A algunos titulares se les nota la sonrisa y a las informaciones que van en letra pequeña, la carcajada. Cuentan, incluso con palabras aparentemente sentidas, que Fagor Electrodomésticos ha entrado en coma irreversible, pero no pueden ocultar la delectación del que llevaba un buen rato en la puerta aguardando el paso del cadáver de su enemigo. Qué pena más grande; tres, cuatro, cinco mil puestos de trabajo a la mierda… ¡Oh, despiadada crisis que no respeta a nadie! Y entre puchero y puchero fingidos, la carga de profundidad: si es que esto de las cooperativas parece muy bonito, pero digan lo que digan, a la hora de la verdad, el mercado, que no es para aficionados, acaba poniendo las cosas en su sitio. En las vacas gordas, pase. Ahora… en cuanto pintan bastos, más vale una buena reforma laboral que cien catecismos de principios y valores. ¿O es que un cura de pueblo va a saber más que Adam Smith? ¡Vamos, anda!
No lo dicen con esas frases, faltaría más. Sin embargo, por ahí va el mensaje canónico de los que han elevado la caída de una marca —sí, de una emblemática, eso es cierto— a epidemia general que se llevará por delante en dos suspiros todo el modelo cooperativo. En fecha como la que estamos, cabe responder con la que, no figurando en el libreto, ha devenido en una de las citas más famosas del Tenorio: los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Por boca de los agoreros hablan más los deseos que las realidades. Solo es cuestión de echar un vistazo alrededor: aunque en todas partes cuezan habas y casi no haya quien se libre de pasar las de Caín, las empresas sociales arrojan (en proporción, claro) mejores datos de conservación de empleo y menos sufrimiento salarial que las convencionales. Y si la cosa va de portaaviones hundidos o a punto de hacerlo, ahí están Pescanova, Flex, Pikolín, Panrico, Roca… o los grupos editoriales que están publicando esquelas antes de tiempo.