Y en esto llegó Pujol… y Oyarzabal

Oyarzabal-PP-Ertzaintza-quiere-actuar_EDIIMA20131130_0064_4Que no cuenten conmigo para el linchamiento público del ex presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, por mucho que, como al resto de los ciudadanos, me repugne la historia de supuestos delitos fiscales, blanqueo de capitales y cadena de embustes que implican a su esposa e hijos, un escándalo ahora desvelado y, por qué no decirlo también, debidamente magnificado por los medios de comunicación del sistema. Y aunque la compasión no se hizo para confortar a los grandes culpables, siento pena por Pujol, que empezó por engañar a su propia hermana con la herencia recibida de su padre y mintió larga y groseramente a los catalanes. Es inimaginable una conducta más ruin y una situación peor para cuantos creyeron en él. ¿Pero cuál es la dimensión y la certeza real de este asunto?

Pujol, ya desposeído de títulos y prebendas, su familia y también su partido han iniciado un calvario, con final trágico, al que no me interesa asistir junto a un gentío de rufianes que si pudieran imitarían y aún superarían las grandes tropelías de los poderosos y que, por cortedad y cobardía, se conforman con sus pequeñas y cotidianas bajezas. Hay, sin embargo, un extremo político que conviene analizar, por los efectos que causará en la política local y sus demoledoras consecuencias sobre el modelo democrático. Si algún partido rival de CiU, excepto los emergentes, cree que conseguirá sacar provecho de esta situación se equivoca de parte a parte. Las proporciones del escándalo salpican al universo de la sociedad catalana y a la totalidad de su clase dirigente, por lo que transcurrirán años antes de que los ciudadanos obtengan alguna ilusión de cualquiera de sus mandatarios. Cuando se pierde la fe en el mayor, se deja de confiar en cuantos quedan por debajo. Además, ¿alguien puede asegurar que la difusión de las andanzas ilegales de los Pujol es ajena a los manejos del Estado y al uso y abuso de los instrumentos policiales y judiciales en el contexto del proceso soberanista catalán? La podredumbre del sistema tiene tanto que ver con la corrupción como con el pillaje institucional y las maniobras de control de la información.

De hecho, las primeras valoraciones sobre el caso Pujol se centraron en señalar, precipitadamente, que la consulta catalana del 9-N quedaba tocada de muerte. ¿Expresaban una realidad o un deseo? Pertenece a la peor especie carroñera de la política este impulso de descrédito de la opción soberanista, en la que están involucradas fuerzas muy diversas, al asociarlo con el escándalo -muy particular- de los Pujol. Con parecido argumento podría decirse que España debe desaparecer por el caso Gürtel-PP o cabría solicitar la disolución de Andalucía tras el fraude socialista de los EREs. En un país donde su democracia vale tan poco, todo vale, de la mentira a la vileza y del exabrupto al cainismo.

La verdad y la exageración

Un procedimiento infantilmente perverso en la malversación de la verdad es la exageración: una verdad inflada se percibe como el mayor de los embustes. En esta estrategia de desmesura andan enredados el Estado y la derecha mediática. En la información que se nos suministra, de fuentes difusas, supuestamente policiales, se cuantifica un día la fortuna de los Pujol en 1.800 millones de euros (El Mundo); y otro día, la cifra sube a 2.000 y hasta 3.000 millones por presunto blanqueo de capitales (La Sexta). Al margen de la veracidad de estos datos, el propósito de las noticias sin dueño es magnificar al extremo la riqueza acumulada y dotar al clan Pujol de una imagen mafiosa, con datos no contrastados y revelación de hechos y cantidades no acreditados, todo ello al calor del conflicto político que plantea Cataluña y con ánimo de perjudicar al nacionalismo y específicamente al proyecto independentista.

En este contexto, donde la confusión es intencional, es imposible distinguir la verdad de la fábula. Y a todo esto, se suma la leyenda de que la corrupción de Pujol y tal vez de CiU tiene 34 años de historia, que toda Cataluña lo sabía, el mito del 3% de comisión y el supuesto papel de Marta Ferrusola, sobre quien se cuenta ahora, solo de oídas y a base de chismes y murmuraciones, un siniestro cometido de matriarca todopoderosa y malhechora. ¡Qué baboso espectáculo el de las acusaciones inquisitoriales y a coro entre quienes propagan información contradictoria y quienes se lo creen todo como remedio de su vacío existencial! Por si fuera poco, el caso adquiere características de vodevil barato con la participación estelar de una mujer despechada, ex amante de un Pujol, dispuesta a la vendetta y que ya se pasea por los platós como en los mejores programas de habladurías y morbo popular.

Estar dispuesto a la verdad es incompatible con el enrarecimiento informativo y la desmesura. La confesión inicial del ex presidente señala un propósito táctico: antes de que se hagan públicas sus posibles corruptelas, ha optado por relatar la verdad de sus dineros opacos en el extranjero. Pujol se ha inmolado y queda para la historia como el líder que engañó a su pueblo y defraudó su confianza durante décadas. Con todo, tiene derecho a no ser más culpable que la medida de sus actos ilegales y demostrables y a no ser utilizado como arma arrojadiza contra aspiraciones nobles y legítimas. Que el proceso contra la familia Pujol se convierta en una causa general contra la Cataluña soberanista sería lo peor que podría suceder, lo más indeseable. Los poderes mediáticos y del Estado ya lo están planteando en estos términos.

El PP enciende el ventilador

Tenía que ocurrir. El modelo comunicativo de Antonio Basagoiti ha dejado huella en el PP vasco. Aquella estrategia consistía, según su propio reconocimiento, en hacer declaraciones altisonantes para ganar alguna relevancia pública en el escenario político de Euskadi y combatir de modo tan resonante su marginalidad social. Primero, la joven e inexperta secretaria general de los conservadores regionales, Nerea Llanos, y, después, su antecesor, Iñaki Oyarzabal, han insistido en este grotesco método insinuando que el caso Pujol podría tener su versión en Euskadi de la mano del PNV. ¿Con qué argumentos y datos respaldan tan sibilina y rastrera acusación? No los han expuesto, pero su mejor explicación es que tantos años en el poder constituyen una prueba categórica de inevitable corrupción. ¿Lo dirán acaso por su propia experiencia?

Hay muchas diferencias entre el PP y el PNV, sobre todo históricas y programáticas. Una es que el nacionalismo vasco ha gobernado las instituciones casi siempre en coalición, mientras la derecha española lo ha hecho en solitario allí donde los ciudadanos le vienen otorgando su confianza desde hace décadas: Madrid, Valencia, Galicia, La Rioja, Baleares y otros territorios ofrecen testimonio de esta exclusividad. Y otra es que en el Partido Nacionalista Vasco tiene muy pocos episodios de los que avergonzarse, lo que no pueden acreditar los populares, hundidos hasta el cuello en la ciénaga del saqueo generalizado de las arcas públicas.

La sombra de sospecha que Oyarzabal ha dejado caer sobre la financiación de los batzokis muestra su ignorancia sobre la misma historia del PNV, cuyas sedes proceden de la devolución de los locales incautados por la dictadura, del sacrificio económico de miles de afiliados, de sus avales y de las hipotecas que aún pesan sobre la propiedad de estos locales y que se sostienen a duras penas con la explotación de las actividades de hostelería, clases de euskera, cuotas de afiliación y hasta de la última rifa de lotería. Si Iñaki Oyarzabal pretendía herir los sentimientos de la militancia nacionalista lo ha logrado, porque ha golpeado en el corazón de esta porción de vascos, los de ayer y los de hoy, que no merecen este doloroso y vil ultraje. Si creyesen en la eficacia del sistema judicial, las autoridades del PNV hubieran respondido con querellas reparadoras; pero como la justicia española es un pitorreo, quédense Llanos y Oyarzabal con el desprecio de las masas jeltzales.

 

Ikea, como una casa de grande

https://www.youtube.com/watch?v=lKgpjmyXjNg

Por mi agorafobia estoy incapacitado para comprar en las tiendas de Ikea, siempre ocupadas por muchedumbres y de donde que no hay manera salir. Son verdaderas ratoneras, pero estoy enamorado de esta marca sueca, emocional y creativa. La mesa sobre la que escribo es de allí y también algún armario y diversos cachivaches. ¿Qué tiene Ikea que no posean otras mueblerías? Un sentido divertido del mundo, un criterio de libertad de hogar y un espíritu iluminado hacia el diseño. ¡Ah, el diseño, el arte de embellecer las cosas de cada día! Y como ocurre con los negocios que saben equilibrar la calidad con la imagen, Ikea hace la mejor publicidad que vemos en la tele. Junto a Apple, exhibe un estilo narrativo que traspasa las fórmulas imperativas y sitúa a la marca en el ámbito de lo admirable por el hecho de hablarnos con inteligencia, vincularnos cordialmente y corresponder con productos resolutivos y razonablemente perecederos.

La nueva campaña de Ikea es un portento de mensajes y buen cine, hecha con muchísimo encanto y verosimilitud. Y aunque nadie superará jamás su supremo eslogan, “Bienvenido a la república independiente de tu casa”, el de ahora se queda muy cerca de aquel nivel estratosférico, al decirnos: “Nada como el hogar para amueblarnos la cabeza”. Es pura literatura y un tratado de transformación mental. Si contra el anterior pudieron conspirar las monarquías y la Audiencia Nacional (que por mucho menos ha empapelado a cientos de vascos), por su incitación al alegre desacato de lo clásico, contra el nuevo quizás se levanten los psicólogos, la Iglesia y los enemigos de la familia transversal. Nos habla del “amor del bueno” y de la ejemplaridad como factor pedagógico esencial. ¡Qué extraordinaria pieza publicitaria! Les invito a disfrutarla como un pequeño gran regalo de la excelencia comunicativa.

Así es la tele. Lo bueno y lo malo, lo corto y lo excesivo, todo en uno. Menos anuncios; pero mejores, por favor. Un mundo de marcas fabulosas y sensibles. Por cierto: tú también eres una marca. Véndete bien.

 

Reforma de la Constitución: beneficios y maleficios.

imagesEspaña es un país contradictorio, de lealtades ciegas o de traidores, estancado en la pereza o impelido por la ansiedad. Esto explica que durante treinta y seis años haya blindado su Constitución -nacida del detritus de la dictadura- a pesar de sus carencias y que ahora sienta la necesidad de darle un repaso sin definir el alcance de la reforma. ¿Qué ha pasado para que la democracia española tenga, por fin, percepción de su obsolescencia? Seguramente, hay una causa de fondo y diversos conflictos coincidentes: los efectos sociales de la crisis económica han carcomido la política y puesto en cuestión a toda la clase dirigente, rompiendo los falsos equilibrios de las últimas tres décadas y poniendo en evidencia la tremenda debilidad ética y democrática de partidos e instituciones. La corrupción y el mal gobierno, pero también los males originales de la transición, han hecho trizas el sistema, del rey para abajo. Nadie sale indemne de este tsunami: las fuerzas políticas, el bipartidismo, la monarquía, el poder financiero, el capitalismo, los sindicatos, la Iglesia, la universidad, los medios de comunicación, la cultura, la familia… todos pierden sus viejos y privilegios. Y todos temen no conservar su primacía en el futuro y por eso se apresuran a buscar remedio. ¿De verdad?

Hay, pues, un sentimiento de culpa general para emprender la reforma del marco jurídico. Pero reforma no es cambio: es acomodo, retoque, adaptación, apaño, ligereza, conveniencia... mientras que cambio significa variar el modelo, penetrar en su núcleo y afrontar con criterio y valentía una renovación completa. PP y PSOE, como los altos poderes, no asumen el sentido de transformación esencial que precisa el Estado. No aceptan la realidad completa, porque su conciencia de culpa es difusa y descargan su responsabilidad en las circunstancias y los males ajenos. Como si el proceso catalán, los desequilibrios económicos y sociales y el recorte de derechos y libertades tuvieran su origen la debacle de Lehman Brothers. Pero el pretendido y no muy sincero afán de reforma tiene otras influencias, como la crisis de la soberanía, las abusivas ventajas empresariales y la debacle del modelo de Estado, con especial referencia a la monarquía.

El beneficio de la soberanía

Poco a poco, España ha entendido que en Cataluña hay una mayoría favorable a una consulta sobre la soberanía. En este contexto hay que situar el deseo de evolución constitucional: para escenificar, como medida de disimulo, el reconocimiento de las especificidades catalana y vasca, mediante un cambio semántico de nacionalidades a naciones, junto con algún retoque de la financiación. Algo así como una ambigua asimetría unitaria, la cuadratura del círculo. Los socialistas inscriben la reforma dentro de su proyecto federal, aún no formulado y que por sí mismo no implica ningún avance, porque hay muchos modelos federales y algunos son más regresivos que el actual Estado de las Autonomías. En este sentido, la propuesta federalista es más bien una traca de fuegos artificiales para crear una realidad aparente y no un verdadero proyecto de regeneración.
Dudo que España tenga densidad democrática para redefinir la cuestión de la soberanía, uno de los conflictos que subyacen en el impulso de la anunciada reforma. Los españoles se ven propietarios de la soberanía aún sin ser acreedores legítimos de la misma. Su ilegitimidad se ha impuesto, de tiranía y tiranía, hasta llegar al fraude histórico de la transición. Y en él seguimos, forzados a una convivencia crítica e imposible. Pues bien, ahora, más de tres décadas después, dispone de la oportunidad de rehabilitarse. La operación se llevaría a cabo en dos fases: en la primera, el Estado se conformaría como confederación y cuyos miembros tendrían reserva de su soberanía, con competencias blindadas y de mayor alcance que las actuales. Y en una segunda etapa, los estados que lo quisieran podrían ejercer su derecho a la autodeterminación a partir de determinadas condiciones y con garantía de continuidad en la Unión Europea y el euro. Lo demás es asunto de voluntad y decencia moral. España puede seguir con el lastre de su falsedad o dar rienda suelta a la libertad con consecuencias razonables.

Pero los beneficios de esta mítica reforma jurídico-política se enfrentan a los maleficios de los poderes reales, temerosos de que, junto a la inestabilidad del nuevo modelo, aparezcan los contrapesos democráticos que acaben con las prerrogativas vinculadas a los intereses económicos. Antes que la política, en España manda la alta economía y su entorno. En el fondo, es la rivalidad entre riqueza y pobreza o, dicho en términos más moderados, entre élite y sociedad. Todo rico ve a los demócratas radicales como furiosos comunistas.

El maleficio de la economía

Lo que la política española llama unidad nacional, el poder económico lo denomina unidad de mercado. Ambos constituyen la “unidad de destino”. Es la certeza de la verdadera soberanía de la España eterna, su real formulación. Quien crea en la primacía de la política es un ingenuo. Al poder de la alta economía, como a todo déspota revestido de liberal, le aterroriza la fragmentación del mercado. Y no porque crea que hoy, globalizados y digitalizados, alguien tuviera la ocurrencia de instalar fronteras interiores, con gravámenes y fielatos. Es el fraccionamiento del poder político lo que le preocupa, porque lo vuelve incontrolable. Es el empoderamiento de las naciones, con conciencia de libertad y justicia, lo que blinda a la élite económica contra el ejercicio de la soberanía de los pueblos.

Quizás los socialistas españoles tengan alguna conciencia del valor de la libertad para un cambio constitucional que derive en un Estado asimétrico. Quizás posean criterio de justicia social frente a los privilegios. Aún así, los mayores obstáculos para la conversión del Estado español en una auténtica democracia están en el poder financiero y demás élite económica. Tienen en sus manos los grupos mediáticos para proyectar sus miedos sobre la ciudadanía y lanzar sus amenazas contra el reparto de la soberanía. Tienen la agenda y los tiempos bajo control, para ganar una pausa a la espera de que la recuperación económica y la creación de empleo rebajen las urgencias de cambio de sistema. Tienen en última instancia el poder de la fuerza. Y al Partido Popular a su servicio.

Ningún cambio en profundidad es posible sin enfrentamiento económico, incluso cierto grado de empobrecimiento inicial. Ahí está la épica de un pueblo. ¿Es capaz de asumir Cataluña este riesgo de alguna pérdida de bienestar durante un tiempo? ¿Lo es Euskadi? ¿Son conscientes las sociedades vasca y catalana de que sus mayores enemigos -los de su libertad y dignidad- son los miedos que les generan los poderes políticos y económicos para que apacigüen y aplacen sus ilusiones democráticas? ¿Están mentalizadas ambas comunidades de que solo la constancia resistente y la unidad en el objetivo de la soberanía son indispensables para ganar a tan potentes rivales? La situación es parecida a los antiguos asedios a las fortalezas, a las que se derrotaba a base de matar de hambre y sed a la población. El miedo al empobrecimiento es la dialéctica.

Pero estamos en el siglo XXI y ciertas prácticas autoritarias no son posibles, aunque persisten a no demasiados kilómetros de aquí, en la misma Europa. Personalmente, no creo en la sinceridad de la regeneración constitucional española, vista la pobre calidad de su clase política y la sumisión intelectual de la mayoría social. Hay una oportunidad lejana e, inesperadamente, la indignación popular derivada de la crisis es hoy el más fuerte aliado para diseñar un nuevo horizonte de soberanía en el Estado y alcanzar la legitimidad democrática. Vayamos con ellos.

 

Cacerolada para David de Jorge

david-2Verás, David: los espectadores de ETB padecemos ahora una frustración similar a la que sufre la afición del Athletic cada vez que alguno de sus jugadores -sobre los que proyecta un sentimiento de pertenencia a la tribu- ficha por otro club y se marcha de casa motivado por ambiciones pecuniarias y el objetivo de mayores triunfos. No eres distinto que Ander Herrera: quieres más y lo quieres ya, porque es tu derecho y tu libertad, por mucho que la televisión pública vasca te lo diera todo hace unos años, oportunidad y nómina, cuando más lo necesitabas. Has firmado contrato con Telecinco, donde alojarás tu singular programa y ganarás audiencia, popularidad y dinero, ocupando el espacio que deja «De buena ley», esa parodia garbancera de un tribunal de justicia. Te advierto que vas a escuchar reproches como ingrato, pesetero, español y hasta puede que alguien, resentido, te pronostique un rotundo fracaso.

Te deseo mucha suerte, David. Lo has hecho muy bien. Recuerdo tu etapa inicial en aquella cocina abuhardillada, tan cutre y constreñida. Tu conexión emocional con la gente comenzó con la sinceridad de tu enfoque: la grandeza de la comida sencilla y la sublimación de los platos tradicionales. Sin complejos ni sofisticaciones. ¡Cómo no reconocerte que dieras la cara por el despreciado bocata, reivindicaras el “atracón a mano armada” y convirtieras las guarrindongadas en género gastronómico! No ha existido un fenómeno igual en televisión desde Argiñano. Supongo que la fusión con Martín Berasategui, tu socio en esta empresa, ha generado un modelo ideal para los espectadores, plato combinado de diversión y conocimiento. Y Vasile, que es el United de la tele, quiere a los mejores en su equipo.

Tu salida es un problema urgente para Eduardo Barinaga, el nuevo director de ETB. Ha puesto un anuncio: Se busca genio para cubrir el vacío de comunicador insustituible. Aunque hay cantera en Euskadi, estas cosas llevan su tiempo. Prepárate para una cacerolada de despedida. Nos alegramos por ti, pero nos sentimos un poco traicionados.

 

Más Iglesias, más Podemos

A fuerza de creerse -engañosamente- que la fama y los votos se los debe a la televisión, Pablo Iglesias insiste en prodigarse casi a diario en los debates audiovisuales para preparar su éxtasis electoral de 2015. No ha entendido que la indignación fue la causa de su triunfo y la tele, su canal. Pero este joven líder es listo, al menos para la aventura y la épica, tan gozosa como perecedera. Su discurso se ve favorecido por sus adversarios, obstinados en hacer de él un héroe. ¿Qué notoriedad pública tendría hoy Iglesias sin la ira ultra de Eduardo Inda, si el repelente Paco Marhuenda no le fustigara como un viejo carca a un libertario idealista o si Antonio Miguel Carmona no manifestase sus ansiedades partidistas contra el hierático dirigente del socialismo alternativo? Cuanto más le atacan más crece el ímpetu de Podemos, porque Iglesias aparece, con muy pocas palabras, como el único remedio contra la crueldad de los recortes, el paro y la pobreza.

Algunos sociólogos menores creen que la táctica más efectiva frente al populismo de Iglesias es boicotear su presencia en la tele. Es el método aplicado por TVE, que excluye al joven político todo lo que puede, a costa de rebañar la verdad de la calle. La respuesta contraria es surrealista: polarizar los votos en dos extremos, PP y Podemos, mediante una confrontación mediática sostenida durante meses, lo que debilitaría a socialistas, IU, UPyD y demás opciones, de izquierda a derecha, con vistas a las elecciones municipales y generales. Dicen que estamos en esta operación, bajo el amparo de Atresmedia y Mediaset. Es creíble por apariencia, pero poco operativa.

Unos y otros ignoran la voracidad de la televisión. Al profesor no le tumbarán los altos poderes, sino sus afanes carismáticos y sobreexposición pública. Va camino de ser el Belén Esteban de la política, un personaje esquilmado por las cámaras y su furor narcisista. A todos se nos agotan las palabras y tenemos nuestro punto de saturación, tras el cual comienza el declive y la soledad. Iglesias incendiará su iglesia.