El Bandismo

9788415511090

Llevaba meses ultimando un próximo artículo versado en banderas, bandos, bandas y bandidos, con intención de referirme a la realidad socioplítica sin mencionarla, cuando, por una de estas serendipias que salpican mi destino, quiso el azar que en un trueque con un colega, a cambio de mi reciente publicación del segundo volumen sobre la “Historia oculta de la Masonería”, recibiera, sin yo buscarlo, un volumen de ensayo cuya portada con dibujos y título jocoso “Si te gustan las rubias ¡Eres un machista!” publicado por “Editorial Inciciativa Mercurio” a primera vista, despista sobre su intrínseca relevancia, pues a mi entender, alerta sobre un extendido fenómeno que el librepensamiento padece a diario entre nosotros, a saber, “el Bandismo” voz acuñada por el autor y que debería haber aparecido como título del trabajo.

Juan Antonio Espeso, alias “Randy” para los amigos, ha rellenado una laguna de la reflexión colectiva, al ocuparse como nadie de analizar esa extendida tendencia que tenemos de ubicar a la gente en bandos, tanto en la esfera política (Partidos, ideologías), como económica (Corrientes), religiosa (Judíos, Cristianos, Musulmanes), deportiva (locales y visitantes) y aún artística (realistas, abstractos), denunciando sus peligros y vicios, a la vez que ofreciendo recetas para evitarlos en la medida de lo posible por medio de ingeniosas formulaciones académicas del estilo Teorema de, Hipótesis de, Axioma de, etc, apoyadas en fuentes imaginariamente eruditas, en caustico retruécano a la casta intelectual que envuelve sus elucubraciones pretendidamente elitistas cual renovados medievalescos Argumentos de Autoridad, acentuando así, más si cabe, su decidida apuesta por favorecer el denominado “Espíritu crítico” que a estas alturas ya ha adquirido el rango de fantasma, por lo que, en mi sana opinión, la mera lectura en bachillerato de esta genial obra de filosofía práctica, recuperaría para la sociedad y los ciudadanos en menos de dos generaciones, la facultad de pensar por uno mismo sin miedo a ser encasillado por el resto, ni a autocensurarse la persona por celo de falsa coherencia interna, pues como he advertido muchas veces, “yo jamás me contradigo: me complemento”. Claro que, como subraya el artífice de esta joyita literaria, podemos caer entonces en la denominada “Paradoja Randyana” cuál es, la de dividir al mundo en Bandistas y no-Bandistas, como si no tuviéramos bastante con las banderas, los bandos, las bandas y los bandidos, asunto del que me ocuparé en otra breve cita con los lectores.

El Bandismo aparece magistralmente definido como aquella falacia mediante la cual se nos persuade de que los pueblos y los individuos pertenecemos irremediablemente a un bando, palabro que ilustra mejor la manipulación del hasta ahora denominado “Frentismo” por cuanto el primero abarca un mayor número de casos, siendo el segundo sólo una consecuencia del anterior. El mejor exponente de ello lo tenemos en que por el hecho de nacer, ya somos sicilianos, italianos y Europeos, sin necesidad alguna de estudiar o pasar un examen, mientras otros, por capricho de las coordenadas geográficas que no espaciales, se les atribuye ser Cameruneses y Africanos. Y además, nadie puede escapar a ello, pues si es difícil la apostasía en el seno de la Santa Madre Iglesia, prueben ustedes a intentar dejar de pertenecer al Estado francés o español.

El Bandismo se reconoce por entender que todos hemos de pertenecer a un bando; siendo preferible el Bandismo simple, es decir, la separación del Universo del Discurso en dos bandos como Israelitas y gentiles, payos y Gitanos, fieles e infieles, izquierdas y derechas; preferiblemente enfrentados como indios y vaqueros, taurinos y animalistas, madridistas y barcelonistas; por supuesto del todo excluyentes al modo de blancos y negros, esclavistas y abolicionistas, abortistas y provida, muertos y resucitados, buenos y malos, etc.

El planteamiento Bandista procura hacernos creer que por mantener una premisa A por ejemplo “Los homosexuales merecen todo nuestro respeto” ya pertenecemos al Bando A Bando homosexual; y lo contrario, si criticamos A es que no somos A seguramente se nos adscriba al bando B. Dividida de esta guisa la población, resulta sencillo convencerla que por que piensen A quienes piensan lo mismo son de los suyos e incluso amigos y quienes no lo hacen son de los otros, que es como el existencialismo de Sartre definiría el Infierno. Porque es propio del Bandismo pretender que por afirmar algo sobre A como “Estoy a favor de la unidad de España” y pertenecer incluso al bando A es decir, ser español, ya tienes que estar en contra de B, o sea, en contra de que vascos y catalanes tengan derecho a decidir su futuro por vias democráticas en referéndum.

El Bandismo también se caracteriza por asociar paquetes de ideas arbitrariamente en bandos de modo que si afirmas X como “Soy católico” de inmediato tienes que ser Z de derechas y un meapilas o por ser P como vegetariano necesariamente debes ser Q ecologista, pacifista, y bricomaniático.

La obra desgrana una a una las distintas formas y sutilezas con que se presenta el Bandismo en los medios de comunicación y en las relaciones personales sean estas laborales, vecinales o de pareja, trufado su contenido de casos destornillantes y de anécdotas como la referida en la introducción donde se nos relata que tras dejar el borrador del texto a un conocido para que le diera su impresión, aquel muy serio le dijo: “Sería necesario que aclararas un poco más al público de parte de quién estás”.

Elogio del tonto

Los medios de comunicación están para transmitir las órdenes del gobernante cuando no hacer más verosímiles sus mentiras por cuanto no siempre las mismas parecen ser bien entendidas por la población que en su cultivada ignorancia, suele encontrar momentáneo refugio inintencionado para resistir los continuos envites que de ellos emanan. Así mejor se comprende la machacona insistencia de la que hace gala la Patronal para hacernos consumir su basura por medio de la publicidad y la no menos omnipresente propaganda del Estado disfrazada de institucionalidad, pues se da la paradójica circunstancia de que, para sucumbir a sus encantos expuestos en prensa radio, televisión e internet, cuando menos, se ha de superar el umbral del entendimiento básico de saber qué se dice; en consecuencia, sólo los rematadamente tontos, incapaces de comprender el mensaje, se muestran desobedientes ante las órdenes o incrédulos ante las mentiras, aunque desconozcan plenamente en qué consiste la rebeldía o la verdad.
Cuanto más tonto es el sujeto a subordinar, sea cual fuere el propósito para el que se lo desee emplear o a convencer, sea cual fuere la rueda de molino con la que se pretende hacer comulgar, mayor energía requerirá del aparato propagandístico al servicio del gobernante y los poderes fácticos, y mayor resistencia mostrará el contumaz enrocándose en sus trece, tan pronto advierta en ellos crecer el interés por doblegar su natural suspicacia, pues que sea tonto, no significa que se le pueda engañar por medio de bellas palabras y alambicados argumentos.
El tonto para decidirse, necesita que se le presenten hechos, a poder ser, delante de sus narices; nada de que se los cuenten otros ¡A saber si hemos llegado a la Luna! Y si me apuran, hasta palparlos con sus propias manos ¡como Tomás! quien aun con la figura de nuestro Señor Jesucristo delante, no dudó en poner el dedo en la llaga para verificar que era él después de haber sido crucificado, que no me atrevo a decir resucitado para no armar la de ¡Dios es Cristo! entre los racionalistas.
¿Significa esto que los tontos se salvan del engaño colectivo ejecutado por las clases dirigentes canalizado por los medios de comunicación? Evidentemente ¡No! Los tontos son hijos de su tiempo. En consecuencia, terminan por mostrarse dóciles y crédulos. De hecho, los grandes Partidos que gestionan la Democracia, son grandes, precisamente porque la mayoría de los tontos les vota cada cuatro años, cosa que consiguen gracias a ingentes inversiones en bienes tangibles con que convencerles como llaveros, gorras y camisetas. Ciertamente en ello, no hay nada elogiable, se dirán ustedes. Mas, como quiera que en palabras del insigne Forest Gump “tonto es aquel que hace tonterías”, y votar a un partido mayoritario supone una tontería en toda regla, sea esta conditio sine qua non del asunto que tratamos.
Ahora bien, a diferencia de cualquier otro votante, el tonto, pese a su tontería, albergará siempre esa desconfianza innata característica en su persona y tan pronto desaparece de su horizonte mental reducido la posibilidad de hacer más tonterías, al menos durante un periodo de cuatro años, conforme se va alejando en el calendario la acción que lo capacita intelectualmente para ser declarado tonto, rápidamente empieza a sospechar que le han dado gato por liebre, que le han mentido, que lo han utilizado, que ha sido objeto de burla o estafa y vuelve por sus fueros, haciendo caso omiso de cuanto se le diga, por mucho que en el Tontodiario salgan las autoridades afirmando que hemos salido de la crisis, que las Oenegés recaudan dinero para los necesitados o que Rajoy es el mejor presidente del Gobierno, pues en su más recóndita intimidad algo le permite intuir que nada de lo dicho es cierto y que le quieren volver a tomar el pelo.
¿Significa esto que a un tonto sólo se le puede mentir una vez y por descontado engañar? ¡De ningún modo! El tonto pasa rápido de la desconfianza al error y viceversa, porque no aprende y lo hace sin la menor preocupación ni arrepentimiento. Y eso sí es elogiable.

La participada participación de los participantes

Mi mente, se toma libertades nunca por mi otorgadas, de modo que, cuando reflexiono sobre un asunto en particular, se cruzan pensamientos ajenos al mismo que obligan a la voluntad de la conciencia a dedicarles energía extra, mientras ultimo la anterior. Este es el origen del presente texto nacido a rebufo del titulado “Lo importante es participar” redactado a propósito de la reciente cuarta derrota sufrida por la candidatura de Madrid para convertirse en sede olímpica, pues según iba hilando las ideas que habían de confluir en aquel, con fuerza irrumpió entre todas ellas, a modo de singularidad gravitacional, un sentido muy distinto al que todos pos rutina damos a la expresión, cuya interpretación semántica va ciertamente mucho más allá de la estrictamente lúdico-deportiva y que tiene que ver con los intereses crematísticos privativos de la Casta Parasitaria adscrita a la Democracia criminal, pues qué otra cosa puede significar en boca de los políticos ¡Lo importante es participar! sino sencillamente tomar parte de los beneficios generados por la inercia de cualquier acción emprendida con el dinero despojado a los contribuyentes vía impositiva.

El Demócrata criminal, se pirra por participar en todo cuanto pueda de modo compulsivo y hasta hiperactivo, sin importarle lo más mínimo si se trata de la Salud pública, la Educación universal, Infraestructuras geoestratégicas, Cultura general, la Defensa nacional, adquirir vacunas inútiles para la gripe, introducir portátiles en colegios que se caen, construir aeropuertos sin aviones, fomentar las lenguas autóctonas en Madagascar, meternos en una guerra para garantizar la paz mundial…¡Lo importante es participar! Da igual que no esté en condiciones intelectuales de manejar los temas, ni posea preparación técnica o formación académica para ello, su innata condición delincuente le habilita para manejarse con soltura en los distintos asuntos en cuya gestión presupuestaria puede repartir las partidas entre los partidarios del partido y aún de la parte contraria casi sin despeinarse, motivo por el cual, siempre les vemos sonrientes a esa gentuza que nos gobierna y dado que de entrada lo que buscan es su máximo beneficio durante el mayor tiempo posible, no sienten escrúpulo alguno mientras participan en toda suerte de fechorías cual banda de malhechores como aceptación de sobornos, cobro de comisiones, desfalcos, malversación de fondos, estafas financieras, vaciado de cuentas de las Cajas de Tontos, menos todavía muestran algún tipo de vergüenza o arrepentimiento más allá de picaruelas dramatizaciones como “Lo siento mucho; Me he equivocado; No volverá a ocurrir!” cuando el pueril ¡Yo no he sido! o ¡Y tú más! Parecen no ser suficientes para encubrir el eterno engaño de que nos representan, motivo por el cual no dimiten y se aferran a sus cargos gracias a las complicidades de sus compañeros de partido en un solidario ¡Hoy por mi! ¡Mañana por ti! que les honra como Casta cuanto de admirable hay en el código de honor de la Mafia.

La participada participación de los participantes busca denodadamente en una primera fase del juego democrático, implicar al ciudadano pardillo a quien animan a participar en las Elecciones, inocente estadio que en Politología designamos con la obra de Fernando de Rojas “Entre bobos anda el juego”. En un segundo momento, la participación se restringe a los participantes de los Partidos criminales, donde se dividen entre distintas partidas de partidarios partidistas para departir en mítines, asambleas, ejecutivas y comisiones de partido, cómo se reparten la parte que les toca de nuestra partición social llevada a cabo por los gobernantes. Finalmente, después de haber partido a la sociedad, parten a las distintas Instituciones para ocupar sus sillones en nuestra representación desde donde reparten a partes desiguales favores, privilegios y beneficios entre los suyos y a los demás impuestos, recortes y sacrificios, si no es que no nos parten la cara en cuanto asomamos un poco la cabeza para protestar.

Militante, Militanto, Militonto.

Gracias al sabio consejo materno aprendido por experiencia de que en política hay más enemigos dentro del Partido que fuera, nunca se me ha pasado por la cabeza afiliarme a organización criminal alguna, menos identificarme con carnet o pagar cuota como corresponde a los pobres incautos que caen en sus redes extractoras piramidales a las que contribuyen con tiempo y sueldo sin recibir nada a cambio, cual miembros de una secta destructiva que una vez menguada su capacidad crítica de respuesta maneja a su voluntad a los adeptos como si fueran zombis, sea para pegar carteles, sea para acudir a los mítines a aplaudir a sus dirigentes, siempre con ardor fanático.

Discutir de política con un militante de base, es como pretender entablar un diálogo teológico con un feligrés. No hay manera de conducir el discurso de forma racional. Muy distinto de lo que acontece cuando delante tuyo te encuentras con un cura con formación o un alto cargo del Partido. La iglesia no tiene problemas en presentar a unos pocos como Pastores y al resto como rebaño; son muchas las imágenes bíblicas que soportan con agrado la comparación que es lo que ha permitido a Juan Eslava Galán escribir con propiedad “El Catolicismo explicado a las ovejas”. Empero, los políticos no se atreven a tanto, si bien algo farfuñan sobre líderes y Masas, Gobernantes y gobernados y si tienen o no tienen carisma, al más puro estilo paulino.

Como quiera que en ello apreciemos cierta envidia sana, a caso necesidad de poner orden en las filas de la vasta militancia para que cada cual sepa el lugar y sitio que le corresponde dentro de un Partido, vamos a dividir a sus miembros en tres grados al objeto de distinguir claramente sus derechos y obligaciones que habrán de quedar fijados por escrito en los estatutos de la organización criminal en el apartado dedicado a Militantes, Militantos y Militontos.

Los militantes son aquellos que independientemente de su capacidad, inteligencia o pretensiones, supeditan toda su voluntad a lo que determinen los dirigentes. Mostrando su total y absoluta libre obediencia dan testimonio de lealtad y fidelidad al lider y por ello, tarde o temprano se les va haciendo escalar peldaños en la organización tras superar las debidas pruebas de corrupción de las que ya he tratado en otro artículo. Por todo ello se le dice propiamente “militante” por mostrar un perfil propio de un militar que se halla en el ejército dispuesto a cumplir órdenes de un superior sin pararse a pensar, sin pestañear y sin atreverse a llevar la contraria. En principio no es preciso que pague la cuota de afiliación; al Partido le viene bien su incorporación numérica pensando en las subvenciones. Si acaso, los dirigentes pueden hacerse cargo del abono formal de sus cuotas por los servicios prestados. De la actitud del militante a la hora de pagar sus cuotas en estos primeros momentos que pueden ser entre 6 y 18 meses, dependerá en alto grado la posterior asignación de su condición definitiva. Por lo general, los dirigentes raramente son escogidos de entre aquellos que siempre pagan la cuota voluntariamente sin haber intentado escaquearse.

Los militantos, son aquellos miembros del Partido que participan de los beneficios de la empresa política a la que pertenecen, a tanto por acudir a una asamblea, a tanto por ir a un mitin, a tanto por estar en una comisión, a tanto por ir al programa de la tele, a tanto por hacer de secretario, a tanto por ser concejal…de ahí el nombre “mili-tanto”. Superada con creces su primera prueba de corrupción, cuál fue, evitarse en lo posible pagar de su bolsillo la cuota del Partido, ahora por el contrario procura mantenerse al corriente de la misma para no dar motivo de que se le mueva de su silla por defecto de forma denunciado por un “Compañero”. Es más, gracias a tantos tantos percibidos por labores liberadas del Partido, contribuye como el que más con parte de sus emolumentos a sufragar a la organización, por lo que ante la militancia de base queda como un benefactor y buen dirigente. Dado que tiene mucho que perder, la estructura del Partido confía en su opinión en la medida en que un error global de la política del Partido pueda afectarle en su riqueza personal. Es su obligación acudir a reuniones remuneradas, aparecer en los medios de comunicación a dar la cara, y hacer lo que haga falta en beneficio del Partido allí donde este le coloque al frente de cualquier Institución o empresa pública.

Por último el militonto, es aquel militante que desde que entró en la organización, siempre ha pagado su cuota, obedece a quien mande, está continuamente a disposición del partido para trabajar en puestos no remunerados, pegando carteles, atendiendo el teléfono o barriendo la sede, sin que haga falta consultarle la opinión, por estar siempre a favor de lo que dicte la dirección del partido sin cuestionárselo, obteniendo con ello gran dicha y felicidad, sintiéndose enormemente agradecido por la confianza que en su persona le muestran los líderes de manera reiterada para todas esas labores cada vez que hay una campaña electoral. Por su entrega personal de esfuerzo y sacrificio, son los militontos los mayores defensores no ya de la idea que preconiza su Partido, ni siquiera del Partido mismo sino de sus siglas, dispuestos a pegarse en los bares con los militontos de otras siglas que se atrevan a criticar a sus respectivos líderes. Desde su indudable nobleza de corazón, son gente muy peligrosa por su radicalidad y fanatismo. Pero basta decirles que eres de los suyos para comprobar hasta dónde puede llegar su generosidad.