Por fin, ETA, la última organización terrorista de Europa, cierra la persiana, arruinada militar, moral y políticamente. Su comunicado final, menos retórico de lo habitual, expresa la magnitud de su fracaso histórico en una especie de legado y continuidad de su lucha por otros medios, como si estuviera legitimado para señalar a Euskadi el camino de su futuro. El patetismo de su declaración pasa desapercibido solo por la sensación de alivio que deja en los ciudadanos vascos. Euskadi despierta de una larga pesadilla.
No creo que valga la pena dedicar mucho empeño al análisis del mensaje de cese definitivo. No obstante, hay dos aspectos relevantes que, por su cinismo, merecen un comentario. Uno es su olvido de las víctimas provocadas por su acción criminal, lo que contrasta con el recuerdo de los propios caídos y los presos. Ciertamente, otorgar al final un poco de compasión no sería coherente con su inhumana trayectoria. Y otro es la arrogancia de su testamento, expresado en esa frase típica de todo fracasado: “La lucha de largos años ha creado esta oportunidad”, referida al momento político que se avecina una vez que las excusas de la violencia pueden dejar paso al diálogo y los acuerdos democráticos en Euskadi y con el Estado. ETA pretende hacernos creer con semejante exabrupto que su combate ofrece un balance positivo y no décadas perdidas, un terrible sufrimiento y la contaminación terrorista de los anhelos abertzales ante el mundo.
Una puerta se ha cerrado para siempre. Detrás de ella queda una historia que deberá ser interpretada y relatada a medida que los años y el sosiego nos den la justa perspectiva para realizar esa empresa indispensable. Se acabó el miedo y la hiperpresencia policial. Se acabaron las amenazas y su imagen escoltada en nuestras calles. Se acabó la identificación Euskadi con la violencia. Se acabó la cháchara tertuliana. Se terminó nuestra leyenda negra. Se le acabó el chollo a la España cómplice de los pretextos de ETA. Se terminó la coartada del actual Gobierno PSE+PP, fruto directo de ese discurso intransigente. Pero también se acabaron los impedimentos para que este pueblo pueda pronunciarse legítimamente sobre su futuro institucional.
Y otra puerta se abre, la puerta del futuro, que llevamos tantos años esperando, con todo lo que ETA nos ha robado en términos de paz, libertad, prestigio y progreso. Una esperanza que solo depende de nuestra decisión e inteligencia. Pero por mucho que nos pongamos solemnes, impactados por este suceso trascendente, conviene bajar a la realidad sencilla de las cosas. Hay mucho que gestionar: el dolor y rencor acumulados, la vuelta y reinserción de los presos, los acuerdos políticos transversales, la conformación de un modelo de convivencia democrática que satisfaga a la gran mayoría. Tenemos mucho trabajo de reconstrucción política, económica y moral por delante. Hay que administrar con serenidad y calma el tiempo que ha empezado. Ya no importa lo que acaba, sino lo que empieza.
Y mientras esto ocurre, el lehendakari a 5.000 kilómetros de distancia, lehendakari missing.