La amable cobardía de Coca-Cola

Ha sido el tema del día: Coca-Cola ha retirado su anuncio después de que la plataforma ultraderechista “Dignidad y Justicia” (sic) chantajeara a la compañía de refrescos con iniciar una acción pública de desprestigio si no paraba la campaña en la que participa el actor vasco, Gotzon Sánchez, a quien se le ha visto alguna vez en apoyo de los derechos de los presos de ETA, qué fechoría. Coca-Cola ha aceptado el chantaje y aunque su campaña terminaba en pocos días, se ha plegado a las amenazas.

Si Coca-Cola cree que así salva la situación, se equivoca. Su cobardía es lo peor de esta historia. De los fachas de “Dignidad y Justicia” se espera cualquier cosa; pero de una empresa líder cabría esperar una respuesta más decente y menos previsible que condenar en juicio sumarísimo e inquisitorial a un actor, todo un profesional, a quien hemos visto en cien campañas de publicidad y en muchas películas y series de TV.

Quizás la cobardía de Coca-Cola se vuelva no a favor, sino contra la marca y haya más gente dispuesta ahora a boicotearla que todos los fachas del mundo juntos.

Hay momentos en que el manual de responsabilidades corporativas de una empresa seria se queda corto y no valen ya las soluciones tradicionales. Como evitar la polémica y buscar a toda costa estar por encima del bien y el mal. Porque hay que optar. Entre lo malo o lo peor: lo malo de soportar una campaña de chantaje y boicoteo o lo peor de  apuntarse, por debilidad ética y miedo económico, a las viejas cazas de brujas. Esto es lo imperdonable. Pensar que se puede estar con todos a la vez, el fascismo y la decencia.

En fin. ¡Españoles, la Inquisición no ha muerto! 

Y la decorosa y amable cobardía tampoco.

 

Historias de la realidad: mujeres asesinas

Mujeres asesinas¿De cuántas historias ha disfrutado usted estos días en libros, películas y series? ¿Y cuántas le han sorprendido de verdad, de entre todas las que ha acumulado a lo largo de la vida? Nos apasionamos con los relatos ciertos, improbables o fantásticos. Sepa usted que el interés de una historia es proporcional a su verosimilitud: es tanto más impactante cuanto más verídica resulte, razón por la que los productores de ficción prefieren los casos “basados en hechos reales”. Una historia ficticia es solo una especulación de la realidad. Necesitamos destripar la realidad para soportarla.

El novelesco asesinato de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, a manos, presuntamente, de una mujer y su hija, nos ha mostrado cómo una sociedad hiperinformada podría llegar a prescindir de las historias imaginadas y del trabajo creativo de novelistas y cineastas, porque la realidad ya es autosuficiente para alimentar el natural apetito de historias con las que aprender de la vida ajena. La realidad es una gran suministradora de contenidos, más fecunda que el séptimo arte, la literatura y la tele juntos.

El caso conmociona porque reúne los ingredientes de la narración perfecta: una víctima con mala fama, una mujer vengativa que implica a su hija en un crimen por odio y dinero, un contexto político, una campaña electoral, ambiciones insatisfechas, amistades rotas, una locura tramada durante años, extraños cómplices y una aburrida ciudad donde nunca ocurre nada. Se echa en falta el componente sexual, el amor que añade ternura a la perversidad de los autores. Además, es un suceso de mujeres: la muerta, la asesina, las cómplices… lo que permitiría una interpretación de la evolución social: ahora ellas se reivindican como homicidas.

La tele salta de alegría con estos hechos. De momento dan mucho juego a informativos y debates. Después quizás se transformen en series. Me pregunto en qué medida esas resentidas mujeres se inspiraron en historias de ficción para convertir la suya en realidad. Y cuánto de contagiosa es la tele.

Campañas electorales: 10 errores imperdonables.

forges_elecciones1Es primavera en las urnas. Repentinamente, florecen sonrisas donde antes había muecas de indiferencia o desagrado. Los candidatos salen de sus escondrijos, presurosos, a la búsqueda del tesoro de los votos, su alimento y su vida. Los partidos extienden por el aire sus melodías y ofrecen regalos, rosas de invernadero y volátiles promesas. La democracia resplandece. Ya está aquí la campaña electoral. Ah!, pero la vieja ilusión de antaño ha desaparecido. La tristeza invade el ambiente y la calle se muestra hostil y fría. Hay un virus peligroso que puede derivar en epidemia de abstención. Y sin embargo, la política no parece tener conciencia de este riesgo de inhibición masiva, anticipada por Saramago en «Un ensayo sobre la lucidez».

¿Qué es una campaña electoral? En realidad, un programa de comunicación pública que se sustancia en una estrategia de marketing dirigida a la masa de votantes. Este es el problema: las elecciones son una acción de venta estacional sobre un mercado. De este planteamiento superficial se desprenden buena parte de los errores de los partidos y la minimización de la democracia. Una campaña electoral debería ser un cauce de diálogo y balance del camino realizado y un enfoque para próximos objetivos. En vez de debate hay ruido y el propósito que prevalece es la ambición de poder.

En la práctica, los errores más comunes -persistentes y por tanto imperdonables- de nuestras campañas electorales son estos:

1. LOS PARTIDOS COMO MARCAS. La tendencia es que los partidos sean percibidos como marcas. Pero no lo son. Son grupos humanos, cargados de emociones y razones, cuyo proyecto es canalizar la felicidad colectiva y el equilibrio pluralista. Y no se les puede presentar como productos a la venta, deshumanizados. A esta situación indeseable se ha llegado porque el diseño de las campañas viene recayendo en tecnócratas que no ven diferencias conceptuales entre un partido y un coche. Y a la vez, los partidos, por pereza, se han creído que la frivolización de las campañas facilita su popularidad. Un efecto perverso es que los vídeos electorales han adquirido el formato de spot de 30 segundos y se integran en los bloques de publicidad junto a Don Limpio y Danone. Y así la identidad perdida de las ideologías socaba la democracia.

2. HACER COMO SI NO PASARA NADA. Hay una crisis y una desafección brutal hacia el sistema, que conduce a que los partidos sean considerados como problema. ¿Y qué va a hacer la clase política para acortar la distancia que le separa del ciudadano? Nada seguramente, ante el autoengaño de que se trata de un desapego transitorio y que como ha llegado se irá. Ignorar este hecho es prueba del despiste de los dirigentes. Es como si los partidos dijesen: “Buf, que pase pronto este trago electoral”. Para volver después al bunker de sus sedes como si nada ocurriera.

3. A LA DEFENSIVA. Ponerse a la defensiva bajo el parapeto de la crisis u otras excusas es lo que más se lleva en las campañas. Estar a la defensiva es dedicarse más a atacar al adversario que a la promoción de su programa. Es obviar la autocrítica y proyectar el fatalismo de que no existe alternativa. Es refugiarse en la anécdota para no tratar de lo que importa. Es residir en el pasado en vez del presente; pero es precisamente esta actitud cobarde de los candidatos lo que más claramente perciben los votantes: honestidad o desvergüenza.

4. MÁS IMAGEN QUE REALIDAD. Nunca fue importante la imagen física, el buen vestir o el verbo primoroso para determinar el éxito electoral. Es anecdótico. Los partidos siguen sin liberarse del mito de la imagen, una idea que obsesiona a los candidatos y los subyuga a la interpretación teatral y la pérdida de identidad. La imagen válida hoy sería una combinación de autenticidad, sencillez y firmeza de carácter, junto con una gran capacidad de empatía. El glamur o la elegancia es moral. Olvídense del color de las camisas o el esmero de sus vestidos, porque las elecciones no son un desfile de modelos. Se buscan líderes entusiastas.

5. PENSAR EN LA RED MIENTRAS SE HUYE DE LA CALLE. Internet y las redes sociales son la clave del éxito: este es el falso paradigma que obnubila a las organizaciones políticas. Y se equivocan. No son más que medios, eso sí, más rápidos, baratos y flexibles que los convencionales; pero limitados en el inmenso universo de la telemática. ¿Pretenden resolver sus carencias con ocurrentes virales? Es ridículo. De la misma manera que no hay mayor red social el encuentro presencial tangible, no existe medio más eficiente que el trabajo de calle, ocupar la calle, aceptar la apelación de la calle. La sobrevaloración de las estrategias on line son una huida hacia adelante. En política el medio no es el mensaje.

6. MÁS EN VEZ DE MEJOR. Las campañas siguen pecando de exceso de cantidad y defecto de calidad. Los partidos entienden que cuantos más carteles, más anuncios, más cuñas y más presencia en los informativos de la tele, mayores son las posibilidades de éxito. Y no es eso: toda campaña electoral es un empacho colectivo de mensajes, de manera que hay que evitar la saturación (punto donde el ciudadano desconecta) para buscar la singularidad y la proporción del mensaje. No hay originalidad porque las acciones electorales son lo más conservador que existe, por miedo a la osadía. Hay que romper moldes y modelos, sí; ¿pero con qué credibilidad?

7. MIEDO A LA EMOCIÓN. Es una paradoja. Los candidatos saben, como personas, que una emoción vale más que mil razones. Huyen del discurso sentimental como si este mancillara su solvencia política. Invierten grandes esfuerzos en revelar datos y conceptos casi siempre incomprensibles, mientras que como seres humanos se muestran inexorables y compactos. La línea más corta entre el candidato y el votante es la línea sutil que conduce al corazón. Mostrarse sincero, humilde, sensible, cálido, cordial, imperfecto, seguro y tranquilo no se encuentra en el mejor programa político. Pero es lo que más votos proporciona, el candidato-persona frente al candidato-personaje.

8. LA CRISPACIÓN. Las campañas agresivas y radicales, aún con todos los motivos del mundo, conducen directamente a la derrota. Son las propuestas amables, que eluden el insulto y promueven el respeto a las demás opciones concurrentes, las ganadoras. Los partidos creen que montar alguna bronca -con vídeos de ataque y desmesuras verbales- es una necesidad para elevar su notoriedad y fortaleza. La mayoría de la gente no se identifica con el improperio y las conductas extremistas, le producen consternación e incomodo. ¿Cómo dejar el control de lo público en manos de quienes no controlan sus actos y palabras?

9. ABURRIR CON VIEJAS PALABRAS. Hay un diccionario de campaña que no parece haberse renovado en más de treinta años: futuro, ganar, soluciones, nosotros, alternativa, fuerza, paz, nuevo, juntos, avanzar, libertad, trabajo… Cada una de estas palabras y los mil tópicos que se emiten en tiempo electoral tiene un sentido diferente, según quién los diga. Y esta disparidad de significaos genera confusión. ¿Es un defecto de comunicación? No, es el síntoma de un vacío. El lenguaje nos define. La pobreza expresiva no es virtud de sencillez: es la medida de la estrechez de nuestra democracia.

10. LA ANSIEDAD. Los partidos no controlan la ansiedad ante el resultado de la cita electoral. Tantas dudas y tantos nervios provocan errores y precipitaciones que a su vez aumentan las dudas. Una candidatura segura suscita confianza en el electorado. Y para eso los líderes políticos no deben tomar ansiolíticos, sino mirar en el fondo de sus organizaciones para ver qué temen perder y qué es lo que les hace tan vulnerables, si sus ideas o sus actuaciones cotidianas. La ansiedad en política sugiere miedo a la verdad de la gente. Es la enfermedad actual de la democracia.

 

España, Estado de monopolio

AliertaTodos los monopolios son empobrecedores y tiránicos, desde los que poseen la exclusiva de los bienes estratégicos hasta los acaparadores de Dios, la verdad y el conocimiento. Pero pocos monopolios son tan perversos como el de la comunicación. Sí, están prohibidos de derecho, pero existen de hecho. La España audiovisual está en manos de unos pocos y se configura en una situación eufemísticamente denominada “posición de dominio”, ilegal e ilegítima. En la televisión en abierto la realidad es un duopolio ejercido por los grupos de Telecinco (Mediaset) y Antena 3 (Atresmedia), que acaparan el 58,6% de la audiencia y el 90% de la publi. Un bipartidismo italiano, por cierto. Lo que de esta hegemonía se deriva es el poder de modelar la sociedad y someterla a sus intereses. Así son las dictaduras modernas: el ejercicio de la tutela mental bajo una apariencia benefactora.

Y si vamos a la televisión de pago, las cosas son aun peores. Telefónica, dueña absoluta de Movistar TV (antes Imagenio), ha ultimado un acuerdo con la quebrada Prisa para comprar por 725 millones el 56% de Canal+, con lo que ya puede controlar el 78% de este canal, pues ya contaba con otro 22%. Y así, sumando y sumando, ya es propietaria del 80% del mercado, restando y restando libertad de elección al ciudadano. Alguien debería decir que esta concentración es una amenaza para la libre competencia y un riesgo para las libertades. Ya lo ha dicho Ono y lo debería decir, alto y claro, Euskaltel.

El horizonte es que en muy poco tiempo todo el entretenimiento -ficción, espectáculo, deportes y juegos- sea de pago, quedando libre lo marginal. Pagaremos por casi todo, eso es seguro. Frente a este fatalismo solo cabe la respuesta de la democracia, que es un sistema de equilibrios entre fuertes y débiles, entre ambición y solidaridad. La única esperanza es reforzar el contrapeso de la televisión pública, potente, cualitativa, digna, capaz de salvaguardar el bien esencial de la comunicación. La democracia es cara; pero no tiene que ser de pago por suscripción.

Ejecutada la sentencia para 9 condenados a muerte

El reloj marca las últimas horas de nueve canales de la TDT, condenados a muerte por el Supremo sin que Rajoy, pudiendo hacerlo, haya firmado el indulto. Quizás el presidente español pretenda mostrar los estragos de la chapuza de Zapatero y repararla mediante una posterior decisión restauradora. Y afirmar de paso su desdén frente a las presiones de UTECA y los 123.000 ciudadanos que reclaman salvarles la vida. ¿Quién gana y quién pierde? Pierde el que más el grupo de Antena 3, que con el apagón de Nitro, laSexta 3 y Xplora se deja un 4% de share, mientras que la corporación Telecinco apenas retrocede el 1,7% tras el fin de Nueve y La Siete. Si en abril los canales de Antena 3 fueron líderes con el 29,4% y los de Telecinco un 29,2%, hoy ese ranking se alteraría a favor de las emisoras de Berlusconi, con un 27,5% frente al 25,4% de la cadena de Planeta.

El cierre provoca situaciones paradójicas. Vocento, que ya había liquidado Intereconomía y MTV, se ve beneficiado porque su canal Paramount Channel se queda solo en la oferta de cine en abierto. Igualmente, El Mundo, que también había clausurado Marca TV y AXN, ahora será un monopolio de programas documentales con su Discovery Max. Muy curioso es el papelón de Alejandro Echevarria, presidente de la patronal audiovisual privada, que mientras se queja al Gobierno por el atropello (literal en su spot de denuncia), guarda silencio acerca del enorme favor obtenido por Telecinco en su cotización bursátil al lograr de rebote el liderazgo en el mercado de los grupos mediáticos.

El apagón ha de tener consecuencias en la opinión de personajes como Paco Marhuenda, director de La Razón, accionista de Atresmedia. ¿Primará en el belicoso tertuliano su militancia en el PP o la defensa de los intereses empresariales? Pero relájense, porque el cierre no repercutirá en el reparto de la inversión en publicidad: Telecinco y Antena 3, ellos solitos, se quedan con el 90% de la tarta teniendo solo el 53% de la audiencia. Igualito, igualito que PP y PSOE en la adjudicación de escaños.