DBP: Brizna

Brizna, parece palabra prima-hermana de Cripta: de una parte su llaneza, bisilabilidad y vulgar terminación en la primera vocal, a priori, no la facultan para su ingreso en el DBP; de otra, su alta consonanticidad constituida por una traba (br) seguida de una falla (zn) la hacen en este sentido atractiva. Sin embargo, en su caso, a diferencia de Cripta, el motivo que la hace merecedora de ingresar en tan distinguida Institución lingüística, no obedece únicamente a estos dos rasgos que embellecen el término, sino a la presencia de un marcador como es iz.

En el caso de Brizna, la traba (br) introduce en el lexema el quiebro semántico requerido para entender su singularidad sea hierba, cabello o cualquier metáfora que emplee su vocablo, pues no hay brizna sin separación del conjunto al que remite su ser. Que esta presencia de la traba no es caprichosa lo demuestra el hecho de que en distintos sinónimos de brizna aparece igualmente la traba como por ejemplo en Hebra o Fibra, si bien, estas otras voces están muy lejos de poder ingresar en el DBP, por razones obvias.

Brizna, contiene además una falla (zn) cuya suavidad introduce delicadeza en el abismo que se abre entre una sílaba y la siguiente, de ahí, que su presencia siempre esté relacionada con palabras tiernas y entrañables como osezno.

La conjunción en la misma palabra de una traba evocadora del brusco quiebro necesario para percibir una brizna con una falla que detiene el tiempo para alimentar su significado de delicadeza, genera en la psique una tensión dialéctica entre el Tanathos y el Eros que damos en llamar Efecto Frankenstein, por la imagen del monstruo con la niña y la margarita, que sólo se resuelve favorablemente por la presencia de la vocal mediadora i en unión a la z.

Sobre las bondades de la tercera vocal y aún de la consonante z, ya hemos tratado en términos como Colibrí o regaliz. Sea entonces, que en esta ocasión, centraremos nuestra atención en un marcador como –iz-.

Denomino Marcador a todo conjunto que sin ser lexema, sufijo, prefijo, interfijo o cualquier otro motivo de significado, aparece reiteradamente en distintas voces detectándose que las mismas guardan relación respecto a una cualidad. El marcador iz, que aquí observamos en Brizna, también aparece en rizo, pellizco, matiz, pizca o sin ir más lejos llovizna que reproduce hasta la falla. Si atendemos bien a sus significados, estas voces aluden a cosas pequeñas, frágiles, al detalle o delicadas. Es verdad que puede aducirse que un tapiz es grande, pero en su caso la presencia de –iz responde al cuidado y sutileza con que se confeccionaban los tapices desde la antigüedad, a mano con hilos muy finos. En cualquier caso, la i que tiene la propiedad de introducir la pequeñez en este caso además suma su capacidad de incidir sobre el significado y en el caso de Brizna se decanta por la z que le sigue en lugar de por la r que le precede, liberando la tensión ante dicha por el deslizamiento que imprime toda z en mitad de palabra.
Por lo demás, sucede que Brizna comparte todas sus letras con otra palabra bella como es Barniz, la cual responde a los mismos criterios de selección por su traba y terminación que alude a la naturaleza propia del elemento designado, cual es, una materia sutil que se aplica con finura sobre otra a la que embellece.

Colibrí

Como les sucede a las palabras esdrújulas, las agudas se benefician de la abundancia de términos llanos que hay en castellano. Así, su agudeza colabora en destacar a las palabras, aunque no tanto como vimos con la esdrujulidad.

En cualquier caso, de cuantas palabras agudas hay, he destacado “Colibrí” por ser quizá representante de esta singular belleza que confiere la agudeza del acento reforzada en su caso por la tilde y su terminación en (i) porque de todas las voces agudas, ninguna como las terminadas en (i) aprovechan tanto esta cualidad. Es muy difícil hallar una voz aguda acabada en (i) que no sea bella de por si, como sucede con alelí, israelí, rubí, o en nombres como Noemí.

Y es que, la (i), si de por si, hace sonreír al final de la palabra, cuando la misma es aguda, redunda en dicha característica de modo incisivo, no pudiendo escapar a la mente su anclaje libre, a diferencia de lo que ocurre en términos como “latín” que frena la palabra sin dejar volar al término más allá de sus fronteras, cosa que no sucede en colibrí cuya (i) contagia su alegría a las letras de la palabra que le sigue y aún a toda la frase; obsérvese la diferencia entre:

El anciano vio entrar por la ventana un colibrí en su sombría habitación.
El anciano vio entrar por la ventana una lechuza en su sombría habitación.

Pero si las palabras agudas acabadas en (i) son bellas, ¿por qué destaca Colibrí? La verdad, es que sobresale por muy poco. Estuvo ahí ahí con alelí, pero se llevó el gato al agua por lo siguiente: contaba a su favor con la maravillosa secuencia vocálica a-e-i y esas dos eles que juguetean en su apertura y cierre; en su contra jugaba la falta de apoyo a la vocal inicial, cosa que Colibrí tiene solucionado por una (c) con sonido (K) muy agradecido en su caso.

Colibrí cuenta además con dos ies finales y una traba (br) que embellece por su brusco contraste con la delicadeza de las ies entre la que se halla.

Así, poseer un anclaje (K) una liquidez aportada por la (L) junto a la traba (br) provoca una indescriptible fusión fonética en su articulación que en cambio, no reconocemos en calibre, culebra y algo más distorsionado en calambre que en modo alguno son bellas por no encontrarse el resto de elementos citados.

Regaliz

La palabra Regaliz, se cuela en el Diccionario de Bellas Palabras, por ser modelo de otras muchas, siendo su caso, uno de los pocos en que el referente se ve enriquecido sustancialmente, aromáticamente y gustativamente, de su esencia referida, aunque por si misma posea dones que la hacen merecedora de ocupar su lugar en estas nobles páginas, honor en el que le hacen compañía a modo de guarnición voces como matiz o barniz.

Entre las cualidades que hacen bello su significante sea grafológico o fonético, hemos primero de enunciar la z final. No es cuestión de redundar aquí el refuerzo del argumento sobre esta grafía ya expuesto para la voz Zascandil, sólo que allí tratamos de la z gráfica y de su presencia al inicio de palabra, tocando ahora hablar de la z en su fonología y su aparición al final del vocablo.

La z al final de la palabra, tanto por su trazo, cuanto por su sonoridad, deja abierta la palabra en la mente de quien la escucha, la lee o la pronuncia. Esta apertura dispara la conciencia del hablante hacia un evocador horizonte que le anima a regodearse en la palabra dicha antes de continuar con la siguiente. Así, si la z inicial introducía al hablante en un laberinto y el elemento acuoso, la z final lo vaporiza en la efervescencia del soplo ligero del aire que se deja llevar.

Esta cualidad de la z de estirar las palabras se ha traducido en una mayor presencia que la que le corresponde en la categoría de los monosílabos escritos como, paz, pez, hoz, luz, coz, faz, tez, voz, haz, vez…a los que debemos sumar los fonéticos terminados en d como lid, red, sed, vid.

Precisamente por esta atractiva característica del sonido z, las palabras terminadas gráficamente en d gustan de pronunciarse en z sin disimulo alguno como ocurre con Madrid, laúd, abad…o cualquier imperativo verbigracia id, tomad, tened, etc, asunto nada casual, pues el sonido z perpetua en la conciencia la orden que se desea transmitir en la acción verbal.

Este uso inconsciente de la z en castellano puede apreciarse de manera más diáfana en eternidad, infinidad, humanidad, conceptos que multiplican su amplitud al terminar fonéticamente en z.

Como hemos visto, son muchas las voces terminadas en z sea oral o por escrito, resultándome harto difícil hallar una que suene mal, a lo más algo sosa como pez cosa que se le puede disculpar afectada por ser un monosílabo. ¿Por qué entonces encumbrar al DBP el término Regaliz?

Para despejar esta duda hemos de reparar en la vocal anterior a la z. Como hemos subrayado en más de una ocasión en otras entradas del diccionario, la i introduce la sonrisa en la conciencia del hablante al margen de lo que diga la palabra. En este caso, las voces acabadas en -iz se imponen en simpatía al oído a todas las demás finalizadas en z con otra vocal. Así, ocurre con nariz, raíz, codorniz, perdiz…

Regaliz es entonces adalid de todas las bellas palabras terminadas oralmente en z o –iz que por distintos motivos no tienen el empaque suficiente para entrar en el DBP, si bien hay algunas que deben ser cuando menos citadas expresamente aquí por derecho propio como matiz o barniz.

Zascandil

La belleza de la palabra Zascandil, se me impuso por sorpresa de jovenzuelo con no más de doce años, leyendo la obra “Zalacaín el aventurero”. Todavía recuerdo el enorme deleite evocador que produjo en mi conciencia ver escrita por primera vez esta voz a la que hoy hago el honor de entrar en el Diccionario de Bellas Palabras.

La encantadora palabra “Zascandil” es un buen ejemplo de cómo el DBP no se deja engatusar por la senda del significado como algunos detractores de la iniciativa me han acusado, cuanto del significante y la entonación intencionada con que se emplea por la comunidad parlante.

Para la RAE “Zascandil” designa a alguien despreciable, enredador, astuto, engañador y estafador. Evidentemente, si fuera por su denotación, la palabra sería más que fea. Sin embargo, algo hay en su fonética que la delata como muy agradable a la mente de quienes la pronuncian y aún escuchan.

Es verdad que para un espíritu pillo como el mio, términos como tunante, botarate, mequetrefe…poseen cierto atractivo, aunque no tanto como para introducirlos en el DBP, de modo que, algo debe haber en “Zascandil” que la convierta en merecedora de este secreto honor.

Para empezar, bueno es saber que la palabra “Zascandil” es una onomatopeya en su origen; debió nacer en una época en que habían candiles cuando los truhanes y pícaros al entrar y salir de los lugares zingando para cometer sus fechorías, apagaban al paso de sus correrías los candiles que iluminaban las habitaciones, las casas o las callejuelas, de ahí el ¡Zas! Candil. Ya sólo por la cuna lingüística, la palabra merece su entrada en el DBP. Pero hay más…

Si Zascandil sobresale en belleza ante pícaro, truhán, malhechor, bribón, fechorías, tarambana, ratero, travieso, granuja y ese largo etcétera que todos conocemos, es debido a varios elementos entre los que se puede contar:

-La presencia de la z al inicio de la palabra. Cuando una palabra posee un sonido z, ya la hace agradable al oído como le sucede a “sucede” “acontece” “Acaece” por acariciar los dientes. Dicha cualidad, se ve reforzada en el hablante al verla escrita con una z mucho más bonita en su trazo que una vulgar c. El zigzagueo de una z suele ser bastante reconfortante a nivel neuronal por estar ligada simbólicamente desde la aparición del Homo sapiens al discurrir acuoso. Su presencia en mitad de la palabra tiene menor fuerza como en “Fuerza” que si va por delante como ocurre en “Zascandil”. Cuando la z inicia la palabra, introduce al hablante en un laberinto donde el placer reside en la incertidumbre de la búsqueda. No obstante, la energía de la z se muestra en todo su esplendor al final de la palabra como veremos el próximo día con la entrada “Regaliz”.

-Introducido el inconsciente por la z en la búsqueda, la s empapa de sonoridad el aspecto acuoso salibaceo y serpenteante de la acción, multiplicando la expectación.

-La continuación –Candil, por una parte ilumina con su significado coloquial el camino de esa búsqueda emprendida provocando cierto sosiego del alma que se adentra en lo desconocido; mas, también como cualquier otra palabra esconde sus cualidades, pues “Candil” por si misma podría ser buena candidata a entrar en el DBP.

-En Candil hallamos esa típica i que nos hace sonreír. En su caso, mucho más, por ir acompañada de la liquidez de esa ele final que adorna como toda consonante final la palabra.
Pero fíjense cómo ese –il final, nos retrae los músculos faciales, y casi imperceptiblemente ello tiene reflejo en nuestra mirada, la cual, por un fugaz instante, se echará hacia el rabillo del ojo, provocando cierta complicidad con la posición sonriente labial entreabierta antedicha.

El conjunto de factores aquí explicados posiblemente hayan favorecido que esta voz sea una de las más simpáticas de la lengua castellana.

Almíbar

Siendo goloso como soy, es natural que me guste el almíbar. Pero en el Diccionario de Bellas Palabras, no nos fijamos en si nos place lo referido, sino el referente. Es más, a mi me deleita más la palabra “Almíbar” que el Almíbar.

Por supuesto es lícita la sospecha de que su agradable sabor ejerza cierta presión psicológica para que su candidatura sea acogida con regocijo por el DBP. Pero entonces, ¿Cómo explicar que “Dulce” “Azúcar” o “Caramelo” si quiera se me hayan pasado por la cabeza tomarlas en consideración?

La etimología de Almíbar responde al prefijo árabe “Al” y al lexema persa “mey” en referencia al néctar de membrillo. Al ponerme al corriente de esta feliz circunstancia comprendí qué me sucedía: la palabra membrillo, no entra por los pelos en mi DBL, pero siempre le reconocí cierta gracia que atribuía a su terminación en –illo. Pero vista la coincidencia en poseer una (mb), esto me hizo razonar lo siguiente:

En la palabra “almíbar” se dan cita varias relaciones fonológicas que excitan mi mente, a saber, de una parte tenemos ese (mb) que embelesa la palabra; de otra la ele de la primera sílaba que me abre el paladar; y finalmente una sonora erre que cosquillea.

Por los mismos motivos, tenemos que la voz “Malabar” procedente de una región de la India donde eran gentes hábiles y dados a sus equilibrios y “Ámbar” también son preciosas como ellas solas, no extrañándome que esta última se haya convertido en nombre de pila.

Lamentablemente para “Alambique” le sobra la q que la estropea para acceder al club, como le sucede a “alambrada” por esa brusca apertura final “-Brada” e incluso a la sensual “lambada” por idéntico motivo.

Por otra parte, Almíbar cuenta con este toque ácido de la tilde sobre la i que la hace irresistible y de ahí que me halla decantado por ella antes que por las demás aquí citadas.

Lo grato que se hacen al oído y la mente estas voces queda evidenciado en cualquier texto. Vemos:
a) La mesa estaba adornada con centros repletos de fruta endulzada.
b) La mesa estaba adornada con centros repletos de fruta en almíbar.
¿Cuál de las dos frases resulta más apropiada para deleitar la narración?