¡Sí! Yo también estoy en contra de los inmigrantes. Sin ningún pudor, se aprovechan de nuestros escasos recursos sociales a la vez que nos quitan los puestos de trabajo; La mayoría ni se integra, ni quiere integrarse: no aprenden el idioma, se mofan de nuestras costumbres, suelen tener un perfil problemático, el que no es alcohólico, es un gamberro delincuente, convirtiéndose en un auténtico riesgo para nuestra seguridad y convivencia. Pero no me estoy refiriendo a esa pobre gente que huyendo de la miseria global viene aquí, buscando una vida mejor ofreciéndose como esclavo para que le explotemos con todas las de la ley y a los que gustamos denominar despectivamente, putos negros o sudacas de mierda, ¡como podría! siendo como soy hijo de inmigrantes. Me refiero, a esos bárbaros dotados de tecnología que llegando como turistas, invaden nuestras costas y con cuatro duros de su jubilación viven entre nosotros a papo de rey elevando los precios de la vivienda y de los alquileres locales, agrupándose en auténticas colonias en las que consumen solo en establecimientos regidos por y para su gente, sin mezclarse con la chusma latina, a la que sin embargo, no dudan en saquear su maltrecha Seguridad Social.
La inmigración ilegal que tanto preocupa a Gobierno y Oposición, no es nada comparada con lo que esta sucediendo en las zonas turísticas donde empezamos a sentirnos extranjeros en nuestra propia tierra, no precisamente por ver como de nuestros enfermos, niños y ancianos se ocupan indígenas trenzas con ponchos coloristas, como los moros venden de todo en las aceras, los rumanos nos hacen solo una pregunta en las esquinas de nuestras calles, los negros introducen el top manta en los bares donde somos atendidos por melosos acentos exóticos o los chinos reconstruyen el pequeño comercio que hundieron las grandes superficies, pues ninguno de ellos ha pretendido nunca que les hable en su idioma, siempre me han dado las vueltas en mi moneda y me han tratado con muchísimo respeto, por la cuenta que les trae, pues siendo muy conscientes de su condición esclava, procuran en lo que pueden evitar problemas que les convierta en centro de nuestra atención. Por el contrario, la ofensa gibraltareña se ha extendido por todo el litoral desde Huelva a Barcelona, con letreros en inglés, atendido por ingleses, que solo hablan inglés, que venden productos ingleses y para mayor desfachatez, cuando se les antoja, devuelven el cambio en libras. Además, como se creen superiores a nosotros, como nosotros nos lo creemos respecto a los subsaharianos, resulta que no tienen problemas en montar algaradas, destrozar el mobiliario urbano, causar accidentes de tráfico, ensuciarlo todo, etc, porque precisamente, nada de lo que hagan aquí, les supone un problema ni en su país de origen, ni en nuestra república bananera dónde se les consiente todo. A estos si que habría que expulsarlos por la vía rápida y mandarlos a su país.