Cuando Euskadi miraba para «este lado»

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“Gran parte de la sociedad vasca ha justificado la violencia, otra no la ha justificado pero ha ayudado a que la violencia haya durado tanto tiempo”. Esta tremenda acusación se realizó hace unos días en el transcurso del acto denominado Los valores de la autocrítica”, organizado por el Instituto de Gobernanza Democrática Globerance en el Museo de San Telmo de Donostia. Es uno de tantos juicios que se vierten alrededor del proceso de paz y convivencia en Euskadi, una de las muchas estridencias partidistas y mediáticas aceptadas con resignación por la mayoría social; pero falso, injusto y hasta calumnioso. ¿Cuál es el fundamento de este discurso culpabilizador? En mi opinión, se trata de insertar tramposamente en el relato de los años de violencia y en su evaluación ética que los vascos, en su conjunto y a reserva de determinar el grado de culpabilidad de cada uno, fuimos responsables directos o indirectos de aquella violencia, una certeza agradable para el Estado y los colectivos de víctimas. La idea es que cuanto más extendidas estén las complicidades del terror, más fácil puede resultar el cierre histórico de la violencia. Parece que consuela tener a todo el pueblo en el banquillo. Si esto es un macroproceso moral y político, es evidente que deja indefensos a tres millones de inocentes y perplejos ciudadanos.

Lo preocupante es la vocación de verdad absoluta que acompaña la culpabilidad social del terrorismo. Siendo indudable que hubo un sector que aprobó y hasta amparó las actividades terroristas de ETA, como también hubo quienes celebraron, aquí y en España, las réplicas violentas del Estado, nada induce a confirmar, salvo por mala fe o insidiosa desviación política, que los vascos apoyamos los asesinatos. Se nos dice, tópicamente: “Los ciudadanos miraban para otro lado”, pues mostraron con su pasividad un apoyo tácito a tantas salvajadas. ¿Y cómo llegan a semejante conclusión? ¿Por la soledad de las víctimas? ¿Porque las fechorías se realizaban en nombre del pueblo vasco? ¿Porque no salíamos a la calle a manifestar nuestra repulsa? ¿Porque no hubo delaciones? ¿O quizás es que leían nuestras emociones con su penetrante mirada de confesores de almas? Volvamos la vista a aquellos años.

Buscando culpables

Lo que otorga carta de naturaleza a la culpabilización colectiva del terrorismo es la insensibilidad institucional hacia las víctimas, algo que ya ocurría en los últimos años del franquismo y que se extendió con oprobio hasta 1993, momento en el que el PP, más por rédito electoral para acceder a la Moncloa que por justo compromiso hacia los damnificados, decidió poner sobre el tablero la protección y valor político de los masacrados por la violencia y sus familias. Desde entonces los partidos y la ciudadanía nos vimos envueltos en una continua convulsión emocional ante cualquier atentado, lo que implicaba una disposición explícita -mejor cuanto más airada- a manifestarse contra el uso de las armas. No mostrar repugnancia teatralizada o inmoderada en gestos equivalía a ser señalados por insensibilidad o cooperación con ETA. De hecho, la sociedad fue artificialmente fragmentada en tres grupos: los contrarios a la violencia, los favorables a la misma y una mayoría de equidistantes, cada sector con sus exactas siglas.
El desastre de aquella operación de culpabilización se ha prolongado hasta hoy por interés institucional y por influencia emocional de los medios que la activaron. Sabemos que existía una motivación electoral y que después, tras su total putrefacción, ha quedado desarticulada, excepto para sectores ultras. Fuimos manipulados entonces, como ahora acusados de justificación del terrorismo por un mismo propósito abyecto: que la clase política salvase su responsabilidad por su dejación de apoyo a las víctimas y se diluyese su fracaso por no haber dado solución al problema que germinó y favoreció la violencia. Los partidos, todos, han hecho causa común para cargar sobre los hombros de la ciudadanía un soporte a la violencia que ésta jamás otorgó y evitar así el juicio merecido por su torpeza y mezquindad de tantos años.

Durante el tiempo en que las víctimas estuvieron solas, la acción de calle de Gesto por la Paz, de raíz cristiana y plural en su composición ideológica, tuvo la osadía de expresar silenciosamente un rechazo, compartido por la sociedad, a la violencia. El acierto de Gesto fue hacer las cosas evidentes, que la ciudadanía vasca no miraba hacia otro lado, sino al único que le importó, el de la paz y el respeto a la vida y la libertad. Después de su soledad y el acoso sufrido por los sectores intransigentes, los partidos se pusieron detrás de la pancarta y ahora nos imputan por connivencia.

¿Y usted hacia dónde miraba?

España siempre consideró a la mayoría de los vascos cómplices del terrorismo, y de la sentencia sumarísima de entonces se funda la pretendida culpabilización actual. ¿Recuerdan cuando se atacaban los coches matriculados en Euskadi y bienes de nuestros ciudadanos en diferentes lugares de la geografía española? ¿Se acuerdan de cómo las empresas y los productos vascos fueron sistemáticamente boicoteados en el Estado durante años como expresión de nuestra responsabilidad por los crímenes de ETA? Ahora, con igual majadería y bastarda justicia, se aspira a escribir la historia de que Euskadi fue culpable de la violencia. Hemos heredado aquellos mitos y hoy se van a insertar como verdades en la fabulación canalla del relato.

¿Y qué querían entonces que hiciera la gente, convertirse en héroes? ¿Que acudiéramos a los funerales donde el dominio simbólico de los grupos fascistas, que patrimonializaban las exequias, podría confundirse con nuestra deseable solidaridad? ¿Cómo hacer patente la repugnancia al terrorismo en medio de aquella época crítica y confusa, en la que las autoridades huían por la puerta trasera de las iglesias o no se dejaban ver en los entierros por cobardía? ¿Y cómo mostrar con igual dureza el rechazo a la violencia de los que atentaban contra miembros de la Guardia Civil y Policía Armada y la que estos cuerpos ejercían salvajemente contra el pueblo vasco? Manifestaciones antiviolencia las hubo y numerosas, pero la política española homologó con malicia la oposición al terrorismo con apoyo a los métodos del Estado represor. Así era imposible que el dolor de la mayoría fuera emergiera con claridad.

El recuerdo de los años más violentos ha dejado una profunda huella de mentiras y equívocos que ahora se pretenden incorporar al relato, como ese gran embuste de que la gente miraba para otro lado, indiferente al sufrimiento. Si esta historia la escriben los líderes políticos resultará enteramente falsa. La ansiedad simbólica en la que se mueven los partidos pone de manifiesto su sentido de escapatoria del pasado. Frente a estas prisas y aspavientos, con los que se trata de aparentar lo que no hicieron durante tantos años, la gente no siente el complejo de culpabilidad de sus políticos y mira con recelo el patético espectáculo de la edificación de monumentos, memoriales y monolitos y la exageración de conmemoraciones, efemérides y actos públicos donde las autoridades compiten en quién se pone más solemne y adopta el gesto de mayor aflicción, un victimismo de pandereta. Quizás deberían encargar estos eventos a una compañía de teatro, si hay que dramatizar de cara a la galería. Un poco más de sinceridad y proporcionalidad emocional nos harían a todos el favor de no tener que soportar, además de la acusación general de culpabilidad, la hipérbole del dolor institucional que, en todo caso, llega tarde, mal y a rastras. Arreglen eso y déjennos en paz con sus querellas de poder y entierren con honra el pasado.

No, los ciudadanos vascos no fuimos culpables. Fuimos testigos de lo que no se hizo y de lo que se gestionó mal por la clase política frente a la violencia y por la atención de las víctimas. Tampoco fuimos héroes, porque no era esa nuestra misión, más allá de intentar vivir a duras penas y sobrevivir al fraude democrático de la transición. Mi sugerencia a la cúpula dirigente y a los autoinvestidos escribas del relato de la violencia en Euskadi, como propuesta de vida decente y una feliz convivencia en paz, es esta: seamos duros con el pasado, indulgentes con el presente y generosos con el futuro.

6 comentarios en «Cuando Euskadi miraba para «este lado»»

  1. Buena reflexión.

    Añado.

    He vivido años cantando de pequeñito en las fiestas del pueblo el «voló, voló, Carrero voló»

    He exclamado al igual que todo el entorno de mi pueblo de bizkaia (erdaldun por cierto) y gentes en Bilbao, de niño todavía, aquello de «algo habrán hecho» cuando se mataba a algún guardia civil, militar, político, empresario, etc

    Hemos visto con simpatía los zulos.

    Es decir, las cosas como son. Si ha habido una «simpatía» ante los hechos de «los chicos». Hay que decirlo. Es la verdad. Había un punto de aprobación. Se veía a los empresarios como ladrones. Había una dinámica cuasi-marxista incluso en entornos cercanos al clero. Los secuestros eran un «eso les está bien, por lo que habrá robado ese empresario cabr**»

    ¿No nos acordamos del «Aldaya, paga y calla»? No hace tanto tiempo.

    Y ni yo ni mi entorno éramos de Herri Batasuna. Ni de lejos. Había una mezcla de tolerancia contra todo lo que fuera España, empresariado, fuerzas del orden público, etc

    Es innegable. Eso si, no hemos apretado el gatillo. Pero las cosas son como son. Hasta Gesto por la paz, las cosas eran diferentes. Y mira que hubo años con más de 100 muertos. Eso son muchos muertos.

  2. En pleno siglo XXI sigue vigente aquello de que los vencedores, no importa que haya sido por la fuerza de las armas contra un pueblo de pocos habitantes e indefensos, son quienes escriben la historia con sus mentiras manipuladas …sin ninguna opción, tras el paso de muchas generaciones, que surjan los cambios necesarios para una feliz convivencia en paz entre pueblos distintos como son el español y el euskaldun…por ello su sugerencia de que seamos duros con el pasado, indulgentes con el presente y generosos con el futuro unidos al estado español suena a “MISIÓN IMPOSIBLE”…por lo tanto a los vascos solo nos queda la alternativa de lograr una “EUSKAL HERRIA ASKATUTA”

  3. Hacia mucho que no escribía por aquí, pero me ha parecido oportuno felicitarte y darte las gracias por este artículo de hoy. Llevo años diciendo lo mismo. Ya está bien de esa memez de que «mirábamos hacia otro lado». Por cierto, que he preguntado a muchos españolistas a ver qué narices significa exactamente esa frase, o bien que me digan qué cosas hacían los vascos españolistas que no hacíamos los abertzales para decir tal bobada y sentirse superiores moralmente. Ninguno, nunca, ha conseguido darme una respuesta ni medio coherente. Qué teníamos que haber hecho? Montar un «euskoGAL»? Hacernos todos españolistas? Ya, claro. Agur bero bat.

  4. Teo, muy sencillo, han habido miles de posibilidades para no mirar para otro lado. Uno, por ejemplo,no votar ni a PNV ni EH en el pacto de Lizarra. El PNV pactando con ETA, mientras ETA asesinaba a los no nacionalistas en el país vasco, no merece el voto de alguien que «no mira para otro lado».

    La que os espera a los «abertzales».

  5. «Parece que consuela tener a todo el pueblo en el banquillo.»

    A todo no, ya te gustaría a ti que el pueblo vasco fuera uno y sólo uno y nada más que uno.

    Se critica a la sociedad vasca en su conjunto. Dentro de esta sociedad está joseba Arregi. Se está metiendo a Arregui en el saco a pesar de que luchó contra ETA? No exactamente, Cualquiera que no sea nacionalista sabe que la sociedad vasca es plural y que en aquellos años se dieron muchas conductas diferentes ante la influencia de ETA.

    Pero la general fue la de mirar para otro lado. Y la siguiente la de apoyarlos.

    Los Arregis, pagazas y demás singularidades fueron excepción.

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