¡Hay poco aire en el mundo!

“Hay poco aire en el mundo y mucho en las ruedas. Y tengo la intención de liberarlo”. Esta curiosa sentencia fue espetada por un joven de 20 años sin antecedentes de ningún tipo, tras ser sorprendido la semana pasada de madrugada, por un dispositivo de la Policía Nacional montado ex profeso, a modo de justificación ante la insistencia de los agentes por averiguar los motivos que le han inducido a cometer estos actos vandálicos que desde hacía tiempo se venían investigando en la ciudad de Lugo ante las numerosas denuncias de vecinos afectados por pinchazos en las jornadas precedentes.

Sólo con leer los titulares me he inflado de risa. Nunca se me había pasado por la cabeza reivindicación parecida, ni activismo tan extravagante. Aunque si lo pensamos detenidamente, es posible que, además de empezar a sentir como que nos falta el aire, como que nos ahogamos, comencemos a contemplar a las cámaras de los neumáticos como auténticas prisiones de aire comprimido; Y de darle tantas y tantas vueltas al asunto, lejos de ocurrirle como a las palabras que pierden hasta su significado más evidente, la cosa cobre más y más sentido, de modo que, el aire comprimido pasa de pronto a estar oprimido y sintamos la necesidad de liberarlo como los ecologistas hacen con las ballenas o los amigos de los animales con los visones de las granjas peleteras. Puede ser una cuestión de sensibilidad o de obsesión.

Es el problema de poner en práctica la demanda de “Pensar en global y actuar en local”. Cuando un particular atiende los números gigantes que le ofrecen las publicaciones de divulgación científica, todo su ser suele quedar abrumado por la chatarra espacial que hay girando sobre su cabeza, anonadado por los millones de chinos que nacen al año y demás, por lo cual, la mayoría de nosotros desde nuestra pequeñez optamos por olvidarlos a toda prisa dejando que los expertos se ocupen del asunto. Pero por lo que se ve, no todos. Siempre hay alguien que se siente terriblemente responsable como para actuar en bien de la humanidad, ya sea para morir por nuestros pecados, bien para organizar por su cuenta un mundo feliz, aunque para ello sea preciso acabar con todos sus semejantes.

Desde que el “Efecto Mariposa” elevó a los altares el poder de la insignificancia en las relaciones causales a gran escala, dos cosas han sucedido en el atolondramiento del sujeto no acostumbrado a pensar: de una parte, la suma aritmética aislada de cualquier dato le proporciona resultados de proporciones geométricas verbigracia, el volumen del metano expulsado por las vacas resulta que es el causante del calentamiento planetario y de otra, la creencia extendida de que uno puede cambiar las cosas por su cuenta, pues la suma de muchos pocos, hace un mucho, base epistemológica sobre la que descansa el reciclaje de los tontos.

Las campañas publicitarias de Miedo Ambiente dirigidas a quienes no tienen en su mano la capacidad de modificarlas, están generando en la población un poso de temor silencioso que todas las noches crece un poquito mientras dormimos como lo hace cualquier planta que tengamos cerca gobernándonos los sueños. Así, mucha pobre gente se acuesta atemorizada por el deshielo de un Iceberg en Groenlandia notando como una a una las gotas van cayendo por culpa de haberse comprado un congelador, con pavor a que el agujero de la capa de ozono crezca aprovechando la noche devorándole la casa dejando sólo la hipoteca sin pagar, sufriendo por los bosques del Amazonas tras haber pulsado de más la fotocopiadora…y como si fuera Noche Vieja, hacen buenos propósitos de no ir en coche a todas partes, no ingerir más hamburguesas, no adquirir más productos envasados, con el mismo resultado que dejan de fumar, ser infieles o más honrados en el trabajo. Sin embargo, el miedo es libre y si a unos paraliza, a otros les lleva a envalentonarse, que puede ser el caso de este joven de Lugo. Quién sabe, a lo mejor se le podría nominar para un Ig Nobel.