Odón (casi) nunca defrauda

Tengo para no olvidar el descomunal cabreo de Odón Elorza en mayo de 2011, cuando el recuento de votos confirmó que dejaba de ser alcalde después de veinte años. Unas semanas después, el enfurruñamiento no se le había pasado. En lugar de entregarle con elegancia la makila a su sucesor, Juan Karlos Izagirre, de Bildu, estuvo durante todo el acto protocolario con cara larga. Recuerdo haberle escrito por entonces que era mejor que fuera pasando página porque un animal político como él todavía tenía mucha guerra que dar.

Puedo decir humildemente que los hechos me han dado la razón. Como diputado en el Congreso, eternamente abonado a su papel sobreactuado de verso suelto, Odón se ha mantenido en la cresta de la ola soplara el viento que soplara en Ferraz. Incluso en los tiempos más inciertos, supo apostar por el presuntamente defenestrado Sánchez y consiguió una larga prórroga como culiparlante y Pepito Grillo oficial.

Pero, mirando a las próximas generales, sean cuando sean, la cosa se le planteaba oscura para repetir en las listas. Tocaba un nuevo campanazo. Y vaya si lo ha dado. Al presentarse para disputar a Marisol Garmendia las primarias a la alcaldía donostiarra, Elorza ha descolocado e irritado un congo a la propia aspirante y a no pocos de los representantes de la actual oficialidad socialista en Donostia, Gipuzkoa y Euskadi. No soy capaz de imaginar si el bravo caballero sin espada acabará saliéndose con la suya. Lo decidirán los titulares de seiscientos carnés. Ahora… que las próximas semanas van a estar muy entretenidas, pueden darlo por seguro.

Un comentario en «Odón (casi) nunca defrauda»

  1. Bienvenido en su regreso al reino del comentario incisivo pero educado que no deja indiferente a nadie. Es algo que no abunda y que se echa de menos cuando no está.
    El señor Elorza en mi modesta opinión no es un verso suelto del socialismo ni un lider de opinión. Es un político pelín engreido y del montón, con afán de protagonismo. Pero incluso en su especialidad ha perdido mucho punch. Llegó a ser muy apreciado en Donostia por gente de casi todos los colores. Cuando agotó su surtido de populismo infantiloide se le acabó la mecha. Y los amigos.

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