Elogio de la rutina y otras cosas extraordinarias

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Ahora que la mayoría de la gente ha vuelto o está retornando de sus vacaciones y que todo regresa a la patria común de lo ordinario, podríamos escrutar el modo en que en nuestra sociedad se entiende el ocio y observar con atención por qué a cierta gente le cuesta tanto reanudar la rutina, como si lo habitual fuese el tiempo de sufrir y el ocio el único momento en que se goza. Sobre este falso antagonismo entre lo ordinario y lo extraordinario se funda el sentimiento de desdicha que experimentan las personas a las que lo corriente les aflige y sólo encuentran satisfacción vital en las actividades que se salen de lo normal, de tal manera que algunos únicamente están contentos los fines de semana o en época de vacaciones y los demás 230 días los pasan entre el bostezo y la depresión, salvados por el deseo de que llegue la próxima fiesta. ¡Como si de lunes a viernes no ocurriese nada interesante! Yo no culpabilizaría de este drama cotidiano a la falta de identificación con el trabajo o a las carencias afectivas o materiales, sino a la indefinición sobre el sentido de la vida, a la inexistencia de pequeños y grandes objetivos personales e ilusiones concretas, al derroche del gran valor del tiempo y, peor aún, a la desconfianza en las posibilidades de uno mismo: a la derrota de la autoestima. La alegría de vivir no se toma nunca vacaciones y le da igual que hoy sea martes, otoño o mes de agosto, haga sol o llueva fríamente.

Ocupar y dominar la rutina, esa es la cuestión y la educación pendiente. Tantas preocupaciones por el futuro y tantos temores por el pasado, ¿y para cuándo vivir el presente real en toda su grandeza? No es posible cabalmente creer en lo extraordinario sin amar antes lo ordinario. Ese concepto compulsivo del asueto que habita nuestro mundo no es más que el testimonio del creciente desapego de la vida corriente, la huida de la cotidianidad resignada, la búsqueda de la felicidad en lo excepcional que, por lo general, no tiene nada de prodigioso y no conmueve ni emociona. El ocio tomado como una droga, como una embriaguez de fin de semana, para que se acaben las vacaciones y nada sugestivo haya sucedido, y vuelta a empezar hasta el final de esta película embustera. No es que tengamos un mal criterio del entretenimiento o que lo mal usemos: la avería está en nuestro incomodo con el prodigio de la vida real y en el desprestigio de lo corriente, como si la rutina fuese una maldición contra la que habría que rebelarse. ¿Cuánto de pereza, de indigencia espiritual, de inmadurez y ansiedad tiene la reprobación del disfrute de la vida corriente? Bien entendido, lo vulgar es una gozada.

Puestos a entender mal las cosas, creo que la gente, más aún los jóvenes, se aburre ruidosamente. De hecho, no acierta a situar la frontera entre el ocio y el resto del tiempo. En el último estudio de la Fundación Santamaría sobre los jóvenes españoles (www.fundacionsantamaria.org/jovenes05.htm) se incluyen en las ocupaciones del tiempo libre realidades como “practicar sexo” y “estar con la pareja”, como si ambas maravillosas actividades pudieran entenderse al margen de su poderoso significado y tuvieran un valor diferente según el momento en que se experimentan. Si el amor es parte de la fiesta, ¿qué le queda al resto del día? Cosas como estas crean un foso inseparable entre la vacación y la rutina, cuya consecuencia es la vivencia triste de la agenda cotidiana y a la exasperada ocupación de la holganza. No es de extrañar que tantos jubilados vivan su tiempo libre como un agobiante hastío y que el aburrimiento se extienda como una plaga, más por no disfrutar de la rutina que por exceso de ocio.

De ningún modo el ocio debería ser llamado tiempo libre, porque esto implica que la vida corriente tendría que ser considerada periodo de opresión o castigo. Yo no creo que la rutina sea una esclavitud, ni que el trabajo sea una condenación, porque las obligaciones de cada jornada son la respuesta a necesidades objetivas que hemos de atender sin reservas y asumir de forma natural, como aceptamos la luz del sol, el agua o el viento del norte. Le debemos la vida a la rutina, estoy seguro; no sería posible casi nada sin la repetición de lo ordinario, sin su constancia y sin las perpetuas mareas de lo ordinario. Lo ha dicho admirablemente el filósofo catalán Rubert de Ventós: “¿Cómo no volver a rendir tributo a los reflejos, automatismos, hábitos y creencias que nos permiten andar por ahí con el piloto automático puesto y responder rutinariamente en el 99% de nuestras acciones?” (El País, 28-1-2006). Lo que pasa es que para comprender el valor de la rutina y superar el horror a lo invariable hay que percibir el diseño divino de la vida, la sabiduría de las leyes de la naturaleza y el misterio de la vocación amorosa y compasiva que habita en el ser humano.

Es fácil refutar la tristeza de la rutina, ya que nada de lo de ayer es igual a lo de hoy. No lo es, si tú lo quieres. Cada día es diferente y todo es distinto en la engañosa apariencia de su repetición. Si le molesta la tenacidad de la rutina, piense que lo nuevo, que tanto satisface a los aburridos por la costumbre, surge de la tentativa de mejorar lo corriente. La innovación no odia la realidad: sólo quiere que no se detenga el proceso de optimizar las cosas que son mejorables, porque de la apasionante experiencia de lo cotidiano nace el dinamismo de la perfectibilidad. En la sublimación de las cosas corrientes de cada día, desde el más elevado concepto de uno mismo, está la raíz de una vida feliz. Mirando a lo más alto, humildemente, me apunto al ensalzamiento de la vida ordinaria -la experiencia real y no lo imposible y quimérico- porque este es el único modo humano de construir una existencia extraordinaria.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

(Artículo publicado en DEIA el 27 de agosto de 2006. No se encuentra en internet).

 

3 comentarios en «Elogio de la rutina y otras cosas extraordinarias»

  1. Excelente árticulo. Y el titulo genial.
    Estoy totalmentede acuerdo. Lo importante del dia a dia, es intentar hacer las cosas divertidas y siempre buscando que las cosas sean de verdad.
    Lo mas maravillloso de la vida es disfrutar d la rutina, que muchos odian , pero en realidad porque son personas insatisfechas . Y si no están de ocio, no saben disfrutar .
    Hay muchos momentos en el dia a dia que son maravillloso. Lo ma importante es estar uno mismo bien, y asi se puede trasladar a los demás esa sensación.
    en realidad la rutina tiene su gran encanto y misterior, que hacen que la vida y su goce sea un milagro.
    Muchisimas felicidades por su gran reflexión.

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