Debate entre Eugéne y Justine

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Preguntarse a qué velocidad vuela una mosca dentro de un avión desde la cabina del piloto a la cola donde se sientan las azafatas, hoy parece más científico que aquella cuestión Medieval sobre el sexo de los Ángeles y sin embargo, ninguna de sus respuestas puede ayudarnos a adelgazar sin que otra persona engorde a nuestro alrededor, o sea, llevando la contraria abiertamente a la Primera Ley de la conservación de la masa humana. Y si esto no es posible, qué otra solución nos queda que confiar en que a caso por buscar el Bien, acabemos encontrándolo o por azar, dado que somos buenos, nuestra arbitraria elección determine como elegido algo que también lo sea.
No se preocupe el lector si del párrafo anterior no ha sacado nada en limpio. ¡Es lógico! En cambio no pierda tiempo en ir al psiquiatra más cercano de haberle convencido con ello de la necesidad de votar en las próximas Elecciones Generalísimas. Su redacción bien puede adscribirse a la palabrería biensonante con la que el Marxismo humorístico se mofaba de los grandilocuentes discursos culturales con los que nos embrollan desde las distintas rollísticas comerciales, políticas, económicas, científicas o de cualquier otra especie. Pero hubo un tiempo en que el teatro del absurdo provenía más de la incapacidad para entenderlo que de los disparates que allí no aparecían, a caso por el trauma que para la hipocresía de la época le suponía a la conciencia encontrarse consigo misma.
Hablar de “Debate” al referirnos a lo que el próximo 7 de Noviembre va a acontecer entre Rajoy y Rubalcaba, hace flaco favor al castellano. Ya me imagino al primero exclamando cosas como “Yo sólo le puedo decir, que lo que he dicho hasta ahora, no es ni más ni menos que lo que he dicho siempre. Y no me oirá usted decir otra cosa.” Y al segundo espetando “ Pues yo ¡sí! Yo sí le voy a decir algo distinto de lo que he venido diciendo…en su momento, cuando corresponda.” De haber algún debate, este sería figurado entre dos personajes del Marqués de Sade, a saber: Eugéne representada por los políticos y Justine que encarnaría al desdichado Pueblo Llano, al modo en como Joly dispusiera su “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”.
Entre ambos verbos disolutos arrastrarán el intelecto colectivo por un sinfín de sofismas, falacias y espejismos lingüísticos recibidos durante las apresuradas sesiones de maquillaje de un asesor de imagen – por aquello de que vale más que mil palabras – que no de las sesudas lecciones de los antiguos tratados de Retórica, al modo en como fuera instruida Eugénie en dos días en la “Filosofía del tocador”, de modo que, como dijera Sade en tan bella obra “un crimen se paga con otro crimen” y a tan bajo perfil discursivo, seguramente le prestaremos una inusitada atención, como ya ha empezado a ocurrir. Al presente artículo me remito.
Porque no se lo pierdan. Momento tan carente de mensaje útil, de verdad, de sinceridad, de raciocinio, de argumento correcto, etc, será primero objeto de ardua especulación mediática, motivo de gloriosas tertulias radiofónicas, hará correr ríos de tinta sobre su formato…y después los grandes analistas nos desmenuzarán los más mínimos detalles, los especialistas nos ilustrarán sobre sus tics, los hermeneutas debatirán sobre distintas hipótesis de lo que han dicho y dejado de decir, emulando con ello las orgias de aquel Noble escritor que no hizo otra cosa que poner blanco sobre negro en el retrato de su sociedad, enseñándonos que, en los placeres de la vida hay más lujuria en planificar sus preparativos y en revivirlos en la memoria contándoselo a los amigos, que en la comisión fatigada del propio acto.
En esta tesitura, sólo nos cabe encomendarnos a la sabiduría de otra genial pluma y aprender de Quevedo cuáles son esas “Gracias y desgracias del ojo del culo” a las que alude en su celebérrima obra, para que de la sodomización mental a la que durante la campaña vamos a ser sometidos sin remedio ni misericordia de parte de los poderosos, no sólo sepamos extraer el máximo placer y el mínimo dolor, apreciando unas y desatendiendo las otras, que también para hacer de la necesidad virtud esforzándonos por conducirnos entre tantos depravados por aquella suprema rectitud de espíritu que supo cultivar la otra heroína Justine a lo largo de toda su vida.