Lo bueno del futuro es que no sabemos lo que nos deparará; y lo malo, que quizás no estemos allí para verlo. Aún así podemos anticiparlo, condicionarlo, incluso adivinarlo. Y a pesar de lo previsible de las cosas en un mundo rutinario, hay margen para la sorpresa y la novedad. La sorpresa es la diferencia entre lo esperable y lo ocurrido y no el suceso en sí; pero también es la ceguera ante lo que está cambiando y se rehúye mirar, el choque traumático con la realidad rechazada. De estas negaciones está Euskadi repleta y de ahí que vayamos de susto en susto y de desencanto en desencanto.
Hagamos un ejercicio de prospectiva sobre los próximos doce meses, no tanto como ejercicio de adivinación intuitiva, sino como proyección de lo que, con la menor carga de estimaciones personales, podría acontecer en la política vasca y sus afluentes con el Estado español. Un viaje de cuatro estaciones sin paradas.
Otoño caliente
Todos los otoños vascos amenazan con ser calientes; pero el clima de este año dependerá de si Rajoy se sacude su proverbial molicie y mueve ficha en el proceso de normalización política. Hay un peligroso estancamiento debido a que las dos partes (Gobierno y ETA o PP e izquierda abertzale) retroalimentan sus respectivas racanerías partidistas: como una parte no flexibiliza la política penitenciaria ni hace gesto alguno para terminar con la dispersión de los presos, la otra parte paraliza el impulso del desarme, ralentiza la solicitud de reinserción y evita gestos más explícitos del reconocimiento del daño causado por el terrorismo y la estrategia política que lo acompañó. Y así, entre estas dos obstinaciones estúpidas, la sociedad vasca otoñará en la incertidumbre y el desasosiego. Lo más probable es que nada de esto cambie por lo menos hasta las elecciones generales de 2015.
Recibirá Mariano Rajoy a Iñigo Urkullu en septiembre, claro; pero a una reunión de este calado se le piden resultados concretos, como el traspaso de la competencia de prisiones (artículo 10.14 del vigente Estatuto de Gernika) y el cumplimiento de la flexibilización penitenciaria, a la que el presidente español se había comprometido con el lehendakari, entre otros avances. Si después de las demoras el encuentro no fructifica en soluciones tangibles, me pregunto de qué sirve tener instituciones tan costosas.
A pocos días de la transcendental cita de Escocia, que decidirá no solo el futuro de aquel pueblo, sino el de toda Europa, Euskadi se siente concernida en ese referéndum con el deseo de poder ejercer algún día el mismo derecho democrático que los británicos no niegan a los escoceses. Pero sin ingenuidad. Hay tanta conspiración contra la independencia escocesa, por miedo al efecto contagio a escala continental, que es dudoso que la mayoría de sus ciudadanos puedan sustraerse al terror económico que se les está infundiendo desde la metrópoli. La previsible victoria del No cobarde derivará en una catarata de consignas destructivas -mediáticas e institucionales- contra los movimientos de liberación de Cataluña, Euskadi y otras naciones sin estado. Se necesitará mucha conciencia política y un criterio cabal para neutralizar la propaganda antinacionalista que nos viene.
Cataluña es la segunda estación de la libertad en Europa. Al contrario que Escocia, a los catalanes se les va a impedir, por la dudosa legalidad constitucional y la amenaza de la fuerza, el ejercicio de su derecho a decidir. No habrá referéndum, seguramente; pero de esa negación surgirá, por lo menos, una mayor voluntad de secesión, teñida de frustración e ira. Cabría soñar con que las instituciones de aquel país respondieran con el desacato e intentasen celebrar la consulta popular. Y que, en consecuencia, se decretara la suspensión de su autogobierno. O, mejor aún, que se produjese una intervención militar. ¡Ojalá! Cuando la privación de la libertad es tan manifiesta solo el conflicto democrático y su osadía pueden cambiar, con riesgos pero con sus oportunidades renovadoras, el rumbo de la historia.
Invierno ardiente
El invierno será netamente preelectoral. Los comicios municipales y forales (y autonómicos en España) mostrarán el retrato del sentir ciudadano, bajo la influencia de la crisis bipartidista y la irrupción de nuevas fuerzas políticas. El PP, con la nada creíble recuperación económica, busca salvarse del desastre ayudado con una reforma electoral en solitario que, si bien podría garantizarle el mantenimiento de su hegemonía, no evitaría que a la vuelta de unos meses una sucesión de mociones de censura le dejaran sin numerosas alcaldías y gobiernos autónomos. ¿O también se van a usurpar las desinfectantes mociones de censura?
Lo que tienen las precampañas de ahora es que, por ley, están vacías de propaganda, de inauguraciones de urgencia y enfáticas cuentas de resultados; pero nadie impedirá que, de una u otra manera, quien quiera pueda actuar anticipadamente con sus balances de gestión, candidaturas y programas. La prohibición de la publicidad institucional en precampaña solo ha perjudicado a las imprentas y agencias, porque por lo demás la imaginación comunicativa tiene muchas posibilidades en la calle y los medios digitales. Poner trabas a la política real en una sociedad movilizada es como intentar detener un río en su camino hacia el mar. Habrá precampaña, ya lo creo.
Primavera electoral
Las elecciones de mayo son un hito entre nosotros. Siempre lo han sido, dado que nuestra estructura institucional otorga a las corporaciones y las diputaciones forales un peso específico relevante. Se juegan mucho los partidos en mayo, frente a su propio desgaste y contra las siglas de nuevo cuño. En esto, entiendo que hay una cierta exageración sobre los cambios que provocará la irrupción de Podemos. En las elecciones municipales hay un fuerte componente local: en gran medida se opta por la gestión cercana y los nombres propios. Aún así, la izquierda, incluida la nacionalista, vivirá su convulsión con inevitables traspasos de votos. ¿Hay transversalidad en las adhesiones al partido de Pablo Iglesias? Tal vez, pero no lo suficiente como para que, en lo esencial, su caso no vaya más allá de una lucha fratricida en el espectro de la izquierda ideológica.
Mayo será un primer test para la izquierda abertzale después de su incorporación a la normalidad democrática. Su gestión, particularmente en Gipuzkoa, pasará por la reválida de las urnas y entones veremos, desprendida ya del victimismo de las ilegalizaciones, en qué queda su porción electoral. Sea cual sea el resultado, que nadie espere frentes anti Bildu, tan deseados por populares y socialistas, como tampoco se producirán alianzas estratégicas, con reparto de parcelas de poder al estilo de la década de los noventa. Aquello se acabó. El resultado estricto en cada lugar motivará acuerdos diversos y asimétricos, complejos en su operatividad, pero más democráticos que los basados en pactos generales. La política vasca tiene que ir aprendiendo que hoy la transversalidad construye mejor que las alianzas clásicas.
Verano revuelto
Tras la constitución de los nuevos ayuntamientos y entidades forales, la mirada se volverá hacia el Estado, donde se han de celebrar elecciones generales a finales de 2015 y en las que Mariano Rajoy -el presidente de los recortes y los escándalos de corrupción- será examinado por el tribunal de la gente. Frente a él, un novato Pedro Sánchez, con nueva labia y vieja savia. Y ambos, atosigados por la quiebra del modelo bipartidista, porque en el menú electoral hay otros platos apetecibles.
A Rajoy le cabe la esperanza de que para entonces la economía y el paro le salven del desastre. Y como es su única y desesperada baza, su Gobierno se prodigará en la alquimia de los números para convencer a su hastiado electorado de que, pese a las evidencias, no son más pobres que hace cuatro años. El problema de España es que tiene mal cambio: necesita una catarsis total; pero le falta humildad y grandeza para emprenderla.