Nuestra eterna trifulca onomástica —Euskadi, Euzkadi, Euskal Herria, País Vasco, Vascongadas…— acaba de pegar un doble tirabuzón descacharrante. La bronca está ahora, verán qué sutileza y qué mendruguez, entre Euskadi y Euskadi. ¿Mande? Pues sí, la misma palabra, por lo visto, muta de significado según se estampe en el maillot del equipo ciclista Euskaltel. Cosas del Departamento de Industria (¡Anda! ¿Tenemos de eso?) de Patxinia, que ha amenazado a la escuadra naranja con retirar los 400.000 euros de subvención para esta temporada si no se aviene a cambiar el tradicional Euskadi verde, sospechosamente abertzaloso, por el cosmopolita Euskadi blanco todo en mayúsculas y con rabito bajo la A que los centuriones del cambio han convertido en grafía única e indivisible de su régimen provisional.
Como probablemente sospechen, eso es sólo la puntita de prueba para la coyunda completa de quienes, fajo de billetes en mano, reclaman su total derecho de pernada. La otra condición para aflojar la mosca es que toda la indumentaria de los txirrindularis y, por supuesto, el parque móvil del equipo (coches, furgonetas, autobuses y caravanas) lleven rotulada y bien visible la verdadera palabra mágica, ya imagina cuál. Según el terruño en el que se compita, a los propios del lugar les deberá quedar bien clarito en nombre de qué gran patria pedalean los abnegados esforzados de la ruta: Espagne, Spagna, Spanien o Spain.
¿Quiénes decían que eran los que tenían desbarres y delirios identitarios? A la vista queda. Y junto a ello, el retrato exacto de los que al llegar —gracias al trapicheo y a la aritmética parda, nunca se olvide— juraban que se había acabado el tiempo de enfrentar a la sociedad con tribalismos trasnochados. Ya sospechábamos entonces y hemos ido comprobando a lo larguísimo y anchísimo de este trienio perdido lo que querían decir tales proclamas: hasta Euskadi dejaría de ser Euskadi.