Me puse a ver Echevarriatik Etxeberriara cargado de recelos y prejuicios. Temía que, como he comprobado tantas veces, el tic justificatorio —o incluso el glorificador— se colara entre las buenas intenciones declaradas. “El documental trata de indagar en la importancia que ha tenido la violencia dentro del mundo de la izquierda abertzale [en Oiartzun]”, había leído en la escueta nota de presentación que hay en la web del trabajo que firma Ander Iriarte. Mi duda estaba en si las indagaciones buscaban concluir, en una línea ya muy explorada y puesta en práctica, que aunque matar, secuestrar y extorsionar no está del todo bien, hubo un momento en que hubo una buena causa para hacerlo. Un puñado de fotogramas me bastaron para comprobar que el asunto no iba por ahí.
Para los suspicaces a la inversa, me apresuro a aclarar que ni de lejos se intenta hacer la consabida caricatura de los descerebrados criados en territorio comanche y dispuestos a apiolar en nombre de Euskal Herria a quien se les cruce en el camino. Ni siquiera hay un afán de equidistancia o buenrollismo. Son, sin más y sin menos, una hilera de testimonios, todos de personas que pertenecen a la izquierda abertzale en su sentido más amplio, que cada espectador tiene la responsabilidad de interpretar. Lo complicado y a la vez estimulante es que no son relatos cuadriculados. Incluso quienes pueden representar determinado estereotipo sorprenden saliendo por donde no se esperaba.
A falta de espacio, reservo estas últimas líneas para animarles a localizar el documental —temo que no será fácil— y someterlo a su criterio. No les pesará.