El Sexo de los juguetes

Hemos pasado de discutir el sexo de los ángeles a cuestionarnos el sexo de los juguetes…Porque puede que jugar con juguetes sea sólo cosa de niños. Lo que no es cosa de niños es con qué juguetes les hemos de dejar jugar. Los padres responsables suelen darle muchas vueltas a este asunto en la falsa creencia de que la educación, el entorno y la costumbre modelan por entero nuestra naturaleza, sin percatarse precisamente que esta, nuestra Naturaleza, es la base sustancial sobre la que ha de operar todo lo anterior, cultura y sociedad incluidas, opinión terriblemente extendida que con toda su buena intención, causa estragos por doquier de ponerse en práctica por personas con poder coherentes con ella. Todas nuestras acciones conscientes como mucho, influyen en nuestra herencia genética que desde el color del pelo, a nuestra conducta, determina en no menos del 50 % la futura existencia física, psíquica y sociocultural.

Yo también durante mucho tiempo, cuando todavía no abracé el neoconservadurismo liberal retrógrado de derechas en el que ahora me situo, creí a pies juntillas en semejante aberración, hasta que me puse al día en los fundamentos biológicos de la personalidad manejados a pastillazo limpio por la psiquiatría y sobre todo estudié más a fondo nuestra genética tras la lectura de la obra de divulgación de Matt Ridley “Genoma” que radicalmente modificó mi perspectiva a dicho respecto. Por supuesto, no caigo en el reduccionismo simplón de decir que, estamos predestinados genéticamente, pero lo que sí afirmo, es que hemos de contar con la genética, como primer factor explicativo de todos los asuntos humanos, pues es el que nos determina, conocimiento que resuelve no sólo cuestiones físicas de medicina general, sino también aspectos concernientes a nuestro comportamiento, inclinaciones personales, temperamento, formas de sentir, enamoramiento…pues al final, casi todos hacemos aquello que se nos da mejor hacer, o que más nos hace disfrutar, nos enamoramos de quienes son más compatibles, etc. Sus encriptados secretos descubiertos sólo muy recientemente, son muy tenidos en cuenta en criminología, jurisprudencia, pedagogía, psicología, política, contratación laboral…pero parece que, o bien todavía la gente dedicada a los debates hasta ahora circulares no sabe del asunto, o bien, les importa un bledo progresar en la conversación, a caso derrotados por la también inocente impresión de que hay temas que por mucho que se discutan, siempre podrán remitirse bizantinamente hacia el infinito, como aquello que, tan a menudo se cita, sobre el huevo y la gallina. Pero resulta que hasta en tan paradigmático problemín, la ciencia ha sido capaz de arrojar luz para el correcto discernimiento de la cuestión de qué fue primero, resultando ganador el huevo, dado que las gallinas como el ser humano tiene a los reptiles como remoto antecesor y estos se reproducen por huevo…

Por supuesto, los juegos practicados durante la infancia, redundan por imitación y recreación las pautas sociales que la sociedad asigna a cada sexo. La cuestión es ¿ eso es malo? Evidentemente para cuantos tenemos una pésima opinión de nuestra sociedad, seguramente la respuesta sea afirmativa. Sin embargo la representación simbólica de la práctica lúdica no puede, ni debe ser otra para que surta efecto su cometido de preparar bien al infante de cara a que pueda en el futuro incorporarse sin complicaciones a esa segunda naturaleza que es la cultura de su colectivo y la civilización humana y no a la hermandad de Ganímedes o la corte celestial. Entonces, al final podría resultar que el ambiente sí determina. De no ser, que el ambiente a su vez esté determinado… Pero el problema para quienes opinan que la sociedad influye positivamente sobre la Naturaleza al punto de poder modificar nuestro instinto, radica en probar fehacientemente que lo que desean evitar es peor que lo que desean inculcar, mientras que por el contrario, para cuantos opinan que nuestra Naturaleza es la que determina nuestra cultura, la dificultad reside en explicar porqué no es bueno forzar a la Naturaleza, cuando esta idea triunfa en la sociedad…

En esta discusión en la que las partes parecen poseer por turnos la razón según donde se ponga el acento en cada momento, primero habría que disociar que juegos son malos y buenos para la infancia, indistintamente de si los mismos son practicados sólo por niñas o niños, después acordar que estereotipos sexuales son deseables que se mantengan y cuales se deberían evitar para las próximas generaciones, para finalmente, discutir si todos los juegos atraen del mismo modo a las mentes masculinas y femeninas y cuales son más apropiados para unos y para otras.

Como el primer asunto se las trae, me ceñiré a comentar que, a mi entender, sólo son nocivos para la formación aquellos juegos y juguetes que escapan a su comprensión por no poderlos anclar psicológicamente con la realidad inmediata que a diario perciben, pues para ellos jugar, es como para nosotros soñar, toda una descarga emocional que les posibilita interiorizar de forma divertida lo que les ocurre y aprender sin necesidad de darse de bruces con la vida, ni con su Naturaleza, porque es de suyo que en tan temprana fase de sus cortas vidas, en los pequeños, su determinación genética prime sobre la ambiental en proporción lógicamente mayor que la que se da entre los adultos. Resulta muy esclarecedor que cuando los padres no regalan pistolas a los niños, para alejar a sus hijos de la violencia, estos las simulan con su pulgar e índice y las niñas a las que no les dan pulseras y collares, se las fabrican ellas mismas con flores y cuerdas que pillan por las inmediaciones del barrio.

Respecto a la segunda cuestión, no menos difícil, creo que se ha de erradicar la intolerancia a los comportamientos distintos y fomentar la libertad de elección para que las niñas que les guste jugar al futbol lo hagan sin temor a ser llamadas marimachos y los niños que deseen ir al gimnasio para dedicarse a la danza lo hagan sin miedo a que les den de hostias a la salida por maricas. A parte de esto, creo que es un tremendo error educar del mismo modo a niños y niñas sin atender a sus naturalezas que van mucho más allá de las ropas y colores con que se visten.

Es en el tercer paso, dónde deseo situar la conversación para que la misma sea de provecho sin enredarla más de lo que ya está en los estadios anteriores. Quizá para empezar, bueno sería establecer que no hay juguetes sexistas, sino actitudes sexistas a la hora de elegir, fomentar, regalar, obligar e incluso forzar a jugar con determinados juguetes y juegos tanto a los hijos como a las hijas. En este tramo de la discusión, las partes suelen esgrimir argumentos muy parciales cuya parte de razón extienden al todo como aquel que los partidarios del ambiente aducen de que tal o cual juego inculca en niños y niñas los prejuicios y clichés sociales, mientras sus oponentes partidarios de la Naturaleza vienen a decir que cada uno al final escoge jugar con los juguetes que más se adapta a su innata mentalidad sexuada cerebral. Y como digo, algo de todo ello hay, pero no en la misma medida.

Ciertamente si en nuestra sociedad a las mujeres les diera por chutar a la pelota en la misma proporción que les gusta a los hombres, seguramente el futbol femenino experimentaría un gran ascenso entre nosotros, porque a las niñas les gusta imitar lo que hacen sus mamás; La mejor prueba de ello es con que ganas las jovencitas de hoy lucen los vaqueros después de ver, casi a diario, a sus madres con pantalones en casa y fuera de ella. Pero aún así, dudo mucho que les gustara hacer deporte que requiera gran desarrollo muscular y buenas dosis de competición fútil en la misma proporción que a los machos de la especie, por algo ellas saltan a la comba y ellos levantan pesas. De igual modo que por mucho que los chicos vean como sus padres comparten las tareas del hogar, difícilmente les gustará jugar con muñecas, de no ser que las vistan con ropa militar o para despedazarlas. En cualquier caso, ni unos ni otras gustan en guarderías y colegios mezclarse entre sí por mucho que vean juntitos a los adultos porque, sin llegar al extremo parodiado por Fernando Estesso en su canción de “Los niños con los niños” es que con la educación y el ejemplo, podemos transformar la sociedad, pero no la Naturaleza. Para transformar la Naturaleza humana, hasta hace poco, se han necesitado miles de años de evolución, aunque ahora pueda parecer que esté en nuestra mano y antojo cambiarla según sea la moda o se la sople al pairo a la opinión pública. ¿Qué haremos entonces?

Mentes enfermas ignorantes de las sabias enseñanzas recogidas en broma por Allan y Bárbara Pease en su superventas “Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas” que introduce con humor a las marcadas fisuras psicomentales que median entre hombres y mujeres ya ampliamente verificadas por concienzudos estudios científicos interdisciplinares, sucumben a la fiebre del igualitarismo y deliran con un futuro exento de diferencias sexuales convencidos de que somos iguales y como tales hemos de parecer y comportarnos en una Arcadia Hermafrodita, supongo que onanista sin remedio, entregada al frenesí narcisista de contemplarse como clónica y comportarse como tal. Porque de otro modo, no veo posible llevar a buen puerto en la práctica, la intelectual reflexión sobre el sexismo en los juguetes, sin entrar abiertamente en terribles contradicciones como, ¿Qué se ha de hacer, evitar que las niñas jueguen con muñecas y a cocinitas y los niños a batallas de indios y vaqueros y al futbol? o por el contrario ¿ Hacer que las niñas jueguen a la guerra y los niños a maquillarse? Acaso la solución sería prohibir a todos jugar tanto a sus juegos sexistas, como a sus opuestos y dejarles sólo jugar con juguetes neutros que también tienen sus riesgos por su ambigüedad…porque puestos a hallar sexismo, este hasta se ha localizado en los Teletabis que a decir de un Telepredicador Protestante, mariconeaba a los niños, por no hablar de la relación mantenida por Heidi y Clara que algunos señalan como el origen del lesbianismo contemporáneo, dejando por fin en paz a la isla de Lesbos y olvidando del todo a Safo.

En cualquier caso, se me ocurre que, si en realidad deseamos evitar que las niñas jueguen, por decir, a vestirse y maquillarse como las putitas de las que habla el ocurrente Sánchez Dragó, con anterioridad habremos de impedir que dicha actitud sea la que triunfe en nuestra sociedad, la cual, hemos de reconocer, no fomenta la aparición de monjas, lo que no quita para que haya igualmente monjas putas y putas monjas. Porque no hay nada mejor para educar de verdad, si es de eso de lo que se trata y no de imponer estupideces y burda manipulación, que dar ejemplo. Por eso, los mayores que pese a todo lo comentado, se mantengan en su intención de no regalar juguetes sexistas a sus hijos e hijas, bueno sería empezar por aplicarse ellos el cuento y que enviaran al cubo de la basura sus revistas eróticas ellos y sus consoladores ellas y empezar a ir desnuditos por el mundo…que nada se sume a la evidencia de su natural diferencia.

Y ahora, en un intento de ponerme a su altura dialéctica, para que las tontas feministas tengan algo con qué poder rebatir cuanto aquí he expuesto, les comunico que en mi opinión, las mujeres están genéticamente predispuestas para la limpieza del hogar y saber usar planchas, lavadoras y resto de electrodomésticos.

Rajoy y la Chacón

Antes de ponerme a escribir sobre cualquier acontecimiento que genere pública controversia, tengo la sana costumbre de estudiar el asunto por mi cuenta, evitando opinar a volapluma como quienes tienen un resorte partidista para decir esto y lo contrario según convenga a la parte que le reparte el parte poniendo sólo la firma de su parte…Con este ánimo, me he tomado la molestia de revisar la intervención de Rajoy en la que fanfarroneaba de no tener rival en las próximas elecciones, tras citar por su mero apellido a varios líderes socialistas, se le ocurrió en vivo y en directo referirse a la Ministra de defensa como “la Chacón” que, a los más les ha sonado despectivo para con esta individua y a los menos, un pueblerismo que de haberse pronunciado en otros labios, seguramente se tendría como síntoma de campechanía y afabilidad real.

Pues bien, en mi opinión, siendo Rajoy persona culta difícilmente se le ha podido escapar hablar de forma tan coloquial que no siempre despectiva, sin que por su subconsciente lingüístico hubiera algún rico matiz que su afilada y juguetona lengua quisiera transmitir. Y hete aquí que lo he hallado en forma de discriminación positiva hacia la mujer. Me explico.

Tanta ha sido la opresión y represión a la que han sido sometidas las mujeres, que a día de hoy, cuando leemos o escuchamos algo sobre tal o cual personaje cuando sólo es nombrado por su apellido, jamás de los jamases pensamos en la posibilidad de que se trate de una mujer, sino, hagamos la prueba: C.Dickens, M. Shelley, A. Byron, A. Einstein, C. Herschell, C. Erauso, H. Cortés, P. Anderson, M. Brando. Puestos sobre aviso, algunos de ustedes habrán sabido distinguir machos de hembras por eliminación entre conocido o desconocido y eso que he colocado iniciales para evitar equívocos, pero lo que no podrán negarme si son honestos, es que, todo lo enumerado suena muy varonil y sin embargo entre esos nombres se encuentra la autora de Frankenstein, la creadora del primera computadora, una gran astrónoma que más de uno habrá confundido con su famoso hermano al que le permitían publicar, una reconocida aventurera y una famosísima actriz que actuó en “Los vigilantes de la playa”.

O eso quiero pensar, porque…puestos a discriminar positivamente a las mujeres, mejor que articularles, Rajoy pudo haberle llamado por su nombre y apellido para destacar su feminidad, que de momento las tontas feministas no exigen que no bauticemos a los recién nacidos con nombres sexistas.

La escolta ¡que la lleven ellos!

http://www.youtube.com/watch?v=ohR4vIO56Dc

La enésima muerte de una buena ciudadana como la joven Cristina Estébanez en Barakaldo, a manos de su agresor habitual, ha provocado la reacción inmediata, también habitual, del político de turno, en este caso del Consejero Vasco de Interior Rodolfo Ares, quien apresuradamente, como si el asunto le cogiera por sorpresa, ha dispuesto asignar escoltas a cada una de las mujeres en riesgo de sufrir la violencia machista en la CAV.
Sin embargo, hartas de esta reiterada panoplia político-jurídica-mediática consistente en garantizar los derechos legales de los maltratadores, mientras se pronuncian grandilocuentes discursos contra la violencia de género y se lleva la cuenta de las muertas del mes y del año como si de resultados deportivos se tratara…varias asociaciones feministas como Clara Campoamor por boca de su Presidente Blanca Estrella, han puesto el dedo en la llaga al censurar que «Colocar escoltas a estas mujeres es privarlas de libertad. A quienes tienen que controlar es a los agresores, no a las víctimas (…) No se puede legislar ni tampoco tomar medidas como la de las escoltas sin escuchar lo que opinan las mujeres, las asociaciones y quienes llevamos años trabajando en esta área»
Ya lo decía Adela Cortina en su célebre “Ética mínima” que dos no pueden decidir lo que es mejor para un tercero, sin contar con el parecer de este último. Efectivamente, deberíamos escuchar más a menudo a las mujeres maltratadas no sólo para saber de sus tragedias vitales y consolarlas cristianamente, sino también para tomar buena nota de cuáles son sus demandas, necesidades y preocupaciones. Por poner un ejemplo, la mejor síntesis del malestar que siente el colectivo la he hallado en boca de una victima que se esconde tras el nombre de Begoña y que a modo de queja exclamó en una entrevista concedida al diario Deia “La escolta ¡que la lleven ellos! Ofreciendo de modo tan abrupto quizá la mejor solución al problema.
Y es que es verdad. Estamos tan acostumbrados a poner escoltas y guardas de seguridad a las personas que sufren algún tipo de amenaza o a los locales susceptibles de sufrir algún ataque, que sin meditarlo como es debido, automáticamente aplaudimos que se ponga escolta a ciudadanas que sufren maltrato machista. Cosa que estaría bien si fuera el caso de que los agresores escogieran al azar a sus víctimas o que estuvieran organizados para zurrar por intercambio a sus respectivas parejas imposibilitando a la policía y a sus víctimas saber dónde cuándo y quién les va a dar el próximo puñetazo en el ojo o la siguiente cuchillada que le lleve al hospital. Pero no es el caso. En la violencia contra las mujeres, victima y agresor se encuentran en una íntima relación cuya secuencia causa-efecto no precisa de la brigada científica ni de la intervención del CNI para saber quién acabará presuntamente muerta y quién será su potencial asesino, por lo que resulta muy extraño que la escolta se la pongan a ellas y no a ellos, como también es curioso que sean ellas las que deban esconderse en pisos de acogida mientras ellos muy chulitos siguen en el barrio paseando su cuerpo serrano sin que nadie les haga saber que allí vive gente decente; Casi ocurre lo contrario: la buena gente suele disculparles ¡Pobre hombre! ¡Qué no habrá tenido que aguantar! y les reverencia ¡Ole sus cojones! mientras sobre ellas se cierne la sombra de la sospecha ¡Algo habrá hecho! ¡Seguro que se lo merecía! ¡Es que hay algunas! Porque la gente sencilla, opera con márgenes intelectuales muy reducidos y si observan que ellos andan sueltos tan tranquilos, en su entorno, sin vigilancia, mientras ellas desaparecen del lugar siendo tratadas como delincuentes, no dudan en juzgar con rapidez la situación y actúan en consecuencia.

Sobre apellidos

Si de los nombres se ha legislado largo y tendido, no siempre con acierto, para salvaguardar los derechos del infeliz – como es mi caso- que habrá de sobrellevarlos durante el resto de su vida y aun después de muerto en esquela y lápida, drama que atendiera con ingenio el mismísimo Cantinflas en su celebre “El padrecito” en aquella aleccionadora escena en la que un buen hombre que se disponía a bautizar a su retoño tras ser interrogado por el nombre que deseaba ponerle respondió ¡Como su padre! y de nuevo preguntado por el nombre de su padre, confesara llamarse ¡Nepomuceno! se vio despachado de inmediato con un decidido ¡Ah! ¡No! ¡Eso si que no! ¡Pobre criatura! se comprende, la tardanza mostrada en poner en marcha una medida legislativa como la contemplada en el artículo 49 de la futura Ley del registro Civil que ha entrado a trámite en el Congreso para su enmienda y aprobación, donde se recoge una condición de justicia, cuál es, la de permitir a los progenitores decidir de mutuo acuerdo el orden de los apellidos.
Coincido con el actual Gobierno en reconocer en la propuesta, una anhelada conquista jurídico-social acorde al espíritu de igualdad establecido en la Constitución. No obstante, leída la letra pequeña del asunto y puestos a acometer modificaciones, creo conveniente reflexionar primero, en aras de la utilidad inmediata sobre dos detalles de procedimiento y segundo, en atención a la vanguardia intelectual, sobre la actual necesidad de llevar apellidos.
Está bien que el sistema adjudicatario del apellidaje no prime sin más al paterno en detrimento del materno y que ceda a los progenitores la oportunidad de ponerse de acuerdo en este particular; Pero el proyecto legislativo prevé, para el caso de que los progenitores no alcancen un acuerdo, una medida, cuando menos, tan injusta como la actual al tomar el orden alfabético como la variable a considerar, idea aberrante que condenaría a Zapatero y Rajoy a desaparecer a favor de Aznar o Rubalcaba, cosa que políticamente podría ser, pero que en ninguno de los casos, sería deseable. ¿Por qué el orden alfabético y no el número de letras que contengan? Evidentemente, cualquier sistema preestablecido de estas características, está condenado al fracaso, más que nada, porque quien a su favor tenga de antemano la ventaja determinante en caso de no haber consenso, difícilmente remará por este consenso, antes buscará el disenso que al final le favorece…Por ello, de tenerse que elegir, el sorteo puro y duro creo que es la mejor opción. Claro que…¿Por qué elegir?
Antes de afrontar esta embarazosa cuestión, deseo pasar al otro detalle que me disgusta de este Proyecto de Ley, cuál es, que en ella se fuerza a los padres a mantener la decisión adoptada con su primogénito para el resto de la prole, cosa que invalida la mejor medida que se me ocurre para afrontar la situación de los apellidos en la actual caduca coyuntura y que paso a ofrecer como solución: en mi opinión, de tenerse que mantener la tradición de los apellidos, lo deseable sería que a parte de la libertad de trocarlos, acordar su orden, etc, por sistema quedara establecido que si el bebe es niño portara sólo el apellido del padre y si es niña, sólo el de la madre. Es una medida clara, justa, igualitaria, y sin posibles trampas. Las excepciones de transexuales serían tratadas según les sea reconocida la condición legalmente.
Ahora bien, ¿Es necesario elegir entre apellidos? Elegir entre peras y manzanas es muy fácil – salvo para Ana Botella- e ineludible entre morir en la silla eléctrica o la inyección letal en el país de la libertad, mas a nadie le gusta elegir cuando lo que está en juego puede aparejar demasiadas consecuencias connotativas, cargas psicológicas, explicaciones familiares, sobre todo, cuando para escapar de la elección mucha gente se persuade convenientemente de que no hace falta y deja que todo siga su curso por algún tiempo, o en este caso, alguna generación. Pero, al margen de este subterfugio mental para eludir decisión tan delicada como puede serlo en algunos casos la elección del apellido llamado a perpetuarse mientras el otro se pierde en la bruma del olvido, ¿Verdaderamente es necesario elegir, o caben otras fórmulas?
Yo creo, que lo primero que se debería permitir en el caso de que sigamos empeñados en continuar con este engorro de los apellidos, es que los padres buscasen entre sus ocho apellidos uno en el que coincidieran los dos; Con el tiempo todos acabaríamos apellidando Chang, y finalmente prescindiendo del apellido, que es mi objetivo. Si esto no gustase por lo advertido, entonces podría autorizarse a los progenitores a mezclar sus apellidos dando origen a híbridos como Marlo contracción de Martínez-López o Lomar, aunque al desaparecer ambos, ya se sabe, los males compartidos son más soportables.
Pero podríamos ahorrarnos todos estos quebraderos de cabeza de dos sencillas formas, a saber: dejando de traer hijos a este cochino mundo que debería ser tipificado como delito cruel y de lesa humanidad, o en su defecto, prescindir de apellidos, sustituyéndolos por el número del DNI para trámites burocráticos, dado que el de pila sobra para apañarnos en el barrio entre amigos, a la luz de lo que les acontece a los apellidos que se resisten a su desaparición social como los polisílabos acortados en diminutivos como Sola de Solabarria o diluidos en feas abreviaturas como Fdz de Fernández. Aunque me temo que incluso esta medida quede ya obsoleta cuando se está hablando de incorporar un chip codificador y localizador bajo la piel de los recién nacidos que nos identifique de inmediato cuya información encriptada en clave pública pueda ser accesible en clave privada a parte de por quienes deseemos, por todos y cada uno de los organismos oficiales como el INE, la Seguridad Social, el INEM, la Policía…y con el tiempo, cualquiera como sucede ahora con nuestros datos, como la Telefónica, Coca Cola, el BBVA, etc.

Socialización del velo

Osea...Porfa...Qué rollo...Toda la life para ser como Babie, y ahora con esto. ¡Jo! De verdad...Como diría Carmen Lomana: Prefiero la depilación a la lapidación.

La ignorante amnesia, contempla el velo únicamente como represiva prenda femenina islámica. Sin embargo, no hace mucho, por éstos lares, su uso era tenido en muy alta consideración entre la flor y nata de nuestra cristiana sociedad de mantilla y peineta, con las que las grandes damas tenían a bien lucirlo con distinción en bodas, bautizos, comuniones, recepciones, funerales… costumbre que desapareció ante la precipitada incorporación femenina al mundo laboral y una potente industria cosmética para cubrir lo que dejaba al descubierto aquel ancestral artilugio.
No sabría yo posicionar mi juicio acerca de dónde una mujer es más libre, si en el Irán de los Ayatolas, donde se le obliga a llevar chador o en nuestra democracia occidental, donde una ciudadana al poco de nacer le taladran las orejas y de mayor, para poder salir de casa, ha de maquillarse con distintos potingues, cremas, polvos sobre ojos, mejillas y labios, torturar al pelo, estirarse la piel, depilarse, inyectarse botox, ponerse silicona y un sinfín de historias que dicen embellecerla por fuera para denigrarla por dentro. En mi opinión, creo que el velo, entre nosotros no debe prohibirse en absoluto; antes al contrario, creo que debe recuperarse su uso democrático, desde la más tierna infancia: si en el seno de una familia se diera el caso de que les naciera una niña fea, en lugar de disfrazarla, bien podrían sacarla a pasear sin vergüenza alguna tras un velo liberador, y si es muy fea que digamos, entonces bueno sería que vistiera burka. Esta medida que podría parecer cruel, en sí sería todo un alivio para sus portadoras, que podrían desenvolverse en nuestra sociedad de escaparate y pasarela con total soltura y dignidad, sin ver afectada su autoestima personal por su condición física, ni sentirse obligada a realizar estériles sacrificios que de continuo le recuerdan que aunque la mona se vista de seda,¡mona se queda!. Es más… en una sociedad igualitaria como la nuestra, lo justo sería que las chicas muy muy guapas, esas a las que les todo queda bien, de mirada peligrosa, también se acostumbraran a lucir velo para evitar la desleal competencia en el escalafón laboral o accidentes de tráfico. Mas el velo no sería algo que se impusiera por su bien a las mujeres solamente, también podrían usarlo los hombres que padezcan la condición de ser notablemente diferentes. De éste modo, ni por exceso ni por defecto, padeceríamos las nefastas consecuencias de la tiranía natural.
Pero mucho me temo, que éstas veladas virtudes, no sean debidamente entendidas, por una sociedad cada vez más estilizada, sofisticada, y compleja, en la que lo metrosexual impera para negocio y regocijo de las grandes multinacionales.