Yo ya pago

YO YA PAGO

La protesta convocada por el movimiento “Yo no pago” en la que se animaba a la ciudadanía a practicar la “insurrección económica” de no abonar en los medios de transporte públicos el billete para denunciar las continuas subidas abusivas experimentadas recientemente, acabó el pasado Domingo de Lucha con cuatro detenidos, después de que un grupo de unas treinta personas se colara en la estación del metro madrileño de Callao. Tanto la iniciativa como lo sucedido merecen una pequeña reflexión:
Por supuesto, me adhiero como cualquier persona de bien a la intención de fondo de quienes se han atrevido a plantear este método de resistencia activa dando buen ejemplo a sus vecinos de cómo se debe comportar el Pueblo ante los atropellos institucionales. Sin embargo, alguien debería enseñarles un poco de estrategia comercial a la hora de vender su movimiento a una población profundamente atolondrada que no entiende más que lo que se le dice y en consecuencia, poco afortunado para sus objetivos parece bautizar la campaña de protestas con el lema escogido de “Yo no pago” cuando lo que se desea decir es precisamente lo contrario “Yo ya pago” con los impuestos directos e indirectos y “No quiero pagar más”, porque la pobre gente, además de pobre, a base de atontarla la han hecho buena, de resultas que eso de “Yo no pago” a la mayoría le suena a “Menudos caraduras” cuando les deberían tomar por héroes a imitar.
Aparte lo dicho, se me hace corta la excusa del aumento considerable sufrido en el billete, por cuanto puestos a arriesgar el buen nombre y aparecer fichados como delincuentes, mejor sería esgrimir el argumento de que, hoy en día, el transporte público está más al servicio de la producción y el consumo que de las necesidades propias de la gente y por consiguiente, lo suyo sería que fuera sufragado, no ya por nuestros impuestos, cuanto con los dividendos de las empresas cuyos trabajadores van a su puesto laboral en dichos medios de transporte público y de los jugosos beneficios comerciales cuyos clientes van de compras a sus locales gracias igualmente a dicha infraestructura comunitaria.
Respecto a las detenciones, ahí he visto hábil a la Autoridad competente. ¡Qué previsión! ¡Qué rapidez! ¡Cuánta eficacia policial! Para que luego digan los de siempre que no se combate el fraude, la corrupción o que no se incide sobre el delito contra las arcas públicas. ¡Que lo paguen! ¡Qué devuelvan lo defraudado! La operación en la que han intervenido varios cuerpos de seguridad y distintas Instituciones democráticas es digna de mención en los anales de la guerra contra el crimen organizado y las mafias financieras que operan en nuestro país.
Lo que resulta gracioso de todo esto, es que mientras los esclavos van a trabajar y a comprar en transporte público que pagan con sus impuestos y cada vez que se suben a ellos, los que se creen libres, esos que acuden a su puesto laboral y a las grandes superficies en coche, las empresas y los comercios velan porque tengan suficientes aparcamientos gratis, sufragados con los réditos de no abonar al resto el transporte. De este modo, los detenidos por reconocer cándidamente “Yo no pago” van a pagar lo que de verdad otros no pagan, que ya es la monada.

Clasismo sin clase

La futura Clase Obrera
La futura Clase Obrera

En un artículo anterior titulado “Clase y lección” en el que denunciaba la diferencia de trato dispensado por RENFE a los usuarios de cercanías y regionales cuya seguridad frente a los atentados terroristas parece no importar lo más mínimo a nadie, en comparación con las atenciones recibidas por los viajeros de alta velocidad a quienes se les chequea el pasaje antes de acceder al tren, al objeto de minimizar a dicho respecto los riesgos, procuré evitar enzarzarme en asuntos afines, que han resucitado en mi mente ayer mismo según venía de trayecto a Barcelona…
Siempre me he sentido muy afortunado de pertenecer a la “Clase Turista” que anda por el mundo como dueña y señora haciendo lo que le viene en gana disfrutando de la vida y no a la “Clase Inmigrante” que lucha por hacerse un hueco en una sociedad hostil que le explota sin consideración. Pero hete aquí que, en los tiempos que corren, ya no hace falta salir al extranjero para que a uno le humillen, degraden, segreguen y avergüencen; basta con hacer turismo en el transporte público de tu propio país. Así es: Tanto RENFE como ALSA disfrutan clasificando el ganado humano que transportan, los primeros distinguiendo entre vagones de preferente y turista, los segundos entre autobuses VIP, Eurobús, y como me dijo la persona que me atendió en ventanilla “los de línea regular” ¡Y bien que regular!
El asunto parece contentar a todos: quienes pagan de más por no mezclarse con la masa, lo hacen muy a gusto sintiéndose dichosos de poder hacerlo, aunque lo único que reciban a cambio sea un vasito de zumo Don Simón y un bocadillito de mortadela; los que por el contrario no pueden permitírselo, disfrutan pensando que su opción es la mejor relación precio-calidad; Y las compañías se frotan la manos llenas de subvenciones con tanto pardillo suelto. Pero como quiera que todo usuario de transporte público, por el mero hecho de usarlo, deja de pertenecer por definición a la élite social, asombra que la estupidez colectiva consienta que se distinga más allá de lo que lo hace la clase social, la capacidad económica, y el nivel sociocultural. Claro que, es comprensible que cuantos nacen, crecen, educan, se reproducen y mueren, como esclavos asalariados, acostumbrados como están a ser de continuo clasificados, en el colegio con notas, luego con títulos, en el trabajo por categorías, en los seguros por edad, en hacienda por la renta, en el banco por la nómina, etc, vean de lo más natural viajar en Primera, segunda, Business…no así para la gente nacida libre como yo que sólo soporta dividir la sociedad en dos clases, a saber: la “Clase Yo” y el resto.
Después de confesar lo anterior, los habrá que, lejos de tomar nota de a que clase pertenecen según les siente bien o mal la vergonzante situación de que a uno le interroguen subrepticiamente por sus posibilidades económicas o que acredite su perfil de Panoli cada vez que se le haga elegir en qué clase desea viajar antes de soltar la panoja, se alegren de mi particular exceso de sensibilidad hacia este problema en justo castigo a sentirme muy superior al resto. Pero ello, lejos de atormentarme, me reafirma en el fracaso marxista de echar margaritas a los cerdos.
Pues bien, ayer según pasaban las estaciones desde Bilbao a Barcelona, pude observar que el clasismo que luce sin ninguna elegancia nuestros ferrocarriles no hacen diferencias únicamente entre viajeros o modalidad de vehículo como les acabo de explicar; También saben despreciar a ciudades enteras con sus habitantes incluidos al anunciar por megafonía las paradas de algunas de ellas como Valladolid o Zaragoza, despidiendo como es debido a los viajeros, recordándoles que no se dejen olvidado ningún objeto y agradeciéndoles la consideración de viajar con su compañía, mientras a otras como Tudela, Lérida o Tarragona, ni se las menciona a su llegada, corriendo el riesgo de que algún alma cándida creyéndose que la Constitución española garantiza por si sola la igualdad de los ciudadanos, se despiste y pase de largo su destino, a la espera de recibir un trato similar que para nada le corresponde.

Me da asco que todavía en nuestra sociedad democrática, en el transporte público, subvencionado con nuestros impuestos, los sucesivos gobiernos Socialistas o Populares permitan que se segregue, discrimine y separe a la población de forma tan humillante como lo hacen RENFE y ALSA compañías ciertamente clasistas, pero sin clase.