Nochevieja: ruinas tras la batalla

EL FOCO

Onda Vasca, 29 diciembre 2016

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La imagen de un Arenal y Casco Viejo de Bilbao, así como de otros espacios públicos en diversas ciudades y pueblos, arrasada de basura, botellas, vasos, suciedad y un terrible olor a alcohol y vomitonas ha sido el retrato, un año más, de la jornada festiva de la Feria de Santo Tomás, preámbulo de las navidades. Por ser ya una imagen habitual, no nos ha llamado la atención, ni nadie ha montado un escándalo. Se da por inevitable y previsible. Simplemente, llegan las brigadas de limpieza y nuestras ciudades recuperan su aspecto normal.

Lo más probable es que la celebración de la Nochevieja traiga consigo imágenes similares o aún peores, en la medida en que la fiesta salga a las calles y se exteriorice fuera de los locales sonde se celebran cenas y cotillones excesivos de ruido, cohetes y alcohol a mansalva. Y volveremos a lamentarnos de que estas cosas ocurran, de los destrozos y las ruinas que dejan en los bienes públicos y, lo que es peor, en las personas estas formas exageradas de diversión. El modelo es: mucho ruido y todos los excesos posibles, como si los decibelios, las cosas rotas y la exhibición de lo bien que supuestamente lo pasamos fueran, en sí mismos, lo que da medida de la fiesta.

¿Cuántos destrozos y accidentes, cuántas agresiones de todo tipo, vamos a tener que lamentar el día de año nuevo? Eso es lo que tememos, en medio de las ilusiones del nuevo año.

La fiesta es necesaria. La necesitamos para justificar el objetivo de nuestra propia existencia. La fiesta es la organización de la alegría.

El debate sobre el modelo festivo es recurrente y antiguo y no parece encontrar una alternativa, a pesar de que hay expertos e instituciones que estudian promover otras formas de vivir la fiesta. ¿Qué es lo que ocurre? En primer lugar, es un problema complejo, con muchas derivadas. Es todo menos simple. Lo más fácil sería criminalizar a un sector de nuestra juventud y señalar sus desmesuradas formas festivas. Y también sería muy fácil culpabilizar al consumo del alcohol como la raíz de todos los males. Así, sin más.

¿Es un problema de pocos participamos del exceso de nuestro modelo festivo? Creo que las dos cosas. Es verdad, que quienes llevan a cabo excesos de ruido y realizan actos incívicos son pocos, en comparación con la mayoría que se comporta como es debido. Pero no es menos cierto que son muchos más quienes participan en ensuciar y hacer más ruido del necesario en los espacios públicos.

En mi opinión, hay como una infantilización generalizada de vivir la fiesta, sea cual sea. En algunos ambientes, se impone el modelo de Resacón en las Vegas, esas películas, que tanto gustan a muchos de nuestros jóvenes, en las que una cuadrilla lleva a cabo una despedida de bodas, o un cumpleaños, y que culmina con unas tremendas borracheras y una serie de excesos y gamberradas que servirán de recuerdo y de risas de la cuadrilla durante muchos años. Se ha impuesto la fiesta gamberra. No sería problema si no tuviera consecuencia para otras personas o para los bienes público o privados. Si no tuviera más consecuencia que las risas de los participantes.

En eso consiste la infantilización festiva: en comportarse irresponsablemente y en hacer mucho ruido, sin importar las molestias. Porque nos consideramos que, como los niños, se nos puede perdonar, porque todo nos está permitido. Y divertirse, a costa de lo que sea, es lo que cuenta

El descomunal consumo del alcohol está en el fondo de la cuestión; pero también forma parte de la infantilización de las conductas: carecer de control, no saber poner freno a las cosas, obviar las consecuencias… Sin embargo, el tema del alcohol es más bien una pandemia que afecta a nuestra cultura y es tan grave y a la vez tan normal que rebasa esta mirada de El FOCO.

Lo que me preocupa en nuestros comportamientos festivos, de Navidades y de otros momentos, es la capacidad de activar determinados excesos cuando estamos en manada y, sin embargo, nuestra falta de diversión creativa en soledad. Uno está más tiempo solo que acompañado, así que conviene saber pasarlo bien cuando estamos a solas con nosotros mismos. Esta ineficacia de diversión personal es la que me preocupa. Y quizás esto explica que para la diversión necesitemos al grupo, donde podemos terminar, en algunos casos, perdiendo el control.

Divertirse es un acto de la alegría que habita en cada uno. La alegría de vivir, por lo más sencillo a lo más grande, está en nosotros o no existirá en grupo. Yo me centraría en este problema como causa de fondo de la ruidosa y descontrolada forma de divertirse. Pero esto nos llevaría no sé si a la psicología. O a mucho más.

Que la fiesta de Noche vieja sea feliz y no tanto ruido y desmadre. Que deje momentos felices y los compartamos con la gente que queremos. En medio de todo eso, yo brindaré por todos los que, siendo felices o siendo infelices, cruzarán y cruzaremos el 2017 en soledad. Brindo por ellos.

Feliz año, y hasta el próximo jueves!

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Un comentario en «Nochevieja: ruinas tras la batalla»

  1. Atinado José Ramón una vez más sobre aquello sobre lo que la mayoría mira hacia otro lado.. Molesta cuestionar tal status quo. Pero el rey sigue estando desnudo… Tu cruzada contra el modelo fiesta-alcohol es tan solitaria como procedente. Dena dela, urte berri on!!

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