Epidemia de doctores: Euskadi, la enferma imaginaria

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Hay epidemia de doctores. Da igual que sean curas, sociólogos, políticos, periodistas, escritores, filósofos o gente sin oficio conocido; pero tienen en común el afán de pronosticar la enfermedad de nuestro país: “Euskadi es una sociedad enferma”, advierten. Nadie sabe con qué instrumentos, bajo qué fórmula de diagnóstico, en qué circunstancias realizaron la auscultación y quién les ha pedido la exploración de la salud de la comunidad. Sin embargo, todos se creen capaces y autorizados para emitir un juicio, condicionados por una perspectiva subjetiva de la realidad social y con una intencionalidad personal tan hostil que anula la validez de su dictamen, atrevido e indemostrable. El último en emitir su parecer ha sido el obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, habitualmente severo con quienes discrepan de las posiciones conservadoras de la fe católica. Tomando como referencia las elecciones del 20 de diciembre, el prelado ha dicho que “estos resultados reflejan una profunda crisis. Son el retrato de una sociedad enferma”. ¿Y por qué le disgustan? ¿Por radicales, por dispersos, por insensatos? ¿En qué síntomas del voto se atisba su trastorno? ¿Qué datos hubieran sido los óptimos para que no existiera patología?

Entiéndase que el sombrío diagnóstico sobre la salud de la comunidad no se refiere al estado físico de las personas. No habla de nuestra excesiva dieta o falta de cultura preventiva. Ni siquiera apela a las patologías psíquicas de la gente, a la propensión a la fantasía, angustias, paranoias o enajenaciones recurrentes. Quienes como Munilla hablan de la sociedad enferma están señalando el mal moral de todos o la mayoría, lo que hace menos creíble este diagnóstico. ¿Qué tipo de comportamiento malvado define la insalubridad espiritual de un país? ¿Qué proporción de ese pueblo debe ser éticamente corrupta para que el estigma sea generalizable? ¿La mitad, dos terceras partes, más de 10%? ¿Cómo se determinan esas magnitudes? ¿Quién posee el barómetro de la malignidad? ¿Existe la exacta ciencia moral? Sólo desde posiciones inquisitoriales y de una inexistente superioridad ética, autoatribuida por gurús y chamanes públicos, cabe sostener el trastorno subjetivo de Euskadi. Es ridículo insistir en semejante estipulación. Si ya es aventurado calificar con criterio una conducta personal, imaginen lo complicado de la evaluación de toda una colectividad humana.

Doctores tiene la sociedad

En Euskadi estamos acostumbrados a estos diagnósticos tras años de convivir con la violencia, por un lado, y los vigilantes de la verdad absoluta, por otro. Nos endosaron una responsabilidad y connivencia con el terrorismo que no existieron más que en una parte pequeña del país. Nos culpabilizaron por ello a fin de ocultar la ineptitud de los políticos. Intentaron quebrarnos ideológicamente para acusar al nacionalismo vasco de aquel drama. Hicieron trampas con la verdad. Nos llamaron cobardes, nos atribuyeron el miedo, nos manipularon. Nos maniataron la opinión con la excusa de las acciones de ETA. Nos calificaron entonces, como ahora, de ser una sociedad enferma.

Deberíamos guardar memoria de aquellos embustes. Están escritos sobre el barro de la miseria. Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral y Política de la UPV, declaró en su momento que “no basta con el fin de ETA para que Euskadi deje de ser una sociedad enferma”. Consuelo Ordoñez señaló en su día, y quizás aún lo mantiene, que “no me gusta en lo que se está convirtiendo la sociedad vasca. Creo que es cobarde y está enferma”. La catedrática y periodista Ofa Bezunartea se enrocó en igual diagnóstico al proclamar que “en el País Vasco hay una gravísima crisis moral propia de una sociedad enferma”. Gorka Maneiro, diputado de la cuasi extinta UPyD, nos regaló esta perla: “Euskadi es una sociedad abducida y enferma. Lastrada por ETA y sin apenas capacidad de levantar cabeza para cambiar radicalmente las cosas”.

También Alfredo Tamayo dijo en fecha dada, inspirado por sus hábitos de jesuita y la gracia divina, que “la sociedad vasca está enferma todavía, o al menos que hay muchos enfermos en la sociedad vasca y la patología que los genera es una determinada concepción nacionalista”. Sara Buesa, hija del asesinado dirigente socialista Fernando Buesa, afirmó hace poco que “somos una sociedad enferma con valores frágiles”. Del escritor Jorge Martínez Reverte recojo estas declaraciones: “Yo pienso que Euskadi alberga una sociedad enferma”.

Alfredo Retortillo, uno de los responsables del Euskobarómetro, también se adhirió al gran jurado del alma vasca al decir de Euskadi que “es una sociedad enferma, acostumbrada a vivir amputada, capaz de funcionar al margen del sufrimiento que tenga una parte de ella”. Y por supuesto, Joseba Arregi, muy desdibujado ahora en su rol de pontífice ético de nuestro país, a quien la evolución política ha dejado sin argumentos para sus filípicas, compartió muchas veces la visión de Euskadi como sociedad enferma. En esto solo le supera el filósofo Fernando Savater, quien decía que “en el País Vasco, la sociedad está putrefacta, no enferma”. La gran hemeroteca de Google nos proporciona un caudal inacabable sobre las proclamas de los inquisidores, que confundían sus disgustos políticos y personales con los avatares de una colectividad compleja como la vasca, cuya enfermedad era no comportarse de acuerdo con el buen juicio y santidad ideológica de los vicarios de España. Y así, hasta hoy.

Crítica de la sociedad contradictoria

Nada ni nadie puede sostener con certeza la enfermedad moral de Euskadi, ni ahora ni antes, porque ese pronóstico es cabalmente irrealizable. Cualquiera podría hacer un diagnóstico de la sociedad vasca, pero tendría que aceptar la precariedad de sus conocimientos y, en todo caso, la inexactitud de su resultado, tan desenfocado como la lupa del microscopio de su ideología. Quienes emiten esos juicios generales sobre nuestra salud no tienen ninguna intención clarificadora, sino agresora, al lanzarlos como piedras sobre los ciudadanos, a los que pretenden separar en pabellones de buenos y malos, tras un cordón sanitario. Solo faltaría que, además, decretasen sobre los segundos la obligación de superar una cuarentena y vacunarlos contra el virus de su solvencia democrática y libertad de pensamiento.

Es posible que seamos una sociedad contradictoria, con valores que se afirman y que en la práctica se niegan. ¿Acaso no es esta, la dificultad de la coherencia, condición común de los seres humanos? Somos como casi todas las comunidades modernas del mundo, tan capaces, tan paradójicos, tan frágiles… Puede que los mismos que prescriben nuestra enfermedad piensen que el planeta entero es un gran hospital de infectados.

Lo que veo, y no es un diagnóstico sino la mirada de un curioso impertinente, como el cervantino, es una sociedad a cuyos individuos les cuesta mucho comunicarse y expresar sus emociones. Somos un pueblo de tímidos, que confunde la discreción con el temor, un país de excesivas desconfianzas y agresivo en el trato y las relaciones. Esta patología social nos conduce a la soledad, a reducir nuestros vínculos y compromisos y a consolidar el individualismo como sistema vital, el mal de nuestra época. El prestigio de la soledad es el fracaso de la libertad: no podemos soslayar los riesgos de su ejercicio y vivir con el temor a sus errores.

Somos en exceso críticos con los espacios comunes y nuestras instituciones, de la familia a la política y la economía. Más preocupante es la propensión de los vascos a las apariencias en menoscabo de la autenticidad. El primer problema de identidad no lo tenemos con España, sino con el espejo y los escaparates. Nos ha enganchado la cultura de la imagen. Yo la conozco bien, con todas sus ramificaciones en la estética personal y su complicación en las relaciones afectivas. Por lo demás, la enfermedad del alma que nos imputan es imaginaria: no existe más que en la mente dolorida de unos doctores que no nos quieren sanos, sino indecentemente dóciles.

3 comentarios en «Epidemia de doctores: Euskadi, la enferma imaginaria»

  1. Muchas gracias por el artículo. Habia llegado a creer que era el único que se indignaba con los enfermos que nos analizan.
    Conoci intensamente a uno de los citados enfermos, ya fallecido.
    Por respeto a los muertost, no me explayare con los hechos de quien paso de coquetear con la teologia de la liberación a coquetear con Aznar.
    Estaba enfermo de odio, como su amigo Savater, pero a pesar de su sacerdocio no veia la viga en su ojo.
    Que descanse en paz porque la sociedad vasca está sana como una manzana de caserio.

  2. Tu diagnóstico de los diagnosgicadores es agudo y certero.
    De la sociedad vasca en general, supongo que abierto a discusión.
    Pero imagino que se trataba de hacer un retrato sin máscara de alguno de estos gurus mediáticos interesados en tener a todo u grupo humano sumiso y adaptado a la imagen de pais que mejor encaje en sus preferencias…
    En ese sentido tu ultimo parrafo es para enmarcar.

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