Lo que separa la envidia de la admiración, sin entrar en demasiados detalles, es que, mientras la primera desea la ruina de lo que un tercero posee, la segunda se felicita de que alguien pueda poseerlo. Huelga decir entonces que participar de la admiración reporta mayores satisfacciones que hacerlo de la envidia, la cual, es una fuente de continua frustración. En cualquier caso, la mayor parte de la frustración, no proviene de la envidia cuanto de la impotencia de lograr los objetivos que cada cual se haya establecido, de ahí la recomendación estoica de refrenar las pasiones y apetencias, como la vía más adecuada hacia la Felicidad, que yo como Séneca, comparto para los demás.
Pero, si humano es desear lo que otros poseen cuando de lo mismo ya se tiene de sobra que es la fuente de la codicia cuando se dirige hacia afuera y de la avaricia cuando se invierte hacia adentro, qué no será si lo que otros disfrutan delante de tus narices te falta a ti, como le sucediera a Apolo con Hermes a quien le concedió la inmortalidad y vivir en el Olimpo por hacerse con cuatro vágatelas a las que ni siquiera el otro pillo tenía en estima. Porque, una cosa es no ser envidioso y otra muy distinta es ser impermeable a la realidad que te rodea, siendo muy difícil para el común de los mortales, no desear el mal ajeno, cuando a todo el mundo le va de puta madre, mientras tu las pasas putas y a ninguno de los hijos de puta que está a tu lado parece importarle lo más mínimo la notoria diferencia. Esto es lo que llamamos resentimiento.
Envidia, frustración y resentimiento suelen conformar un círculo vicioso emocional que se retroalimenta sin necesidad de que exista motivo real que ponga en marcha la inercia de su demoledora maquinaria como puede, por ejemplo, suceder en los celos de pareja o entre hermanos que no siempre encuentran justificación, o en la paranoia de las personas que se creen constantemente perseguidas. Y es posible que con suerte, todo se quede en la misma mente en que se gestan esas terribles impresiones causándole al sujeto una depresión o un extraño comportamiento, que más pronto que tarde, actuará a modo de autocumplimiento de sus más oscuros temores. Pero, no es raro que de todo ello con el tiempo aparezcan comportamientos vengativos de carácter repentino que posteriormente sean objeto de sorpresa y portada del Telediario.
Hoy hay en España cinco millones de personas sin empleo a las que despectivamente disfrutamos llamando “Parados” y sería muy comprensible que por muy buena educación que hayan recibido de sus padres, por muy buenos modelos que hayan observado de sus profesores o aprendido en biografías ejemplares – de cuya temprana lectura se facilita al indómito espíritu humano a admirar el Bien ajeno más que a envidiarlo – esa pobre gente empezara a padecer estos sentimientos contra su voluntad, más que nada, porque mientras ellos han de malvivir sin sueldo, teniendo que pedir prestado a familiares, ver como la vida suya y de sus hijos se va por el retrete…contempla con lógica amargura como los vecinos salen de pinchos a diario, los amigos siguen tomando cervecitas, el cuñado se va de vacaciones, porque ganan sueldos de dos y tres mil euros al mes con catorce pagas tanto ellos como sus parejas, cuando no sucede que son niñatos con suerte que no tienen otra obligación que echar gasolina al coche y jugar al squash los Sábados. Mas, haríamos mal en pensar que lo que les sucede a los parados cuando están en sus casas convertidas en auténticos nichos de muerte social esperando a que una llamada de teléfono les resucite mientras languidecen viendo por la tele el futuro que les aguarda en programas como “Callejeros” o lo bien que les va a los españoles fuera de España, tiene algo que ver con la envidia, la frustración o el resentimiento, si antes no atendemos a la genuina sensación de injusticia que subyace en cuantos han puesto todo de su parte para triunfar en la vida como ser ciudadanos honrados, cumplir con su trabajo, haberse formado para ser útiles en la sociedad – no como en mi caso que he buscado premeditadamente lo contrario – que ciertamente les asemeja más al santo Job que a Caín.
Sea como fuere, como quiera que las reglas de la psicología no respeten las condiciones éticas de los sujetos sobre los que se aplican, más de lo que pueda hacerlo las leyes de la física que no libran a las mejores personas de caerse por los precipicios, siendo la situación de desempleo sumamente propicia a que aparezcan la envidia, la frustración y el resentimiento en cuantos lo sufren, no puedo menos que recomendar, sabotear el empleo de los demás a modo de técnica psicosocial de canalización de las incipientes fobias, manías y demás psicopatías, mientras en los sujetos que padecen el desempleo impere más esa primigenia impresión de ser objeto de una injusticia, porque, si bien la acción contra la circunstancia puede ser la misma nacida de la envidia que luchando contra la injusticia, no así la convicción con que cada cual la cometa o los demás la perciban, pues aunque la intención no basta, nadie mira las acciones sin atenderlas si de juzgarlas se trata.
Luego, antes de envidiar a sus conciudadanos, es mejor que el parado se ponga manos a la obra para remediar su situación por medio del sabotaje, dado que a través de la formación, el estudio, aprender inglés, ponerse al día en informática, presentarse a oposiciones, entregarse en cuerpo y alma a la empresa y al trabajo, etc, no ha servido de mucha ayuda. De este modo, si sus vecinos y amigos no están dispuestos a repartir el trabajo con él, él si está dispuesto a repartir el Paro con ellos. Es lo que se conoce en otros ámbitos como “extensión del sufrimiento”, no buscando tanto el consuelo de tontos por la desgracia de muchos, cuanto la solidaridad que sólo aparece cuando el mal puede afectar a todos.
El sabotaje del Paro consistiría en impedir que el sistema funcione sin tanta gente desempleada, porque habrá millones de personas dedicadas todo el día a impedirlo. ¿Cómo? De sencillo que es, me he quedado estupefacto: el otro día leí en un medio de Vizcaya que el tren de FEVE fue saboteado a primeras horas de la mañana sin que nadie reclamara la acción. De su lectura me ha venido esta idea, a saber: los parados, deben recuperar su dignidad luchando al grito ¡Si yo no tengo empleo no lo tiene nadie! Sois un ejército que dispone de tiempo para interrumpir el transporte de mercancías, para cortar el transporte público en horas punta sólo para ir a trabajar – no hagáis como los sinvergüenzas de los sindicatos que también fastidian a sus compañeros para su regreso – para colapsar las líneas telefónicas de las empresas, sus páginas web, etc. No podéis esperar que nadie os ayude y luche por vosotros, si antes vosotros no demostráis estar dispuestos a hacerlo por vosotros mismos. Además, mientras combatís por vuestra supervivencia, por el justo reparto de la riqueza, por una sociedad más equilibrada donde todos trabajen menos, pero que trabajen todos – yo no participo – esos oscuros sentimientos de los que hemos hablado al principio desaparecerían del horizonte mental en la medida en que vuestras acciones os devolverían la dignidad.