Euskadi, abierta y menguante

 

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EL FOCO

29 de septiembre 2016

Nuestro país acaba de salir de unas elecciones y acomete nuevas expectativas. Ya sabemos que nuestros principales problemas son el paro y una economía que no termina de crecer de forma equilibrada. Es lo que dice la gente, sus prioridades. Las elecciones han demostrado que, por un lado, somos un país muy plural, con 5 partidos en un parlamento pequeño; y, por otro, que somos un país de diálogo y acuerdo, porque nadie, gracias a Dios, tiene mayoría absoluta, que es el cáncer democrático, lo que nos exige alcanzar pactos. Es una gran cosa disponer de un sistema político plural y dialogante.

Sin embargo, tenemos un asunto delicado, de futuro, del que hablamos poco. Euskadi vive un invierno demográfico, algo más acusado que en otras sociedades europeas. Desde hace varios años, en Euskadi muere más gente de la que nace, es decir, el umbral de la población se sitúa por debajo de 2,1 hijos por mujer, valor que determina el punto de reposición.

Damos tanta importancia a los asuntos económicos que no reparamos en este aspecto central, quizás porque nos parece algo lejano. Hay muchas teorías demográficas y todas nos parecen complicadas. El mundo se ha abierto y las ha tumbado casi todas. Los datos vascos más recientes es que, pese a todo, Euskadi crece en población real. Exactamente, somos 3.362 personas más, en valor del año 2015. Esto ha sido posible gracias a la emigración, cuyo saldo es positivo para Euskadi. Y así, en Bizkaia, Gipuzkoa y Alava somos en total 2.173.210. Un pueblo pequeño, con poca masa crítica para mayores empresas, pero con todas las ventajas para ser una sociedad más justa, cercana, bien comunicada, de buena calidad de vida y relativamente feliz. Nuestras conquistas del mundo tendrán que ser más modestas que las de los países grandes, pero nos permite que sean muy cualitativas: hacer grandes pequeñas cosas es lo que nos corresponde por dimensión.

Los datos del Eustat (Instituyo Vasco de Estadística) señalan que durante 2015 llegaron de otras tierras unas 35.917 personas, y que otros 32.555 hicieron las maletas aquí y se fueron, maldita sea. El saldo, ya lo he dicho, es de 3.362 seres humanos más. Ganamos en población por el único motivo de la gente que viene de fuera y no porque nos encante ser madres y padres, que en eso salirnos perdiendo. Quiere esto decir que Euskadi es un país receptivo y tiene importantes atractivos. Gipuzkoa, ganó en 1782 personas, Bizkaia en 941 y Alava 639. ¿Qué han visto en nuestro país, qué ventajas, qué buscan, cuáles son sus sueños y esperanzas? Me gustaría saberlo. También me gustaría saber, y no por curiosidad, por qué 11.990 personas se nos han ido al extranjero y 20.565 a otros puntos del Estado.

Nadie se marcha o viene por placer, no van o vienen de vacaciones. Casi siempre es por trabajo o decisión familiar. Viajar y cambiar de lugar es bueno, pero también es un desgarro. Abre nuevos mundos y cierra los anteriores. Se trata de un fenómeno social que produce cambios profundos en las personas y favorece esa maravilla de conocer otras culturas, otras personas, otras oportunidades. Es renacer, con el desagarro de lo que se deja.

Por no marear con más datos, de las 35.917 personas que se han quedado a vivir aquí, 14.405 son extranjeros, y las otras 21.512 vienen de otras tierras del Estado español. Son nuestros nuevos vecinos. Son, en muchas ocasiones, quienes cuidan de nuestros mayores, quienes limpian nuestras casas, los que nos atienden en las tiendas, quienes hacen los trabajos que no parece que queramos hacer nosotros. Es muy injusto que se diga de estas personas que nos quitan el trabajo, que vienen porque aquí tenemos un sistema de protección social envidiable (la RGI), que vienen a aprovecharse de nuestro buen sistema sanitario, a ocupar las aulas de nuestros colegios, que vienen a vivir sin trabajar. Es de las cosas más injustas que se pueden decir.

Las personas emigrantes aportan mucho más de lo que reciben. Ya hay estudios serios que confirman esta afirmación. Una sociedad inteligente cumple su alto nivel de desarrollo siendo una comunidad abierta. Y esto es hoy Euskadi. ¿Os acordáis cuando, en la década de los 80 y siguientes, la gente huía de Euskadi? Pues no es muy diferente ahora que antes; pero entonces padecimos una crisis industrial terrible que hizo que miles de personas, ya jubiladas y prejubiladas de nuestros sectores tradicionales, regresaran a sus tierras de origen. Sí, y había otros motivos, como la violencia, pero aquello no produjo el éxodo del que se habló de forma exagerada y muy interesada políticamente.

Euskadi pone de manifiesto su buena salud con su actitud receptiva, siendo una sociedad abierta. Pero es obvio que, al mismo tiempo, somos un país menguante, lo que es más grave como  país muy pequeño. ¿Qué ocurre con la natalidad vasca? ¿Por qué somos uno de los países europeos con menor tasa de natalidad, de los más envejecidos? En definitiva, ¿por qué los vascos y las vascas no quieren tener hijos o, a lo más, tienen un hijo, y tarde?

Seguramente, no tenemos una política de natalidad integral suficiente que aborde la cuestión del envejecimiento del país. Vamos a una sociedad anciana. Las políticas de natalidad son una estrategia conjunta. Son un proyecto de supervivencia. Intervienen en todo lo que afecta a los motivos por las cuales la gente, esencialmente las mujeres, deciden tener descendencia o no. En las políticas de natalidad se dan cita las expectativas de empleo, su estabilidad, su retribución, las políticas de vivienda, las de protección social, las medidas de conciliación del trabajo y la familia, las infraestructuras escolares, los incentivos económicos, la flexibilidad de horarios, las políticas fiscales… muchas cosas, demasiadas cosas. Y todas son importantes.

Tenemos que tomarnos más en serio nuestro invierno demográfico. Es muy grave. Somos un país menguante. Y corresponde a las autoridades, pero también a la sociedad, formada por todos y cada uno de los ciudadanos, una conciencia de que los hijos no sólo son el resultado de una decisión afectiva, sino también quienes nos tienen que heredar y continuar como país. Es un aspecto central de la autoestima colectiva. No hay conciencia demográfica en Euskadi. Estamos demasiado satisfechos. Hay poca nupcialidad, de la que se deriva indirectamente la decisión de la paternidad/maternidad. Hay excesiva tendencia al individualismo. En fin, asuntos complejos que tienen que ver con la libertad personal. Hay formas de estímulo de la natalidad. Varios países europeos han puesto en marcha medidas favorecedoras, con buenos resultados.

Yo pondría entre las prioridades del lehendakari Urkullu una estrategia potente, coherente, duradera, integral y consensuada de natalidad y familia. Porque no hay futuro para un país que envejece. Porque, simplemente, desaparecemos.

Hasta el próximo jueves.

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La tele tripolar

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Tres por la tarde

El sueño de todo programador es crear un género que supere a Sálvame, rey de las tardes y algunas noches. De momento, nadie lo ha conseguido. ¿Qué puede ser más apetitoso que los chismes de alcoba y la profanación de la privacidad? La televisión vasca fue capaz de 2004 a 2010 con la tertulia Pásalo, presentada por Adela González e Iñaki López, arrolladores y convincentes, que rompieron los audímetros demostrando que era posible derrotar a la murmuración como entretenimiento popular con una oferta atrevida, en ocasiones dura y jocosa a veces. Hasta que llegó Patxi López y fulminó con su torpeza aquel éxito. El mazazo fue duradero, porque nunca después ETB ha recuperado el liderazgo vespertino y arrastra desde entonces su ansiedad por esa franja. Vuelve ahora a intentarlo con una propuesta épica, ¡Qué me estás contando!, síntesis y evolución de muchas experiencias y que va en serio contra cotillas y chismosos de Telecinco y a competir con La Sexta y su buen pulso en los debates.

QMEC es un magazine tripolar: tres secciones, tres presentadores y tres estéticas, distintas pero compatibles y solapadas. Y entre los tres se racionan equitativamente las cuatro horas del programa. Al nuevo, Jon Aramendi, algo acartonado todavía, tiene asignados los temas livianos que bordean lo frívolo. En este punto el debate es de sofá y distendido. Luego viene Adela con los asuntos sociales, de seguridad, salud y conflictos de vecindad. Puro servicio público. Entonces la tertulia cambia de registro y adopta un tono intensivo. Y la última parte es para Klaudio Landa con el diálogo político y sus complicados equilibrios. ¿Muchas cuerdas para un violín? Quizás, pero la apuesta es la variedad y el ritmo presto, con el riesgo de exceso de ligereza. Ser contenedor de todo, humor y gastronomía incluidos, tiene sus límites.

¡Qué me estás contando! es la nueva alternativa para una tarde respetable: usted elige entre diarrea con Belén Esteban o digestión a gusto. Como en la vida bien aprovechada, quédese con quien sólo pueda quererle mucho.

 

Anatomía de una violación colectiva

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EL FOCO

Onda Vasca

22 de septiembre 2016

Ocurrió el 7 de julio, San Fermín, en Iruña. Al albur de las fiestas, la noche y el alcohol, cinco jóvenes andaluces violaron a una joven. Según la investigación, el grupo de los cinco obligaron a la mujer a entrar en un portal y allí, uno a uno, consumaron la salvajada. Los responsables llegaron a grabar vídeos de su hazaña. Y desde entonces, tras la detención de los presuntos culpables, estamos asistiendo a la escenificación de la defensa de los violadores a cualquier precio.

Nadie duda de que todas las personas tienen derecho a la defensa ante la justicia; pero ésta tiene sus límites en la dignidad de la víctima. Y en el respeto a cierta ética. No estamos en una de esas películas americanas de tribunales, donde los abogados defensores y los fiscales dirimen la suerte de la acusación y de la víctima a base de triquiñuelas y de mentiras, como una intriga, como una disputa de habilidades dialécticas. Esto es un hecho real y hay mucho en juego.

Los abogados defensores han declarado que un vídeo grabado por uno de los detenidos podría desmontar la acusación y demostrarse que la mujer consintió mantener relaciones con los cinco hombres simultáneamente. Y aquí está la cuestión: ¿Alguien puede creer que una mujer puede libremente aceptar mantener relaciones sexuales con cinco hombres y en la sordidez de un portal de un edificio? ¿Alguien lo cree de verdad?

Alguien podría responder diciendo que en una situación de inconsciencia por consumo excesivo de alcohol podría ser veraz el consentimiento de la mujer. Y pregunto: ¿No es violación que cinco hombres, en grupo, hagan uso de su poder de superioridad sobre una mujer ebria? Esa joven no era libre y de eso se aprevecharon esos canallas. ¿Qué clase de hombres aprovecharían la circunstancia para obtener de una mujer lo que, en conciencia, la mujer no donaría? ¿Qué clase de hombres aprovecharían su mayoría para forzar a una joven en ese estado? Solo por esto, el suceso es un claro delito de violación. Algunos hombres solo llegan a ser machos cuando fuerzan a una mujer en grupo y con la conciencia de ella inhibida por la bebida. ¡Qué grandes y soberbios ejemplares del género masculino!

Esto no es un tribunal. No estamos haciendo de jueces, ni de fiscales. Eso lo harán los tribunales correspondientes en su momento. No vamos a interferir no hacer juicios paralelos. Pero nos cabe el derecho del reproche humano, como seres humanos civilizados que conviven bajo ciertas normas de respeto y con unos derechos inalienables. El juicio social de las acciones éticamente punibles pertenece a las sociedades democráticas y es un derecho que no se vincula a los tribunales, pero que nace de la conciencia de seres civilizados que, con la información veraz de los hechos y sobre la base de unos valores absolutos e irrenunciables, toma partido por las víctimas de las acciones violentas o abusivas de otros. Es, por así decirlo, una acción defensiva y también preventiva de nuestra condición de seres humanos dignos.

Uno de los acusados ha declarado al juez: «Ella dijo que podía con dos, con cinco o lo que hiciera falta«. Fijaos bien lo que dice. Este hombre toma la frase supuestamente dicha por ella para justificarse. Una bravata, o una tontería dicha en un momento dado y en su contexto de cachondeo, equivalían para este hombre y sus compañeros de juerga como derecho al asalto sexual.

Este mismo hombre ha relatado también: «La conversación se fue calentando y le dije que no estaba con un sevillano normal, yo soy cinturón negro comiendo coños», le dijo el acusado, a lo que ella respondió «que las cosas habría que demostrarlas». De nuevo aquí se aprecia cómo el derecho a la libertad sexual queda abolido por una par de tonterías dichas en un entorno festivo de excesos verbales y gestos que no soslayan el derecho superior a ser respetada.

Para colmo, este hombre ha declarado que «en ningún momento la hicimos sentir mal, no sabemos si la sentó mal la forma que casi no nos despedimos, pero ese gesto lo estamos pagando con creces». Pero, ¿cómo se puede denigrar a la víctima de esta manera? Cinco hombres al asalto sexual y dice este joven que no la hicieron “sentir mal”. Es insultante y denota la catadura moral de los acusados y hasta qué punto estos hombres tienen interiorizado que el flirteo equivale a un explícito derecho al asalto sexual colectivo. ¡Los derechos no prescriben por una o dos tonterías dichas! Y esto lo sabemos por el juego habitual de las relaciones entre mujeres y hombres en los ámbitos festivos!

Y más aún. Unos amigos de los acusados han subido un peldaño más el arte de la justificación de la fechoría, al decir que sus cinco amigos “eran muy simpáticos, que ligaban mucho y que no tenían necesidad de violar a nadie». Hombre, eso sí que tiene gracias. Solo le ha faltado decir que le han hecho un favor a la mujer violada. Este tipo de argumentarios hunde sus raíces en la peor cultura machista, que se cree superior en su brutalidad a los derechos de las mujeres.

La defensa de los violados se ceba en la víctima, al argumentar que “existen demasiadas contradicciones”. Oiga, usted señor abogado. ¿Cree que una mujer que ha sido forzada por cinco hombres a turnos puede hacer un relato con toda coherencia en su estado de shock? Lo normal es que algunas cosas quizás no encajen. Pero los testigos, la declaración de la víctima y los forenses apuntan, inequívocamente, a una violación en toda regla, sin ninguna duda.

Quiero apuntar otro factor: las denostadas cámaras. Esas cámaras que están por todas partes y de las que nos quejamos porque nos ven por la calle y nos roban nuestra intimidad, incluso cuando nos rascamos el culo, esas cámaras son el principal apoyo de la víctima y lo que más puede hacer para condenar a los violadores. La víctima describió ante la Policía a los asaltantes y gracias a las cámaras situadas en el recorrido del encierro se pudo localizar a los ahora detenidos.

También los teléfonos móviles han aportado lo suyo. En una grabación de los propios acusados se puede apreciar cómo éstos se reían de la víctima y se animaban y jaleaban entre sí esperando y reclamando turno. Porque claro, ¿qué es una hazaña sexual si no lo cuentas a tus amigos? Porque esta es la forma de entender a las mujeres por parte de este tipo de hombres: la mujer como un trofeo de caza, motivo de orgullo y hombría. No la llegaron a pegar, menos mal. ¡Qué falta hacía entre cinco! Bastó con sujetarla por las caderas y por los hombros, mientras comenzaba el turno salvaje de la violación.

Algo habrá que aprender de este suceso trágico. Nos conmovemos por la víctima, pero con la misma intensidad debemos requerir el más justo de los castigos para los culpables, a la vez que se desmonten los argumentos y las actitudes que, de una u otra manera, favorecen las violaciones: el dominio que algunos hombres creen tener sobre las mujeres y la degradación sexual en el ámbito festivo. Hay límites. También límites en la defensa de los culpables que intentan convertir a la mujer violada en la responsable de su propia tragedia. No sé qué es peor: si la violación sexual o la violación moral de la víctima.

Hasta el próximo jueves.

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Van a por usted

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Van a por usted. Si es de los que aún vacilan con su voto para este próximo domingo, sepa que todo el tinglado de la campaña, con su publicidad colorista, carteles, rosas, caramelos, ruidosas caravanas y sonrisas de diseño, se ha creado para usted. Es verdad que los partidos se afanan también en fidelizar a los convencidos, pero priorizan su esfuerzo sobre ese 15% de inseguros. Igualmente, los debates, al margen de su espectáculo banal, sitúan la diana en este grupo, tan escéptico como diverso. Algo de persuasión habrán desplegado los debates de ETB, con buenas audiencias, sin que sepamos cuántos de los dudosos se asomaron a estas batallas de gestos y palabras, ni a quién se le ocurrió la chorrada de las preguntas secretas de un candidato a otro.

Los debates los ganó Urkullu con cierta claridad, sin entusiasmo. Proyectó confianza y un diagnóstico creíble de Euskadi. El lehendakari es hombre templado, previsible y no perdió el control por mucho que sus rivales le acosaran con tácticos ataques. Sorprendió Miren Larrion por su solvencia intelectual e inédita humildad, si bien, como el candidato del PNV, exhibe un bajo perfil emocional, con dificultad para expresarse de corazón. A Mendia le va mal su inapelable rictus y aún peor su escaso argumentario y agresivo desprecio al euskera. Zabala es dulce y valiente, pero inexperta y su tenacidad por estar a la altura es más que digna. Alonso le hizo el favor de usurparla su condición de víctima del terrorismo y obtuvo el silencio más estruendoso de estos comicios que bien podría valer un buen puñado de votos.

No han sido debates decisivos, porque no existen. ¡Que no! ETB2 presentó el del jueves como “el debate decisivo”. Por favor, eso es propaganda engañosa. La voluntad humana es una maquinaria compleja y simple a la vez que no se determina tocando una única fibra en un instante dado. Arriesguen los candidatos a jugar sus cartas de la verdad. Como decía la hermosa canción de Abba, “el juego está otra vez en marcha y el ganador se lo lleva todo, el perdedor tiene que caer”.

El niño-torero sin la cara pixelada

EL FOCO

15 de septiembre 2016

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El pasado martes los periódicos vascos sacaron en portada a un niño. Esto suele ocurrir en casos trágicos: a Aylan Kurdi, de tres años, le mostraron ahogado en una playa de Turquía, tumbado boca abajo; Omran Daqneesh, de cinco años, fue portada en todo el mundo, aturdido y roto, cubierto de polvo y la cara ensangrentada, sentado en la silla naranja de una ambulancia en Alepo. A los niños de los famosos, en las revistas del corazón, les suelen sacar con la cara pixelada, porque la ley obliga a proteger su identidad y su derecho a la intimidad. A las niñas del rey de España, no: estas salen con sus mejores galas y repeinadas, porque se supone que su imagen se publica bajo consentimiento de sus padres y por pura propaganda monárquica, para transmitir la imagen de la continuidad de la tradición de la corona. La verdad es que no entiendo esto del pixelado a unos niños sí y a otros no. Al menos el pixelado es una forma más sutil y estética que hace un tiempo, aquella banda negra que se les colocaba sobre los ojos como si fuesen delincuentes o demonios.

A Alberto Donaire, de 11 años, no le pixelaron la cara los periódicos de aquí. Simplemente, le encumbraron como noticia del día dando unos capotazos a un becerro, con aires de torero adulto. ¿Era noticia Alberto porque era una nueva o estrella o un héroe? ¿O porque hubiera sido víctima de algún tipo de violencia? ¿O era más bien porque se trataba de un niño raro que quiere ser torero? La foto y la noticia sobre este niño me perturbaron, porque no entendía muy bien la razón periodística por la que los medios pusieran tanto empeño en esta noticia. Me pareció ligeramente frívolo. Y con los niños, creo yo, no se frivoliza, salvo que la sociedad haya perdido el norte y sus prioridades éticas. ¡Dime cómo tratas a tus niños -y a tus mayores- y te diré en qué clase de sociedad vives!

A los 11 años los niños y las niñas están en el apogeo de su fantasía y sus sueños. Es cuando forjan lo que quieren ser de mayores. Unos aspiran a ser bomberos, médicos, aventureros, astronautas, inventores, o puede que políticos. No sabía que había niños que, como Alberto, quisieran ser toreros. Los hay. Dependen en qué ambiente y familia se estén criando. Es poco moderno querer ser torero, como soñar con ser misionero, o monja, que ya no se llevan, porque son lo contrario del heroísmo. Cosas de gente rara, bastante frikis. Una de las ocupaciones a las que aspiran los niños es a ser veterinarios, médicos de los animales. Lo dicen muchos. Y me pregunto: ¿cómo es que un niño quiera ser torero, o matarife, cuando muchos quieren ser veterinarios? No creo que haya personas más conscientes de sufrimiento de los animales que los niños.

No es mi intención abrir aquí el debate toros sí-toros no. Esta es una cuestión que está en nuestra sociedad y que está adquiriendo un eco importante. Será lo que la gente quiera que sea. Pero lo del niño-torero da que hablar y que pensar.

El hecho es que el Ayuntamiento de Karrantza, en Bizkaia, suspendió un festejo taurino en el que estaba previsto que actuara Alberto Donaire, de 11 años. El Consistorio no tenía noticias de este festejo y, a instancias del Colectivo Antitaurino y Animalista de Bizkaia (CAAB), no se dio autorización, aplicando el reglamento vasco de Espectáculos Taurinos, de 2008, en el que se recoge la imposibilidad legal de que los menores de 16 años participen en un acto de este tipo. Causa estupor que el Ayuntamiento desconociera la celebración de este evento, previsto para el pasado domingo. Y que tuviera que mediar una denuncia previa para que el menor no participara en él. La ley en Euskadi señala taxativamente que no puede inscribirse en las escuelas taurinas –que las hay, como formidable paradoja de una sociedad pretendidamente ética- a los menores de 12 años. Y hasta los 16 no se les permite participar en espectáculos con ganado vivo.

La noticia se extendió a todos los medios: hay un niño torero en Bizkaia. Suena raro, suena incluso un poco exótico. Y ahí le han sacado en la prensa y hasta en la tele. Se ha visto como algo curioso y puede que hasta simpático. No sé. Mi perspectiva es diferente.

Hay dos dimensiones. La estrictamente educativa, relativa a la formación de este crío. Y la social o pública. En lo educativo, tendríamos que ver si cabe que un niño sea instruido para llegar a ser torero. Hay una cierta coherencia en este caso, porque el padre de Alberto fue novillero durante muchos años y, obviamente, ha inoculado en la mente de su vástago la afición a los toros. Suele ocurrir en todos los ambientes. Toreros de hoy fueron niños-toreros. El asunto es complicado, porque se trata de una afición sangrienta, de dudosa ética. Me atrevería a decir que hay motivos para cuestionar al padre y retirarle la custodia de su hijo, por inducir al menor a una actividad que pone en riesgo su vida y le infunde valores antisociales. En suma, le estigmatiza. Pero las corridas de toros son, todavía, una actividad legal y cuenta con no pocos partidarios. También aquí.

Y desde el punto de vista público, habría que discutir si se debe poner en la tribuna a un niño que tiene una afición tan exótica como ser torero. Alberto ya es un niño famoso. Gracias a los periódicos y a la tele. ¿Es aceptable? En primer lugar a los niños hay que protegerles de la terrible influencia de la fama, porque este hecho prematuro ocasiona males psicológicos profundamente negativos e irreversibles. Hay miles de casos en el mundo del cine y la música. Hemos discutido los programas de la tele en que los protagonistas y estrellas son los niños. También en este caso es discutible el tratamiento informativo del niño torero. Se ha frivolizado por un lado y, por otro, se le ha lanzado a una fama social de la que puede salir malparado.  

No es una buena noticia un niño torero. Es malo, creo yo, que su padre le promocione como tal; pero es peor que se le lance al estrellato como un personaje, sin contar sus pocos años y su inmadurez. Hay que dejar en paz a los niños, que jueguen, que se diviertan, que aprendan, que sueñen, que crezcan… pero no les contaminemos con nuestras violencias. Allá el padre con sus cosas. Pero una sociedad madura no puede ver con indiferencia, y menos con simpatía o curiosidad, que un niño quiera ser torero y se vista de matador de toros e imite a sus mayores en los quehaceres de un espectáculo sangriento.

¿Quién quiere este cruel futuro para un niño?

Hasta el próximo jueves.

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