Que el miedo haga su trabajo

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Lo he imaginado. Todos lo hemos pensado alguna vez. Tememos que nuestra peor pesadilla se haga realidad en Euskadi como se ha cumplido en otros países. Que el yihadismo deje su huella brutal en nuestras calles. Cualquier día, inesperadamente. Y entones seremos iguales que París, Londres, Manchester, Bruselas, Boston, Sidney, Orlando, Madrid, Estambul… Y como otras ciudades de confesión musulmana, donde tienen lugar, mucho más que en occidente, el 87% de los atentados perpetrados por organizaciones terroristas islamistas. Creo que también nos tocará aquí, como una ruleta trágica, arbitraria, destructiva.

No estamos a salvo, no. La Ertzaintza y el departamento de Seguridad del Gobierno vasco barajan la posibilidad de un atentado islamista. Estamos en el epicentro de la espiral del terror. Y se señalan los probables objetivos que los comandos suicidas o lobos solitarios elegirían para atentar. Cabe ignorar la amenaza o, sin caer en la paranoia, prepararnos para ese peligro y prevenirlo con los medios a nuestro alcance. Esto es una ucronía, una recreación lógica construida sobre hechos posibles que no han ocurrido realmente.

Aunque podría haber suceder en alguno de nuestros aeropuertos, una estación de metro, una terminal de autobuses o en cualquiera de las muchas concentraciones musicales, festivas o deportivas que se celebran en nuestro país, el lugar escogido es el museo Guggenheim, por su alto valor simbólico y por el hecho de que se trata de una matriz norteamericana. A media tarde de un día normal, con el espacio artístico lleno de turistas de diferentes países, un terrorista hace estallar una bomba que llevaba sujeta a la cintura y causa varias víctimas. Un instante antes había gritado ¡Alá es grande! El pánico se apodera del lugar. La explosión causa graves daños en la arquitectura de la pinacoteca. Minutos después, aún con los heridos tirados en el suelo del lugar del atentado, las cadenas de televisión del mundo y medios de comunicación interrumpen su programación para ofrecer la noticia de la nueva salvajada yihadista. Bilbao y Euskadi, con su icono más internacional, son la imagen de la tragedia. Ya estamos en el mapa del terror islamista.

La reacción

Antes incluso de que el Isis reivindique la acción a través de un comunicado difundido a través de uno de sus canales habituales en las redes sociales, señalando que “un soldado del califato ha hecho detonar una bomba en una reunión de cruzados”, las reacciones políticas e institucionales son inmediatas, con severas condenas por la masacre y mensajes de solidaridad para los fallecidos y damnificados. Varias dotaciones de la Ertzaintza han acordonado el sector de Abandoibarra y cerrado las calles adyacentes al museo. La indignación se apodera de la población. Espontáneamente, numerosas personas se han concentrado en las inmediaciones. Ramos de flores, regadas con lágrimas de hombres y mujeres, y velas encendidas pueblan el centro de la plaza de Euskadi. La perplejidad y la ira se reflejan en los rostros de la gente en medio de un silencio abrumador.

El yihadista ha muerto y las primeras investigaciones ponen de manifiesto que se trata de un lobo solitario, vecino de la capital vizcaína y de origen egipcio, en cuyo domicilio se han encontrado documentos de propaganda del Estado islámico y manuales de elaboración de artefactos explosivos.  Horas después son detenidos algunos de sus familiares, a los que se acusa de encubrimiento y cooperación con banda terrorista. Las comunidades musulmanas locales emiten una nota de solidaridad con las víctimas, a la vez que condenan la masacre por ser contraria a los mandatos del Corán y piden no criminalizar sus sentimientos religiosos.

No faltan quienes, rozando la justificación, han apelado a las atrocidades y bombardeos de las potencias occidentales en Siria, donde se libra la que se considera tercera guerra mundial. Afirman que el atentado del Guggenheim es su consecuencia lógica y resaltan que es una hipocresía condenar esta violencia e ignorar el dolor de aquella guerra. Es la vieja melodía de la izquierda totalitaria, que ampara esta matanza, como ya lo hizo con los asesinatos de ETA; solo que ahora ni su propia gente asume este discurso disparatado.

La dolorosa experiencia de los vascos con la violencia actúa como parapeto del dolor. No obstante, esto es algo nuevo, un ataque exterior que no se entiende por mucho que el asunto sea global. Muchos musulmanes viven entre nosotros, fieles de una religión radical que, entre otros postulados inaceptables, sitúa a las mujeres en un plano de plena desigualdad. El atentado provoca un mayor rechazo hacia este colectivo y un enrarecimiento de la convivencia en las zonas donde es más visible. Muchas cosas cambian en Euskadi tras el atentado. 

La prevención

Esta ucronía es solo eso: una imaginación de lo posible pero no ocurrido. Una especulación teórica, un ensayo intelectual cuyo fin es requerir mayor atención en la prevención y preparar emocionalmente a la sociedad para cuando ocurra la desgracia de un crimen yihadista. Nos consta que la Ertzaintza y las demás policías que operan aquí trabajan con rigor en ese propósito; pero quizás con medios insuficientes.

Si naciones y ciudades más grandes y avanzadas que la nuestra han sido aterrorizadas por el yihadismo, ¿qué podríamos hacer en Euskadi para prevenirlo? Necesitamos información y penetrar en el espeso universo islámico local donde, junto a personas de bien, hay mentes radicalizadas que han caído en la red de los discursos del Estado islámico y otras organizaciones criminales y que estarían dispuestos a atentar contra nosotros, cuando y donde les fuera ordenado. Creo que no nos conviene caer en el complejo de que investigar los entornos del islamismo radical y los impenetrables ámbitos del islam, tan furibundos, sea un ataque a quienes profesan la religión de Mahoma. Seguramente muchos de nuestros vecinos albergan esta confusión, como hasta hace poco identificaba en España a los vascos con el terrorismo.

Por su seguridad, Euskadi necesita estar en la red de inteligencia contra nuestra principal amenaza. La ventaja es que somos un país pequeño y la proximidad de las personas facilita el conocimiento de las actividades de riesgo; pero los medios con los que actúa la violencia global han cambiado. Las redes sociales son un laberinto de propaganda y su eficacia es mayor que la de los métodos clásicos. Alguien dispuesto a morir matando es el peor y más peligroso enemigo contra quien solo es efectiva la prevención. Por otra parte, nuestra experiencia en el padecimiento del terrorismo nos proporciona una fortaleza emocional muy valiosa, tanto para el trabajo que evite los ataques, como para resistir el impacto personal y social si se produjeran.

La amenaza es real. No se trata de asustar, sino de ser inteligentes frente a los peligros ciertos. El Estado Islámico y los grupos afines lo han expresado con meridiana claridad en su propaganda del pánico. España es objetivo terrorista. Han dejado dicho que están dispuestos a atacarnos “con bombas, ametralladoras, atropello con coches o aviones o fumigación de veneno en el agua y la comida”. Están locos. Y creen tener razón. Las fuerzas de seguridad detuvieron el pasado año a 69 personas por su presunta relación con el yihadismo internacional, cinco de ellas en Euskadi. Se hizo el pensamiento humano para imaginar que seremos más felices y viviremos en paz admitiendo y previniendo nuestra vulnerabilidad. En resumidas cuentas, que el miedo, bien entendido, haga su trabajo.

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Un comentario en «Que el miedo haga su trabajo»

  1. Análisis bastante acertado aunque, a mi juicio, parcial.

    Ha olvidado que, después del atentado, los medios y los políticos estarán más preocupados de que no haya reacciones «racistas y xenófobas» que de otra cosa. Naturalmente, no se les ocurrirá calificar de racistas y xenófobos a los atentados yihadistas. Lógico: los medios contribuyen a extender la falsa idea de que esas actitudes sólo son propias de los malvados blancos europeos. Y contribuyen a extender la también falsa idea de que esos malvados somos los únicos culpables de todos los desastres del mundo.

    Quizá, sólo quizá, algún día superarán ese miedo atroz a parecer racistas que se ha inculcado a la población europea; y, entonces, a lo mejor, comprenderán – y se atreverán a decir – que también los negros, y los árabes y los chinos tienen comportamientos racistas, muchos hacia los blancos. Incluso, es posible que superen el paternalismo racistoide y consideren que tienen parte de responsabilidad en el destino de sus países. Es decir, se les considerará capaces.

    Pero, mientras el miedo a no ser políticamente correcto sea más fuerte que contar la realidad, poca esperanza hay.

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