El niño-torero sin la cara pixelada

EL FOCO

15 de septiembre 2016

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El pasado martes los periódicos vascos sacaron en portada a un niño. Esto suele ocurrir en casos trágicos: a Aylan Kurdi, de tres años, le mostraron ahogado en una playa de Turquía, tumbado boca abajo; Omran Daqneesh, de cinco años, fue portada en todo el mundo, aturdido y roto, cubierto de polvo y la cara ensangrentada, sentado en la silla naranja de una ambulancia en Alepo. A los niños de los famosos, en las revistas del corazón, les suelen sacar con la cara pixelada, porque la ley obliga a proteger su identidad y su derecho a la intimidad. A las niñas del rey de España, no: estas salen con sus mejores galas y repeinadas, porque se supone que su imagen se publica bajo consentimiento de sus padres y por pura propaganda monárquica, para transmitir la imagen de la continuidad de la tradición de la corona. La verdad es que no entiendo esto del pixelado a unos niños sí y a otros no. Al menos el pixelado es una forma más sutil y estética que hace un tiempo, aquella banda negra que se les colocaba sobre los ojos como si fuesen delincuentes o demonios.

A Alberto Donaire, de 11 años, no le pixelaron la cara los periódicos de aquí. Simplemente, le encumbraron como noticia del día dando unos capotazos a un becerro, con aires de torero adulto. ¿Era noticia Alberto porque era una nueva o estrella o un héroe? ¿O porque hubiera sido víctima de algún tipo de violencia? ¿O era más bien porque se trataba de un niño raro que quiere ser torero? La foto y la noticia sobre este niño me perturbaron, porque no entendía muy bien la razón periodística por la que los medios pusieran tanto empeño en esta noticia. Me pareció ligeramente frívolo. Y con los niños, creo yo, no se frivoliza, salvo que la sociedad haya perdido el norte y sus prioridades éticas. ¡Dime cómo tratas a tus niños -y a tus mayores- y te diré en qué clase de sociedad vives!

A los 11 años los niños y las niñas están en el apogeo de su fantasía y sus sueños. Es cuando forjan lo que quieren ser de mayores. Unos aspiran a ser bomberos, médicos, aventureros, astronautas, inventores, o puede que políticos. No sabía que había niños que, como Alberto, quisieran ser toreros. Los hay. Dependen en qué ambiente y familia se estén criando. Es poco moderno querer ser torero, como soñar con ser misionero, o monja, que ya no se llevan, porque son lo contrario del heroísmo. Cosas de gente rara, bastante frikis. Una de las ocupaciones a las que aspiran los niños es a ser veterinarios, médicos de los animales. Lo dicen muchos. Y me pregunto: ¿cómo es que un niño quiera ser torero, o matarife, cuando muchos quieren ser veterinarios? No creo que haya personas más conscientes de sufrimiento de los animales que los niños.

No es mi intención abrir aquí el debate toros sí-toros no. Esta es una cuestión que está en nuestra sociedad y que está adquiriendo un eco importante. Será lo que la gente quiera que sea. Pero lo del niño-torero da que hablar y que pensar.

El hecho es que el Ayuntamiento de Karrantza, en Bizkaia, suspendió un festejo taurino en el que estaba previsto que actuara Alberto Donaire, de 11 años. El Consistorio no tenía noticias de este festejo y, a instancias del Colectivo Antitaurino y Animalista de Bizkaia (CAAB), no se dio autorización, aplicando el reglamento vasco de Espectáculos Taurinos, de 2008, en el que se recoge la imposibilidad legal de que los menores de 16 años participen en un acto de este tipo. Causa estupor que el Ayuntamiento desconociera la celebración de este evento, previsto para el pasado domingo. Y que tuviera que mediar una denuncia previa para que el menor no participara en él. La ley en Euskadi señala taxativamente que no puede inscribirse en las escuelas taurinas –que las hay, como formidable paradoja de una sociedad pretendidamente ética- a los menores de 12 años. Y hasta los 16 no se les permite participar en espectáculos con ganado vivo.

La noticia se extendió a todos los medios: hay un niño torero en Bizkaia. Suena raro, suena incluso un poco exótico. Y ahí le han sacado en la prensa y hasta en la tele. Se ha visto como algo curioso y puede que hasta simpático. No sé. Mi perspectiva es diferente.

Hay dos dimensiones. La estrictamente educativa, relativa a la formación de este crío. Y la social o pública. En lo educativo, tendríamos que ver si cabe que un niño sea instruido para llegar a ser torero. Hay una cierta coherencia en este caso, porque el padre de Alberto fue novillero durante muchos años y, obviamente, ha inoculado en la mente de su vástago la afición a los toros. Suele ocurrir en todos los ambientes. Toreros de hoy fueron niños-toreros. El asunto es complicado, porque se trata de una afición sangrienta, de dudosa ética. Me atrevería a decir que hay motivos para cuestionar al padre y retirarle la custodia de su hijo, por inducir al menor a una actividad que pone en riesgo su vida y le infunde valores antisociales. En suma, le estigmatiza. Pero las corridas de toros son, todavía, una actividad legal y cuenta con no pocos partidarios. También aquí.

Y desde el punto de vista público, habría que discutir si se debe poner en la tribuna a un niño que tiene una afición tan exótica como ser torero. Alberto ya es un niño famoso. Gracias a los periódicos y a la tele. ¿Es aceptable? En primer lugar a los niños hay que protegerles de la terrible influencia de la fama, porque este hecho prematuro ocasiona males psicológicos profundamente negativos e irreversibles. Hay miles de casos en el mundo del cine y la música. Hemos discutido los programas de la tele en que los protagonistas y estrellas son los niños. También en este caso es discutible el tratamiento informativo del niño torero. Se ha frivolizado por un lado y, por otro, se le ha lanzado a una fama social de la que puede salir malparado.  

No es una buena noticia un niño torero. Es malo, creo yo, que su padre le promocione como tal; pero es peor que se le lance al estrellato como un personaje, sin contar sus pocos años y su inmadurez. Hay que dejar en paz a los niños, que jueguen, que se diviertan, que aprendan, que sueñen, que crezcan… pero no les contaminemos con nuestras violencias. Allá el padre con sus cosas. Pero una sociedad madura no puede ver con indiferencia, y menos con simpatía o curiosidad, que un niño quiera ser torero y se vista de matador de toros e imite a sus mayores en los quehaceres de un espectáculo sangriento.

¿Quién quiere este cruel futuro para un niño?

Hasta el próximo jueves.

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