a conocer las desgracias pasadas y futuras de los otros, cosa que nos reconforta, cuando no nos hace reír a carcajada limpia, recurso circense de los payasos con sus patadas en el culo que bien supieron sacarle partido el cine mudo de Chaplin con sus continuas caídas, o más recientemente los mamporros sin fin de la pareja Terence Hill y But Spencer, pues el camino hacia la felicidad es doble: bien contemplando con agradecimiento cuanto tienes, bien en comparación con los que tienen menos que tú.
Pasada la costumbre de rezar las oraciones al amanecer dando gracias a Dios por la luz del día, de orar antes de comer por los alimentos que hay sobre la mesa, o meditar antes de acostarnos a la noche para hacer balance de cómo nos ha ido la jornada y un poco de autocrítica…la moda de ver el Telediario en sesión continua, mañana, tarde y noche, con boletines informativos a cada punto horario, como si algo inminente fuera a suceder, parece haber sustituido esa necesidad humana de trascendencia, pasando de ir media hora los Domingos a misa para reflexionar en comunidad sobre los problemas existenciales que nos preocupan a todos, a todos por separado en nuestras casas, regocijarnos o amedrentarnos frente al púlpito de plasma mirando las tragedias con las que morbosamente vamos a desayunar, comer y cenar llevándonos sus imágenes al mundo de los sueños para que no olvidemos lo bien que vivimos en nuestras Jaulas de oro y Torres de marfil.
Porque de eso se trata, de tenernos por un lado felices con las desgracias ajenas: Guerra en Afganistán, hambre en Somalia, un asesino en serie por Florida, un terremoto en Haiti…Y por otro tenernos amedrentados con los nuevos demonios colectivos como el Cambio Climático, la Gripe A, la crisis financiera, etc.
Yo también fui un adicto al Telediario. Lo veía tres veces al día. Escuchaba las noticias con la misma avidez que se espera un parte de guerra. Hasta que me di cuenta de que todo era un engaño. Me costó Dios y ayuda dejarlo. Pero hoy es el día en que ya no veo sus imágenes y me siento mucho más fresco, liberado y con una gran capacidad mental para pensar por mi mismo, cosa que me llena de felicidad, vaciada de basura mi existencia mental. Dejad de ver las noticias, me lo agradeceréis.

Felices e infelices

No son pocas las situaciones en las que nuestro juguetón idioma dice precisamento lo contrario de lo que deseamos expresar, como cuando utilizamos la doble negación, motivo por el que la conocida máxima socrática “Yo sólo sé que no se nada” se reemplazó por la más adecuada “Yo sólo sé que nada sé”que también se las trae porque si sabe que no sabe, ¡Algo sabe! y si reconoce saber algo, vete a saber que dice no saber…especulación toda ella que se ha querido evitar la moderna sociología con la socorrida fórmula ¡No sabe! ¡No contesta! aparecida en toda encuesta, que de ser examinada más a fondo haría trizas la Docta Ignorantia de Nicolas de Cusa, pues la experiencia me dice, que hasta preguntando por una heladería hay gente que contesta sin tener repajolera idea de dónde está y basta ponerle a uno un micrófono delante para que te de una opinión que momentos antes brillaba por su ausencia entre sus neuronas. Lo que no es óbice para que, en ocasiones, diga uno como lo diga, suene igual de mal a la inversa que del revés, como le sucedió a un atropellado que al serle presentada la novia de un amigo y preguntarle aquel después por la impresión que le había causado, fue todo sinceridad amparado por una amistad de infancia y le respondió sin previo aviso ¡Las he visto mejores! Para acto seguido, sobre la marcha, procurar corregirse exclamando “Quería decir que ¡No las he visto peores!”

Algo de todo ello me viene a la cabeza al enterarme del informe publicado por la OCDE que pese a situar a España a la cola de los países desarrollados por su alta tasa de desempleo, su elevada corrupción política y deficiente sistema educativo, en cambio resalta que, al menos la mitad de la población reconoce ser feliz y hasta un 65% espera serlo dentro de un lustro, al modo en que proyectaría un moralista estajanovista su existencial plan quinquenal, de lo que es colegible que la otra mitad de la ciudadanía, si bien no llega a declararlo abiertamente, damos por sentado que cuando menos, serán infelices, que no es lo mismo que tristes, pues lo contrario a la tristeza es la alegría, cosa que no se debe confundir con la felicidad, matiz que a su vez permite que, uno sea muy feliz aunque pueda estar sufriendo como un condenado un auténtico calvario. Aunque no parece que este sea el caso de la España fustigada.

Y es que en nuestro querido castellano palabras que pudieran ser antónimas como “Feliz” e “Infeliz” a caso hacen el servicio de sinónimas, pues pocos de nosotros desearíamos ser señalados en público como lo uno o lo otro dado que remiten a la ingenuidad como sucede en “Eres un feliz si crees que los políticos trabajan para el bien común” pues al sustituir “Feliz” por “Infeliz” ocurre que en nada se altera el mensaje “ Eres un infeliz si crees que los políticos trabajan para el bien común” Con todo, entrando ya en disquisiciones que se adentran en lo más recóndito de la psicolingüística, podría decirse que, quien es “Un feliz” participa del principio activo del mal que le acaece, mientras quien es “Un infeliz” como que le viene dado en actitud pasiva. Por ejemplo, diríamos que Zapatero fue un feliz al darle subvenciones millonarias a la banca creyendo que con ello se animaría la economía, mientras los infelices de los españoles veian como aquellos les denegaban créditos, no les aplazaban los pagos de la hipoteca y les ejecutaban los embargos y deshaucios.

Es en este sentido que me explico tan paradójica revelación de la OCDE – especie de OTAN financiera – de cuya lectura sólo puede entenderse que media España es ¡Feliz! y la otra media ¡Infeliz! Eso sí: sin que falte el jolgorio, la alegría, el sol y el buen tiempo.