En un pequeño país que construía en las laderas

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EL FOCO

ONDA VASCA, 19 enero 2017

Pues verán ustedes: Euskadi es como es. Tenemos montes y llueve mucho, bendito sea. Y como hay montes, hay desniveles y no tenemos más remedio que construir las casas y los caseríos en sus laderas, dejando por encima de ellas o tras ellas bosques de árboles, que tenemos muchos y que son parte de nuestra riqueza natural, que disfrutamos y presumimos. Y esto ocurre en casi todos los pueblos de Bizkaia y Gipuzkoa, Navarra y en menor medida en Álava. Podríamos no construir en plano inclinado, para no tener que talar árboles y no edificar tanto. Podemos, pero en los valles no cabríamos todos, por lo que el hormigón y los ladrillos han de escalar los montes. Es así, fue así y tendrá que seguir siendo así.

Euskadi no es zona sísmica, como en el centro de Italia, o Japón. Pero hay derrumbes, porque las laderas de los montes delante de las que hemos construido nuestras casas y carreteras, se caen, y arrojan sobre los edificios y los caminos grandes piedras, árboles, tierras y maleza. Y se produce una gran catástrofe que, si bien no arroja generalmente víctimas humanas, provoca desgracias a muchas familias, muchas personas, muchos pueblos.

Cuando todavía no nos hemos recuperado de los derrumbes de las laderas de Kamiñalde, en Ondarroa, ocurridos en marzo del pasado año, con más de cien familias aún fuera de sus casas y sin fecha de regreso, cuando todavía ni siquiera hay un plan financiero de cómo y quién va a pagar estos destrozos, divididas las administraciones en querellas, informes geológicos y planes alternativos que incluso pasan por el derribo de una parte de los edificios, cuando aún estamos en estas, llegan las lluvias de este extraño invierno y tumba las laderas en Bergara, donde el monte le ha dado un abrazo de piedras al barrio de Bolu, lo que ha provocado que 21 familias hayan tenido que ser desalojadas de sus casas ante los riesgos de nuevos desprendimientos.

El alud de piedras, árboles y tierra ha producido un enorme surco a través del cual empezó a correr el agua que iba directamente hasta las casas. No sabemos cuál es la situación actual, si los derrumbes han dañado los edificios o se trata de algo que puede corregirse mediante el apuntalamiento de la ladera o alguna actuación de este tipo que garantice la seguridad de las personas. Además, en Ugao-Miraballes, en un tramo de la autopista A-8, se han desprendido rocas de la ladera, taponando dos carriles que dificultan el tráfico. Y por supuesto, de nuevo en la carretera de costa entre Zumaia y Getaria, todo un clásico, el monte ha lanzado su regalo de piedras sobre el camino, que una vez más ha tenido que cerrarse para el enésimo arreglo. Creo que hay que incluir esta carretera entre los atractivos turísticos vascos, donde los visitantes podrían contemplar cómo caen pedruscos de la ladera y tapan el camino. Es una idea.

Junto a la tragedia de las familias y los quebrantos que supone para las instituciones acometer estas catástrofes, quiero poner el foco en los rituales que acompañan estos hechos dramáticos. Hay tres fases: la primera es la que corresponde a esos héroes del salvamento, bomberos, ambulancias, personal sanitario y brigadas de desescombro, que han de realizar su trabajo en el momento de la desgracias, para los desalojos, el traslado y atención de personas, la limpieza inicial, lo imprescindible y urgente. Es la fase del impacto. Ocurre durante las primeras horas. La segunda es la fase de la solidaridad, cuando todo el pueblo, con su Ayuntamiento a la cabeza, se vuelca con los afectados. Y viene el apoyo a las familias y su realojo en hoteles, casas rurales o en domicilios de allegados. Todo esto ocurre en el siguiente día. Es la orgía de la solidaridad y también de las promesas de solución. Y la tercera, es la fase de la confusión y la soledad, cuando con el paso de los días, mientras los geólogos y los técnicos analizan la situación de las laderas y del estado de los edificios, se entabla la discusión de quién paga los destrozos y los gastos que generan las familias realojadas. Las víctimas se quedan solas.

No queremos que en Bergara ocurra lo que en Ondárroa, con un lío monumental sobre quién y cómo se van a pagar los muchos millones que cuesta toda la avería. ¿Les corresponde a los vecinos, a los seguros, a las constructoras, al Ayuntamiento, al Diputación, al Gobierno Vasco, al central? ¿A todos? ¿Y en qué medida? Sé que es un asunto complicado, pero la larga experiencia que estamos acumulando en los destrozos por las laderas derrumbadas y las lluvias caídas, deberíamos ser al menos un país serio. Y establecer un protocolo, incluso a nivel de ley, que contemple cómo prevenir y resolver esta situación.

Me imagino que tendremos que ser más exigentes en las condiciones técnicas de construcción en laderas. Y que los ayuntamientos deberían tener respaldo técnico suficiente para establecer criterios en cuanto a permisos de edificación junto a taludes. Y que se deberá establecer una previsión financiera para los casos extremos. Quizás haya que crear un fondo de catástrofes para que los vecinos, que son los menos culpables no tengan que sufrir el ping-pong institucional que les deje sin solución clara y solos, muy solos.

Somos en este país muy de solidaridad en caliente y poca efectividad en frío. Muy poco previsores. A mí me produce vergüenza el desconcierto cuando unos y otros no saben qué hacer ante un imprevisto. Somos un pueblo de montes, lluvias, viviendas en las laderas y carreteras de montaña. Necesitamos una actuación integral en esta materia y menos espectáculo de solidaridad sin solución. Tenemos que hablar de esto. Y no esperar a que las próximas lluvias nos dejen otra vez en evidencia. Por favor, la culpa no la tienen nuestros divinos montes, nuestros adorables árboles y la lluvia que nos baña. No es una maldición. Carecemos de una visión general de país en medio de tanta administración y tan poco entendimiento.

¡Hasta el próximo jueves!

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5 comentarios en «En un pequeño país que construía en las laderas»

  1. Qué buen informe, la verdad. Es un riesgo la superpoblación que hay, cada uno se las ingenia a su manera, pero la naturaleza, como siempre, hace lo suyo y se defiende. Es todo un desafío encontrar un equilibrio sostenible entre la creciente población y los recursos limitados. Me ha dejado reflexionando sobre cómo podemos contribuir a mitigar este problema y proteger nuestro entorno. Interesante y preocupante a la vez!

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