A amar a otra parte

El amor, junto con los enigmas de Dios y la muerte, es el único tema del que los humanos de hoy podríamos hablar con nuestros antepasados de hace cincuenta, cien o mil años. Sobre todo lo demás no nos entenderíamos. Esto explica que hayamos podido apreciar las historias de amor sencillo, incierto, superviviente y prohibido que nos ha presentado el exitoso serial español Amar en tiempos revueltos, que terminó el jueves en La 1 después de siete temporadas seguidas y casi 1.800 capítulos que han dado para toda clase de experiencias pasionales, de las más leves y movidas por la urgencia sexual a las incestuosas y trágicas. No parece que la serie haya pretendido hacer una teoría general sobre el amor, como Lewis o From, porque un culebrón se nutre de la simpleza emocional; pero ha logrado desplegar un amplio surtido de afectos en el marco temporal de la posguerra, del 47 al 57, años de angustias, penurias y olvidos.

El mérito de Amar ha consistido en ofrecer una alternativa honrosa a la telebasura, a la que siempre superaba en audiencia y respetabilidad de cuatro a cinco de la tarde. Otro de los motivos de su éxito ha sido la nostalgia, como Cuéntame, al convocar a tantas personas que en aquella época miserable gastaron su juventud e ilusiones. Hay que reconocer en la serie un notable esfuerzo en ambientación y caracterización, además de un alto nivel de calidad artística en casting e interpretación. Sin embargo, se ha precipitado en concesiones absurdas, como ese tonto final en el que la familia, unida y feliz, contempla desde la terraza y a la luz de los candiles el paso del primer Sputnik soviético, como si aquel satélite pionero fuese la estrella polar que anuncia el advenimiento salvador de la modernidad. Ridículo.

Ahora la serie se traslada a Antena 3, que la retomará en enero; pero solo será una secuela y es probable que, para satisfacción de Vasile, esta vez no le gane la partida a Sálvame. Temo que por ansiedad hagan perder al culebrón ese aire llano y nada pretencioso de los tediosos relatos de sobremesa. 

Desahucios: no son noticias, son historias

Las noticias quieren convertirse en historias y demostrar que la verdad es más verdad si tiene cara y ojos, drama, nudo y desenlace. Buscan ser más creíbles desactivando la indiferencia que suscita la letanía del qué, quién, dónde, cuándo y cómo, su viejo esquema apolillado. Ahora las noticias aspiran a integrarse en la realidad con el propósito de revertirla al ciudadano-espectador en relatos verídicos y sensibles. Nunca hubo información neutra. Y la crisis necesita de este nuevo paradigma informativo para que la peor consecuencia de la quiebra, los desahucios, tengan un relato auténtico y su eco derribe la muralla de un modelo económico que solo reparte pobreza.

Las historias de desahucios -nueve al día en Euskadi- están permitiendo a la televisión cumplir una función agitadora, inédita hasta hoy, sin riesgo de servir de espectáculo o motivo de desbordamiento, y su fuerza es tan poderosa que obligará a la banca y el Estado a detener los desalojos e impugnar la iniquidad hipotecaria. ¿Qué tienen estas historias que tanto conmueven? Que son reales y cercanas, en las que todos nos identificarnos. Que tienen buenos y malos, con perfiles inequívocos. Que encierran verdades y mentiras, como la que nos acusa, en plural, de haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Que tratan de situaciones extremas que permanecían ocultas bajo apariencias de falso bienestar. Que nos hacen sentir que si nos quitan la casa nos quitan la vida. Que despiertan la épica popular de la rebelión solidaria. Y que su final feliz no es imposible si la corriente de indignación llega al punto de amenazar el equilibrio del sistema.

Estamos ante un fenómeno social extraordinario en el que la narrativa es determinante. A través de la ventana de la tele vemos cómo familiares, amigos y vecinos son expulsados de sus hogares por los bancos, apaleados por la policía y rendidos por los jueces hasta el suicidio. Estas historias son ahora la plaza pública donde se ha reunido la gente para decir basta y declarar que el desahucio canalla ha terminado.

Desahogo intelectual de un trienio y pico

Los desahogos emocionales son demasiado simples como para sustituir el juicio racional de los hechos. Supongo que en la noche del 21-O hubo un desbordamiento de alegría tras verse Euskadi liberada de una pesadilla que desaparecerá del todo antes de fin de año. Consumado el alivio pasional, conviene efectuar el descargo intelectual de cuantas maniobras propiciaron el asalto de López a la lehendakaritza y que su dominio se prolongara artificialmente durante un largo e insoportable trienio.

Lo deseable sería que los promotores de la estrategia antinacionalista reconociesen su error histórico; pero parece que aún es pronto para ese ejercicio de honradez, quizás porque las heridas de la derrota, aún abiertas, impiden a los fracasados asomarse con serenidad a su propio y honesto relato. O tal vez no lo hagan nunca, a juzgar por el éxtasis de las palabras de un noqueado Rubalcaba, para quien la aventura “ha merecido la pena”, y de López, que se siente “muy orgulloso” de haber sido el primer lehendakari socialista. Frente a la ceguera y la jactancia hay que contraponer las grandes certezas, al menos tres, que describen cómo se urdió aquella catástrofe y con qué instrumentos y complicidades se ha sostenido.

Operación de Estado

Se ocultó a los ciudadanos la verdadera naturaleza del proyecto: la alianza españolista fue una decisión de Estado, una convención de los poderes políticos y económicos para desalojar a cualquier precio al PNV de todas las instituciones donde fuera posible. Se formalizó en 2000 y se puso en marcha en 2001, con un rotundo fracaso, y se volvió a intentar en 2005, con parecido resultado. Solo la amputación del cuerpo electoral, mediante las sucesivas ilegalizaciones de la izquierda abertzale, hizo aritméticamente viable la exclusión nacionalista. Por escaso margen, las fuerzas estatales lograron su mayoría parlamentaria en 2009, no sin mediar engaños (“nunca pactaré con el PP”) y enmascaramientos (“la normalidad”). López y Basagoiti suscribieron su acuerdo, pero solo fueron actores secundarios.

Con lo que no contaban los firmantes fue la mayoritaria impugnación social que produjo aquel pacto, incluyendo a sectores de la izquierda, y que el PNV, impulsado por su legitimidad democrática, supiera afrontar con inteligencia y serenidad uno de los peores trances de su reciente historia, hasta el punto de desquiciar los planes de desmontaje abertzale y adoctrinamiento constitucional que estaban previstos para dotar de base programática a aquel espurio gobierno alternativo.

Al descrédito esencial de la operación se le sumaron otras dos contrariedades: la inconsistencia del liderazgo de López y las frivolidades de Basagoiti. Y por si fuera poco, la recesión económica puso en evidencia la incapacidad de un equipo formado por consejeros ramplones y dirigentes revanchistas. López nunca entendió que, aunque su gestión hubiera sido aceptable, el problema era de origen, su ilegitimidad y la incongruencia ideológica del enjuague. Hoy es el día que culpa de sus desgracias al complot entre la mala fortuna y la ingratitud de la gente. El verdadero fiasco de los estrategas del Estado es haber convertido a López en héroe para los españoles y lehendakari postizo para los vascos. Se estrellaron contra la realidad en su disparatado intento de adulterarla.

Complicidad mediática

El cambio forzado de la realidad implicaba alterar la percepción pública y orientarla hacia el interés de España. Y para eso era imprescindible la complicidad coordinada de los grupos de comunicación antinacionalistas, especialmente Vocento, y subordinar a EITB en la miserable tarea de autentificar la alianza frentista en Euskadi. Es difícil encontrar en el mundo occidental un antecedente de mayor deshonor profesional que el emprendido por tantos y tan poderosos medios en la empresa de hacer oposición a la mayoría social mediante el engaño sistemático.

El patrocinio mediático ha tenido tres fases. Al principio se ocupó de justificar el cambio con falaces razones, como la bondad de la alternancia tras treinta años de hegemonía nacionalista. La siguiente etapa consistió en ponderar la gestión de López, confiando en que una buena administración compensaría el desafecto inicial; pero ante sus nulos frutos, los medios progubernamentales solo pudieron minimizar los constantes desaciertos del lehendakari y sus consejeros. En la última fase, vista la descomposición del proyecto, se han limitado a apuntalarlo y preparar el viraje editorial ante el retorno del PNV a Ajuria Enea. Hoy esos grupos confían en un rápido olvido de su estrategia de perversión informativa y que no quede rastro de responsabilidad por la reedición de la vieja táctica franquista en Euskadi entre 2009 y 2012.

  El uso sectario de la radiotelevisión vasca en esta aventura pasará a la historia universal de la infamia. El daño causado por el equipo de Alberto Surio es tan profundo que costará años y mucha paciencia recuperar el prestigio del ente público y la adhesión emocional de los espectadores vascos. La lista de sus fechorías es interminable: comisarización de los teleberris, censura calculada, desestabilización de la plantilla, alteración caprichosa de la programación, contratación de productoras, asesores y profesionales de ideología antinacionalista… No en vano la desnaturalización de EITB figuraba en la letra del pacto, un objetivo que ha terminado por configurarse en el símbolo de su naufragio.

Y fiasco intelectual

En mi opinión, el aspecto más aberrante de la operación fue la servil participación de personalidades e intelectuales en la campaña de apoyo a López y el simultáneo desprestigio nacionalista. En su diseño se contó con Aldaketa, un lobby de opinión socialista, presidido por Joseba Arregi y en el que figuraron Imanol Zubero, Andoni Unzalu, Carlos Trevilla, Roberto Lertxundi y Luisa Etxenike, que más tarde obtuvieron su salario en especie. No faltó la participación desinteresada de Fernando Savater y otras más interesadas, como Iñaki Gabilondo, Haranburu Altuna y hasta Vargas Llosa. Ellos aportaron la nota culta y progre al contrato socialconservador español, precisamente para que los más refractarios entre los suyos a tan extraña componenda vencieran su repugnancia y lo aceptasen como ineluctable.

Esta gente compuso encendidas loas al frente López-Basagoiti y crueles filípicas al nacionalismo. ¿Qué dijeron entonces y que dicen hoy? Haranburu Altuna escribió hace solo año y medio: “Pocas veces hemos aportado los vascos a la política algo tan positivo y encomiable como el pacto que hizo posible el gobierno del lehendakari López.” Y ahora, como si nada hubiera pasado, publica esto: “A mi modo de ver el PNV y el PSE deberían colaborar en el logro de un cauce político y económico que asentara el curso de nuestro futuro a medio plazo”. Al contrario que el voluble editor, Joseba Arregi, el más feroz inquisidor del que fue su partido, no reconoce el correctivo dado por los electores a su tinglado y tiene la divina certeza de que los resultados de la mayoría abertzale son una inmoralidad: “Parece que la sociedad vasca castiga a los que más han contribuido a la derrota de ETA y premia a los que nunca han creído en esta derrota”. ¿Qué más tiene que ocurrir para que Arregi alivie su paranoia y nos libere de su furia dogmática y resentimiento? Frente a tanto rencor y soberbia, invito a todos a una ronda de felicidad y concordia democrática.

El rapto de la tarde en la tele

De cuatro partes se compone el día de la tele: mañana, tarde, noche y la hora de los insomnes. La mañana está ocupada por una guerra entre dos mujeres, Ana Rosa y Susana Griso, que van empatadas. La noche casi siempre es de Telecinco, menos cuando hay fútbol del bueno. Y la tarde es un tiempo intermedio donde reina sin rival el cotorreo, un invento español, subproducto de la tertulia, creado para combatir el tedio y los complejos de inferioridad mediante el asalto despiadado a la intimidad ajena y cuyo oficiante mayor es Jorge Javier Vázquez. Antes de producirse esta catástrofe pública las tardes eran una sucesión de culebrones baratos que consolaban los desamores de la gente sin causar graves secuelas emocionales y sexuales, un mal menor comparado con el akelarre de pornografía verbal, vómitos de desprecio y conjuros de frivolidad idiotizante que sirve Sálvame a todo ser desocupado o masoquista. Tal vez la sociedad cabal ha perdido la tarde irremisiblemente.

Frente a este fatalismo, surgen intentos de rescate. TVE y Anne Igartiburu lo buscan con +Gente, pero sus vacuos argumentos solo convencen al 6% de la audiencia, lejos del 18% del monstruo. También La Sexta ha plantado batalla con Más vale tarde, que en sus primeros días apenas atrapa al 3,5% de los espectadores. Quien tuvo éxito en este empeño fue ETB con Pásalo, que llegó a alcanzar cotas del 25%, hasta que la revancha española convirtió aquel espacio de debate, razonablemente plural, primero, en un juguete para la vanidad de Urrosolo y, finalmente, en una mala imitación del original con Ni más ni menos. Fue la certificación de que había alternativa a la degradación de la palabra y que hoy, de otra manera, es posible un liderazgo honroso de las tardes.

Las encuestas subrayan la demanda de los ciudadanos de un cambio radical del modelo político, económico, educativo y moral. Si los partidos, las empresas, la escuela y hasta la Iglesia tienen que renovarse, ¿por qué la televisión permanece encerrada en sus miserias? ¿Quizás porque su basura no es reciclable?

Breve curso de retórica política

http://www.youtube.com/watch?v=WKP93il5hlY&feature=relmfu

La retórica es la última frontera entre la inteligencia y el instinto. Nos permite embellecer la verdad, describir la realidad con agudeza y hacer maravillas con el fondo de nuestras dudas. El enamorado, el creyente, el poeta, el vendedor, el cínico y el maestro no sobrevivirían sin su auxilio. Pero la retórica no es útil solo para persuadir, también lo es para detectar falacias. En la noche electoral vasca la televisión nos ofreció ejemplos de retórica barata, común entre los políticos. Cuando un descompuesto Basagoiti declaraba quequeríamos movilizar más a nuestro electorado y haber tenido más escaños”, encubría estas otras palabras: “Nos hemos dado un batacazo de campeonato y a mí me baila la silla”. Cuando López, traumatizado, manifestaba que “estos no son los resultados que esperábamos y no hemos movilizado a nuestras bases», ocultaba su auténtica sentencia: “Hemos perdido un tercio de los votos y mi proyecto se ha ido a la porra”. Cuando Mintegi, exultante pero menos, proclamaba que «dos de cada tres parlamentarios van a ser nacionalistas», escondía una intención oportunista: “Sumando mis electos a los del PNV no se notará tanto mi frustración”. Y cuando Maneiro, soliviantado por la mayoría inconstitucional, tildaba a Euskadi de “sociedad abducida y enferma”, quería decir: “Me ponen enfermo estos separatistas, me dejan con un mísero escaño”. Y así toda la semana, políticos a la fuga, huérfanos de dignidad y lucidez.

En cambio, las cadenas españolas no ocultaron su cabreo patriótico bajo una retórica de disimulo. España retransmitió su ira en directo. ¡Qué extraordinario espectáculo ver a los tertulianos de Intereconomía, 13 TV, TVE, Antena 3 y Telecinco rugiendo contra el voto de los rebeldes vascos, mientras en Euskadi se brindaba y brincaba por un triunfo abertzale sin paliativos! Una gozada. El gran hallazgo de las televisiones estatales es haber convertido los debates de opinión en género humorístico: cuanto más se enfadan, más risa nos producen. Sí, la democracia es divertida, incluso cómica.