Llevaba tiempo desconectado de la tele por lo que he empezado a sospechar que es posible que me imponga la obligación de mirarla más a menudo. Hecho tanto de menos los anuncios…Como el del otro día, en el que una joven carita de ángel, anunciaba una crema cosmética que prometía a nuestras mujeres rejuvenecerlas nada más y nada menos, cosa que de ser cierta, habrían de avisar en el envase con letras bien gordas ¡Manténgase lejos de los niños! Para evitar que con su solo contacto desaparezcan de buenas a primeras.
Comprendo muy bien el motivo por el que los anuncios de perfumes nos restriegan a los ojos bellas modelos como la de Sweet and Sexy, echándose encima deliciosos chorros del producto que se desea vender. Lo que ya me cuesta más entender, es si dicho procedimiento es el más adecuado para presentar los resultados milagrosos que prometen tienen las distintos potingues que las sufridas mujeres han de colocarse en el rostro desde que se levantan hasta que se acuestan, no ya para parecer más guapas de lo que son, sino ahora también más jóvenes. Por supuesto, no me refiero a este perenne anhelo femenino por competir con las amenazadoras hembras jóvenes que corretean por nuestra insaciable mente masculina, sino a que los rostros mostrados en dichos mensajes, no parecen necesitados de rejuvenecer nada, de no querer enviarlas a la guardería, al acabar el rodaje, digo yo.
Es posible que lo que el publicista quiere transmitir a sus potenciales consumidoras, sea precisamente que, si una mujer usa dicho producto, entonces su rostro será como el que aparece en la pantalla. Descartado que sus mágicas propiedades sean apetecidas por las veinteañeras, la publicidad iría matemáticamente dirigida a las treintañeras. Mas, como quiera que la Naturaleza y hasta el leguaje, todavía trate sus pellejos con ternura, dudo mucho que sea este el verdadero objetivo. Porque, en la mente de un experto en ventas, existe la esperanza de que otras mujeres sueñen con sus efectos rejuvenecedores indistintamente de su edad. Pero todo tiene un límite, pues creo que a las de ochenta, seguramente les de igual aparentar setenta. De lo que deduzco que seguramente se piense más en el segmento comprendido entre las cuarentonas y las sexagenarias, en cuyos oídos, todavía resuenan los ecos de aquel bolero que decía “Veinte años no son nada” y crean poder dar el pego de pasar por cuarenta, mientras las cuarentonas intentan aparentar treinta, las de treinta, veinte y todo porque algún día, algún quinceañero disparado de hormonas les echase los tejos a una de veinticinco.
Así, visto que la cosmética lejos de hacer honor a su etimología griega que remite a la misma belleza y orden que se aprecian en el “Cosmos” mereciendo trocar su nombre por el de Kaosética, no me extraña que Zapatero se vea forzado a alargar la edad de jubilación. Lo que no comprendo entonces, es por qué no se atreve a situarla a los 75.