Para que Jonathan Swift pudiera escribir su célebre ensayo sobre «El arte de la mentira política» fue menester que ya en su época, la denominada por Enrique de Diego «Casta parasitaria» se destacase principalmente por una habilidad que hasta entonces le estaba reservada al comerciante, cuál es, la de engatusar, embaucar, engañar, estafar y sucesivos en la cadena idiomática fronteriza con la ciencia de la impostura y el disimulo, en tiempos predemocráticos para vender gato por liebre en el mercado y en democracia para hacerse con los votos que dan acceso al libre manejo de los caudales públicos, que no otra cosa interesa a esos piquitos de oro. Sin embargo, actualmente si por algo distinguimos a un especimen de esta clase chupoptera, no es tanto por las mentiras en las que les pillamos, cuanto por el número de promesas que son capaces de emitir en campaña electoral y de incumplir durante el resto de la legislatura. Podría decirse entonces que es necesario reflexionar sobre esta otra vertiente de su quehacer y plantearnos como trabajan el arte de la promesa política.
Una promesa, se fundamenta en la intención sincera por parte de quien la profiere de darle cumplimiento. De ahí, que seamos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras y que los políticos hilen cada vez más fino para evitar comprometerse utilizando toda suerte de frasología tautológica y terminología ambigua rimbombante. Porque, como bien sabemos todos, la promesa a diferencia de un deseo, está sujeta a verificación en la realidad, de modo que, si la misma no se realiza positivamente, el interlocutor tiene todo el derecho del hablante a buscar una explicación cuando menos o a emitir en su vagancia una acusación de fraude con la esperanza de que en su defensa se la ofrezca quien ha efectuado la promesa. Ante una promesa que no se cumple, pueden ofrecerse varias explicaciones: la más socorrida es la que todavía usan los cristianos para justificar que aún se siga esperando el regreso victoriosos de nuestro señor Jesucristo, cuando su vuelta parecía inminente, a saber: «Que no se haya cumplido hasta ahora, no significa que no se cumplirá» Por eso nuestros políticos ya no emiten promesas a plazo fijo, para evitar entramparse con el calendario. Una segunda explicación a tan extendido fenómeno la hallamos, en el famoso cambio de escenario; Según parece, el contexto en el que se emite una promesa justifica que esta no se cumpla cuando cambia la circunstancia en que fue proferida. Esta red psicológica, permite a todo político decir una cosa en la oposición y la contraria gobernando, pues no hay mayor contexto para un hablante que promete, que su propia condición y evidentemente para un sujeto que promete fuera del poder y después ha de cumplir su promesa en el Gobierno, ciertamente ha cambiado su contexto. Una tercera
excusa muy esgrimida a la hora de dar cuenta de una promesa no cumplida consiste en reconocer la dificultad técnica de su cumplimiento. El prometedor, no renuncia a su promesa e incluso la mantiene con más fuerza si cabe, sólo necesita más tiempo para poderla sacar adelante, cosa que normalmente a un gobernante le vale para su reelección, pues la gente reacciona como cuando ha llegado a la mitad del paso de peatones y este se pone en rojo, o sea, ¡Tira para adelante! Y por último, para no aburrir con esta disección mental, una cuarta manera de dar razón del no cumplimiento de una promesa, consiste en reconocer la propia ignorancia del prometiente cuando se efectuó la promesa de que la misma era imposible de cumplir. Cuando un político llega a este extremo, suele dar también excelentes réditos electorales, pues le hace más humano ante su gente e incluso levanta admiración entre sus adversarios por su sinceridad, no faltando quien le tenga por ingenuo, impresión que resulta fatal para conocer la auténtica verdad que se esconde tras una promesa electoral:Que la mentira vuela, mientras la verdad se arrastra.
Pues bien, el hecho de que en política, la tardanza en el cumplimiento de una promesa no le suponga al responsable de la misma ninguna merma en sus ingresos como le sucede a todo proveedor que no entrega a tiempo su mercancia, a todo transportista que no llega a tiempo a su lugar de descarga, a todo autónomo que no se pone al día con hacienda…la negligencia de no haber previsto un cambio de escenario en un terreno en constante evolución como son los asuntos sociales, no les supongan a quienes emiten constantemente promesas sobre los mismos, ser sancionados o despedidos como ocurre con los médicos que han hecho un mal diagnóstico, los gerentes de hotel que no tuvieron en cuenta las fiestas en Alemania, el chofer de autobús que ante un trayecto largo no puso suficiente combustible…la falta de preparación para el cargo al que se postulan no les lleve ante los tribunales por intromisión profesional ni se les acuse o multe por imprudencia o temeridad como se hace con los dentistas sin título, los conductores borrachos, los policias que sacan su pistola en via pública atestada de gente persiguiendo a un peatón infractor…Y la ignorancia no les desprestigia ante la sociedad que les ha elegido precisamente porque confiaba en que sí sabian…contribuye sobremanera a que en nuestra democracia, se reedite el problema Malthusiano que preconizaba que mientras la producción de alimentos crecería de modo aritmétrico, el número de bocas a alimentar lo haría de modo geométrico, sólo que en nuestro caso, sucede a la inversa, pues mientras los electores somos capaces sólo de creernos sus promesas de modo aritmétrico, ellos, los políticos, continuan emitiéndolas de modo geométrico. Y como muestra compárense los dos millones de puestos de trabajo ofrecidos por Felipe González en las elecciones del 82 y los Tres millones y medio de empleos prometidos por Rajoy para los comicios del 20-N.