Liberales

Se preguntaba el domingo Xabier Lapitz, creo que entre el cachondeo y el horror genuino, si se habría vuelto neoliberal por atreverse a advertir sobre la no pequeña cantidad de jetas que se hacen un puro con las prestaciones sociales. Si la respuesta es afirmativa, que me pongan otra de lo mismo, porque yo, que no hace tanto buscaba sin éxito La Internacional en los karaokes de mis madrugadas inconfesables, manifiesto síntomas cada vez más alarmantes de idéntico síndrome. Puede que no sea más que una variante del corriente y moliente complejo de culpa que llevamos adosado a la chepa todos los que, aún sin haber ido a un colegio de curas, caímos en la lotería de la vida en el pastizal judeocristiano. Ya me pasaba en tiempos de estudiante que, con las manos limpias de polvo y paja (no hagan chistes), sufría tres océanos fantaseando que el guardián de los exámenes me iba a cachear para encontrar las chuletas que casi nunca tuve narices a portar.

Como entonces, el miedo es infundado, porque si realmente no tienes nada que ocultar, es absolutamente imposible que te encuentren algo. Eso me consolaría si no fuera porque al final el juicio será el de los demás. Otra herencia judeocristiana: por más gallito que te pongas, por mucho que vayas de outsider, de rompemoldes o de Juan Palomo, no puedes evitar que te importe el qué dirán. Y si lo que dicen es que llevas como polizones del ideario a Jiménez Losantos, Esperanza Aguirre o cualquiera de la familia Bush, se te paran los pulsos y las campanas dejan de doblar, como en la copla de Quintero, León y Quiroga. Del susto, levantas el puño izquierdo y ya no lo bajas hasta la victoria final, ésa que no va a llegar nunca.

Los auténticos

Barrunto que por ahí está la fuga. El flanco más ultramontano se ha hecho con la exclusiva de la palabra liberal, y hay que gastar mucho cuajo para reivindicar su buen o, por lo menos, su regular nombre. Bastante jorobado lo tenían los auténticos liberales para defender que Adam Smith o John Locke no eran el par de abanderados del hijoputismo social que a veces parecían, como para gastar más energías marcando distancias con los que les han birlado la doctrina delante de sus narices. En ello andan, aunque -y esto es un reproche-, se emplean más a fondo en sus disputas con el rojerío, sea de postal, de conveniencia o de pata negra, que todavía sigue habiéndolos, a Marx gracias. Tendría menos reparos en ser confundido con uno de los suyos si notara un mayor ardor dialéctico frente a la pura y dura extrema derecha.