Este domingo de Carnaval me debato entre disfrazarme de Tío Gilito o de Pedro Picapiedra. Porque no sé si las medidas de ahorro energético son para atesorar más duros o para volvernos más trogloditas. Rebajar la velocidad a 110 kilómetros es realmente práctico porque lo que economizamos en gasolina, lo pagaremos en multas. Al final tendremos que bajar del coche y empujarlo, cogiendo carrerilla para subir las cuestas. O utilizar un troncomóvil. ¡Yabba Dabba Doo! Por supuesto a oscuras porque nos obligarán a conducir a la gallinita ciega.
También podemos ir en coche de caballos, que hay menos accidentes, aunque entonces nos subirían los impuestos de las herraduras y la alfalfa. Cuentan que algunos ya se han acercado a un Cash Converter a ver cuánto les daban por la 5ª y la 6ª de su coche. Sin ser el ministro Sebastián, a todos se nos ocurre un recetario de urgencia para ahorrar combustible. Consiste en suprimir los coches oficiales, reducir los atascos o evitar que Zapatero vuele desde el Cairo a Madrid para volar al día siguiente a Túnez gastando veinte mil litros de queroseno.
También se podría, es un ejemplo, despedir a medio millón de funcionarios. Así ahorraríamos en transporte, en energía de calefacción y ordenadores y en la iluminación de los despachos. Todo sea por la pasta. No hay de qué extrañarse. Ya han prohibido fumar en el bar, descargar de internet, comprar bollos en el cole a los niños, llegar a fin de mes a los pensionistas, a primeros de mes a los parados…