Entre las distintas facultades cerebrales que aún están por explorar y explotar socialmente por el conjunto de la población, aparte de la de pensar con libertad por uno mismo, se halla la Telepatía que nos faculta para trasmitirnos el pensamiento de unos a otros sin necesidad de que medie soporte físico alguno. Claro que la segunda es dependiente de la primera y en consecuencia, si la población no piensa por sí misma y acaso no piensa en absoluto, difícilmente podrá ejercitar esa segunda otra facultad, cual es la de la telepatía, que queda ignota al tener abierto el canal sin nada para canalizar.
Por ello, el Estado y todos los aparatos represivos y de control que existen para mantener a las masas como tales en ese estado primitivo y bruto, sin desarrollar sus cualidades innatas, en una naturaleza propia de la infantilidad… cuenta con un exitoso canal, ésta vez sí lleno de contenido, a cada cual más bochornoso y vergonzante para quien anhela educar el intelecto y elevar el nivel de conocimientos generales de nuestra sociedad, cual es, la televisión.
La televisión, en principio, pudo nacer como vehículo de ideas, conducto de información, generadora de ocio y divertimento, motivo de esparcimiento, canal de propaganda y publicidad, etc. Pero lastimosamente he podido corroborar por enésima vez éstas ultimas navidades cómo lejos de generar un renacimiento ideológico en los jóvenes, una ciudadanía mejor informada, una población entregada a sus aficiones y ocio recreativo, unos consumidores con conocimiento suficiente para elegir sus compras con libertad y diligencia…se ha creado una sensación generalizada de Teleapatía , lo más contrario que puede haber a la facultad de la telepatía. No sólo ya no se transmiten programas y contenidos televisivos de calidad cada vez más ínfima, sino que incluso hemos llegado al extremo de no transmitir nada en absoluto, rozando casi, casi, algo similar a lo que en su día constituía la propia carta de ajuste, que cuando menos, nos ofrecía la sintonía de Radio Nacional, el tiempo, y la hora de cada momento hasta las seis de la tarde, cuando empezaba la conexión.
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Teleobediente
Guy Debord preconizaba el advenimiento de la sociedad del espectáculo , y lo que nos ha llegado ha sido el mundo de la Televisión. Hubo un tiempo en el que lo apropiado al aparato era describirlo lingüísticamente con la misma dignidad que la flora y fauna merecen desde que el sueco Linneo así decidiera clasificarlos. Por ello, llamamos televisión a ese electrodoméstico que parece abrir una ventana al mundo exterior, mucho antes de que apareciera el güindos y que significa visión de lejos. Y también hubo un tiempo que a quienes veían la televisión, empezó llamándoseles Tele-espectadores, pues cuando aquello, la tele tenía como función entretener al público haciéndole más cercano el teatro para quien no tuviera medios de acudir a él, la misa de los domingos mientras estaban enfermos postrados en cama, el circo a los niños que vivían en los pueblos rurales, etc. La tele, en cuanto proyectaba espectáculos, tenía tele-espectadores, quienes permanecían expectantes ante los espectáculos. Pero pronto los espectáculos fueron dando paso a otros programas que ya no tenían propiamente el objeto de entretener, sino de informar, como Telediarios, anuncios publicitarios, etc. Estos programas ya no servían al mero entretenimiento, ya no eran contemplados como espectáculos, pero la gente continuaba viendo la tele por lo que empezó a llamársele Televidente, a quienes veían la tele indistintamente de si informaba, entretenía o si acaso se aburrían. Pero las cadenas de televisión empezaron a especular con la posibilidad de educar y concienciar a las masas por medio de películas, documentales, y una serie de programas de entretenimiento aprovechando la ingenuidad y buena fe de las personas. Así, se empezaron a dar consignas a la población para que participase en Telemaratones se apuntara a ONG’s, llamase a tal o cual número de teléfono, respondiera encuestas, participase en concursos, y un sinfín de imaginativos recursos enormemente potenciados con la aparición de la multimedia. A estas alturas no se sabe cómo llamar a la persona que se sienta ante el televisor, pues está por ver, si el individuo que se halla en semejante situación observa, contempla, mira, o acaso ve, lo que le ponen por delante. Lo que en principio debió entenderse como un instrumento al servicio de ocio y si se quiere, de la propia formación personal, se ha convertido en una auténtica cadena que nos esclaviza del modo más sibilino que hay, haciendo de todos nosotros, no usuarios de la tele como cabría esperar, ni teleespectadores , dado que no hay nada que espectar, ni siquiera, televidentes, por evidente que pueda parecer que la miramos, sino teleobedientes, que es en lo que nos hemos convertido hipnotizados por el fuego en torno al cual nuestros ancestros se reunían y que hoy se reencarna en lo que en nuestros momentos de lucidez, denominamos Caja tonta.
Por la vuelta de los intermedios
Llevo más de dos años sin ver la tele, el mejor régimen para adelgazar, dicho sea de paso. Por eso, hasta la llegada del Mundial, no he podido percatarme del despropósito con el que parece actuar RTVE ente público que arrabiado por tener que dejar de ingresar ingentes cuantías por concepto de publicidad desde el pasado 1 de Enero, ha pasado de interrumpir cada dos por tres su programación para convencernos de beber siempre Coca Trola, a no dar tregua al ciudadano que le sufraga con sus impuestos, poniendo películas enteras sin descansos para ir al retrete y encadenando programas uno tras otro, sin un lapso para tomar aliento, como queriéndonos decir ¿no queríais taza? ¡Tomad taza y media!
Pero una cosa es expulsar la propaganda consumista de la Televisión pública, gesto que es de agradecer para la salud mental de la población, y otra muy distinta, es no preveer recesos para que la audiencia pueda hacer sus necesidades fisiológicas o atender pequeños asuntillos como llamar por teléfono, bajar la basura, e incluso abrir la puerta a la suegra, sin por ello tener que perderse el pasaje principal del documental o serie que esté viendo en ese momento.
Pero es más, una de las funciones primordiales del Ente Público es informar a la gente y no solo entretener, se supone. Entonces…¿Por qué no aprovechar las cotas de máxima audiencia de películas de éxito, concursos de moda, retransmisiones deportivas, etc, para insertar información sobre subvenciones, modos de desgravar en hacienda, cuáles son las marcas más baratas, dónde la misma ropa con la misma calidad es más económica y demás asuntos de sumo interés para todos? Porque la supresión de los anuncios de la tele, no tiene necesariamente que comportar la desaparición de los antiguos intermedios que tenían la función de dar un respiro al respetable como siempre se había hecho en el teatro, la ópera, el deporte y otros actos públicos de entretenimiento. De hacerse las cosas bien, incluso se podría crear un nuevo género de pequeñitas obras de información pública de dos o tres minutos de duración sobre asuntos tales como la prohibición del Wi-Fi en las escuelas francesas, cuantas vidas cuesta nuestro móvil en el Congo, el peligro de sustancias cancerígenas en productos envasados…asuntos no menos importantes que recordarnos a todas horas ¡Tú si eres tonto!, o si se prefiere, videos musicales, recitales de poesía, conciertos de piano, Cuentacuentos, o breves noticias científico culturales que exciten un poco los apetitos intelectuales aunque solo sea para jugar al Trivial.
De no recuperarse los intermedios con estos u otros fines parecidos, tanto RTVE como nuestro Gobierno estarían diciéndole a los españoles “¡Mirad! Si no es para engañaros con la propaganda, no merece la pena dejaros descansar ni un solo minuto. Es mejor que vuestros cerebros sigan entretenidos de programa en programa desde que os levantáis hasta que os vais a dormir