Diez razones (más una) para el anticipo electoral

El ambiente político vasco es muy similar al que existía en España en mayo de 2010, cuando Zapatero emprendió un atroz programa de recortes. Tras su felonía, el presidente español se atrincheró en La Moncloa y no quiso escuchar el clamor de un adelanto electoral, alargando su agonía durante más de un año, lo que contribuyó a que la debacle socialista fuera aún más cruel en noviembre de 2011. Tal vez el lehendakari quiera emular a Zapatero y acabar como sinónimo de catástrofe. Desde que estallara la paz, se rompiera el pacto antinacionalista PSE+PP y la economía se viera atenazada por el terrible endeudamiento de Lakua, cuyas cuentas están en entredicho, todos los partidos, a excepción del PSE, han requerido la llamada a las urnas para no prolongar la actual anomalía. López se ha blindado en Ajuria Enea, confiando en que un poco más de tiempo le proporcione una reputación que su gestión -manirrota y frentista- y su dudosa legitimidad democrática le han negado con todo merecimiento.

No aspiro a que quien se niega oír el estruendo de la calle atienda mis argumentos para una inmediata citación electoral; pero aún así le brindo estas diez razones, y una más, a modo de reflexión e invitación a la responsabilidad:

1. FIN DE LA EXCEPCIONALIDAD. El acuerdo López-Basagoiti fue producto de un tiempo hoy superado, una respuesta crispada a una situación en que la violencia hacía irrespirable la convivencia. Acabada ETA y todas sus excusas para la negación de los anhelos democráticos, lo conveniente es que la nueva realidad se plasme en las instituciones comunes, como ya lo está en las locales y forales. Así se daría paso a la normalidad y caería el disfraz de un régimen de revancha, radicalmente antiPNV, que ha envenenado la coexistencia ideológica y ha supuesto un muro de separación que solo cederá con la disolución  de la legislatura y el final del ensayo de la estrategia de Estado en el laboratorio vasco.

2. PRESENCIA INSTITUCIONAL DE LA IZQUIERDA ABERTZALE. El vigente Gobierno está íntimamente vinculado a las maniobras de apartheid electoral, fruto del engendro de la Ley de Partidos. López es la representación de ese pasado excluyente, de modo que su continuidad supone un hecho paradójico y una contradicción radical del nuevo tiempo. La arbitraria ausencia de la izquierda abertzale en Gasteiz, ahora relegalizada bajo las siglas SORTU, nos ofrece una foto trucada de la representación popular, una imagen cercana al surrealismo político.

3. LA PRIORIDAD ECONÓMICA. Nadie duda de que la prioridad son las soluciones frente a la crisis, lo que exige un Ejecutivo fuerte y consensos amplios para transitar hacia un modelo competitivo y socialmente equilibrado. Nada de esto puede hacerlo un presidente en precario. Por el contrario, la apatía y desprestigio de Patxi López son obstáculos añadidos para la recuperación del empleo, la creación de riqueza y la consolidación de “la marca Euskadi” frente al lastre de la “marca España”. En su ineptitud y soledad, este lehendakari nos sale muy caro.

4. FIN DE LA POLITICA DE BLOQUES. El frentismo ha sido la referencia de la era López: un pacto españolista frente a la mayoría abertzale, un cortafuego del Estado. La demanda de la sociedad es que mediante el diálogo y las mutuas concesiones, según el peso de cada sentimiento de pertenencia, se establezcan acuerdos transversales que faciliten un razonable entendimiento entre vascos, superando el estrecho margen constitucional y un Estatuto periclitado. La lastimosa continuidad de la legislatura es una declaración de hostilidad y la obcecación impositiva de una minoría política.

5. EVITAR UNA LARGA PRECAMPAÑA. Por mucho que López se obstine en aparentar, estamos en campaña electoral. Y el lehendakari, el primero, con su hiperpresencia  pública y sus eventos inventados. Esta situación, además de constituir un despilfarro de recursos y tiempo, puede resultar insoportable para la ciudadanía. ¡Ocho meses de precampaña es un desatino! Solo los desesperados creen en la prolongación de esta agonía que a lo más dará satisfacción a quienes, sin oficio ni beneficio, aspiran a salvaguardar sus cargos y sueldos hasta el último día.

6. FORTALECIMIENTO DE LA PAZ. Consolidar la paz es la otra prioridad. ¿Cómo va impulsar una solución irreversible quien, con sus afanes excluyentes y fuleros, ha sido parte del problema? Derrotado en las municipales y vapuleado en las generales, López es la antítesis del liderazgo. La paz y los asuntos colaterales (presos, víctimas y reconciliación) son demasiado importantes como para dejarlos por más tiempo en manos de quien carece de proyección vasca. Sin duda el futuro de López está en Madrid y su prórroga en Ajuria Enea no es más que una baza útil para su campaña de partido.

7. HACIA UN NUEVO MODELO INSTITUCIONAL. Euskadi pide a gritos cambios internos y en su vinculación con España. Una reforma serena pero profunda de la arquitectura institucional y la formulación de un nuevo status jurídico político exigen acuerdos cuyo punto de partida debe ser el mapa de las preferencias de los ciudadanos, o sea, un resultado electoral fidedigno. Además,  la polémica Ley Municipal, el pacto fiscal, la restructuración financiera, la remodelación de los servicios públicos y otros temas principales esperan mejores administradores que los actuales.

8. LA AMENAZA DE LA RECENTRALIZACION. En España suenan trompetas de derribo autonómico, que pactarán PP y PSOE contra las libertades de los vascos. Responder al delirio uniformador implica la necesidad de contar con un lehendakari que defienda el autogobierno sin vacilaciones y con absoluta fortaleza. Con el pretexto de la crisis, el resentimiento español -en una nueva melancolía noventayochista- emerge con previsiones demoledoras. ¿Qué puede hacer Euskadi contra esta violencia si su Gobierno es cómplice del proyecto regresivo? Le queda tomar la palabra y decidir.

9. CLARIFICACION DEL MAPA POLÍTICO. La provisionalidad es el signo de López. Tras las dos últimas elecciones y la legalización de SORTU, la distribución política sigue sin clarificarse. Todo indica que habrá cuatro fuerzas, dos en el lado abertzale y otras dos en el sector español. Siendo esto así, ¿a qué esperamos para verificarlo? ¿Por qué no dar la voz al pueblo para que diga qué porción de apoyo posee cada sigla y qué capacidad de acuerdo existe entre ellas? Los miedos de López, disfrazados de impostada responsabilidad, impiden que se despejen las dudas.

10. CONOCIMIENTO EXACTO DE LAS CUENTAS PÚBLICAS. No hay posibilidad de encauzar el crecimiento económico y la creación de empleo sin disponer de un diagnóstico de las cuentas públicas. Las sospechas de cuasi bancarrota financiera de Lakua aumentan en igual medida que su falta de transparencia y negación de los datos. Necesitamos saber lo que hay y lo que no hay, con un nuevo equipo que realice las pertinentes auditorías. La herencia puede ser brutal. ¿El temor a que se conozca esta verdad es otro motivo por el que López aplaza la convocatoria a las urnas?

Si todo lo expuesto no le parece suficiente al lehendakari para otorgar la palabra a la sociedad y se elija ya un nuevo Gobierno que equilibre la convivencia y responda a nuestros problemas e incertidumbres, le daré una razón más: dignidad, señor López; hágalo por dignidad.

La noche traicionada por el fútbol

La noche del miércoles, 27 de junio, en Euskadi tuvo dos caras, como la luna. La visible se mostró con forma de balón y consiguió que la miraran más de 500.000 espectadores, un 63,7% de la audiencia, inferior a la media española. Y la cara oculta acogió el  drama de las otras víctimas, protagonistas del soberbio documental Por quién no doblan las campanas, producido por K2000 para ETB2, que, por una calculada confrontación con el fútbol, apenas obtuvo 40.000 seguidores, un triste 7%. Quizás los jefes de la televisión pública pensaron que era conveniente que la realidad histórica vasca continuara, como la luna, con un lado invisible, haciendo coincidir el relato trágico de los olvidados con el espectáculo banal de la Roja. Solo así se entiende que eligieran la misma fecha y hora para el homenaje a los damnificados por la policía y la dictadura.

A este desprecio se añadió el agravante de nocturnidad, pues el reportaje se prolongó hasta mucho después de media noche, porque la entrevista a Idoia Mendía, portavoz de la propaganda gubernamental, tenía preferencia sobre los marginados de la historia. Tras el audiovisual, a la noche traicionada le esperaban otras dos embestidas: el debate, solo apto para insomnes, llegó hasta la una y media de la madrugada y la parlamentaria Laura Garrido, del PP, marcó una oprobiosa frontera de dolor entre las víctimas de ETA y las otras, porque todavía hay categorías.

 La película es un regalo de dignidad de las familias de los asesinados y un ejemplo de serena reclamación de justicia frente a quienes exhiben su sufrimiento con ira. Al desgarro de los hechos le faltó la denuncia de la vejación informativa que sufrieron las víctimas por El Correo Español y otros medios, que jamás se disculparon por su ignominia. Hemingway, de quien se toma el título del relato, lo hubiera contado todo y nunca usaría palabras como “excesos policiales” o “abusos de Estado” para describir crímenes y torturas salvajes. Nos mostraría sin miedo la cara oculta y honraría la noche en que los olvidados tenían la palabra.

Tribus corporativas, la última amenaza

Todos somos marca. Tenemos identidad, logotipo y signos que nos distinguen de otras personas-marca. Y estamos en un mercado competitivo en busca del éxito económico, el reconocimiento y la felicidad en el amor, la amistad y la familia. Nuestra identidad es el nombre, firma, huella y ADN. Nuestro logo es la cara y el formato corporal. Y nuestros signos son los mensajes que emitimos, el vestir, la cultura y otros factores visibles e intangibles. La imagen corporativa de cada uno sería el balance de la percepción de los demás sobre nosotros. Por eso, es importante afirmarnos como poseedores de una marca individual, única e irrepetible, que estamos obligados a defender en la medida que acompaña nuestro proyecto de vida.

Quiero decir que, dejando a un lado la dimensión espiritual, cuanto más radical es nuestro concepto de marca propia menos expuestos estamos al gregarismo y la manipulación por las ideologías y el consumismo volátil. Una prueba de esta despersonalización es el hábito bobo de los ejecutivos de empresa de vestir con atuendo corporativo: los de Iberdrola van con corbata verde; los del Banco Santander la llevan roja, los del BBVA, azul y los de Euskaltel, naranja. Y así se les ve en las juntas de accionistas y en sus apariciones en televisión, uniformados como coreanos del Norte y satisfechos con su etiqueta de tribu corporativa. ¿Y cómo distinguen a las mujeres ejecutivas? Ah, no hay señoras en el puente de mando. Por favor, que no cunda el ejemplo o nuestra identidad-marca acabará reducida a una insignia y un colorín.

La tele influye en la disolución identitaria al fomentar, mediante el enmarcado informativo y el marquismo exacerbado, la búsqueda de refugio en los iconos de moda, tal vez por lo insoportable que resulta vivir sin bandera. ¿Sabía usted que el tatuaje más recurrente es el logo de Nike? Frente a esta idolatría enajenante, Naomi Klein propuso el “No logo”; pero la respuesta no es la iconoclastia, sino activar las 6.840.507.003 marcas únicas e irrepetibles que hoy habitan el planeta.

Operación «reyscate»: al rescate del rey

Rescate es la palabra de moda. Y todo por el empeño de Rajoy y sus ministros en evitar su mención como si de un maleficio se tratase. Huir de la realidad es escapar de las palabras que la describen: cáncer, muerte, paro, desafecto, soledad, pobreza… Rescate es a Rajoy lo que crisis fue a Zapatero, humildes sustantivos que, por negarlos, se han convertido en sus más feroces enemigos. Con la realidad lo único inteligente que podemos hacer es gestionarla sin temor, pactando con ella una existencia soportable. Exactamente la estrategia opuesta a la que los responsables de comunicación del rey de España han emprendido para salvar el prestigio social de un monarca cojo sin remedio, pero con padecimientos mucho peores.

Los ejecutivos de Zarzuela han requerido a las cadenas de televisión no exhibir la cojera del jefe del Estado, por lo que deben optar imperativamente por imágenes estáticas del rey, planos dinámicos de rodillas para arriba y escenas lejanas del renqueante soberano. Exigen a la tele un rey irreal y saludable, manipulado. ¿Un gesto de compasión hacia el anciano? Nada de eso. El objetivo es evitar que la imagen de su declive físico se asimile a la decadencia monárquica, después de que se conociesen las aventuras paquidérmicas en estos tiempos de miseria, unidas a negocios inconfesables y el probable encubrimiento de las fechorías del yerno. A esta operación cosmética de rescate del rey le llaman el reyscate.

¿Acaso el deterioro natural afecta a la reputación pública? Algunos teóricos de la comunicación creen que sí; pero para desmentirlos están el superministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, que se pasea en silla de ruedas por la Eurozona, y José Javier Esparza, que con un parche en el ojo presenta un magazine en Intereconomía. Quizás las precariedades nos hacen más dignos. Hay cojos ilustres, como el Dr. House y Lord Byron. Y gracias a la miopía y la presbicia usamos gafas, esa prótesis cristalina que enaltece nuestra cara. Pero el problema del rey no son los andares, sino sus andanzas.

La sonrojante historia de «la Roja»

NO hay que mezclar deporte con política». Quien te lanza este mensaje, poniéndose estupendo con la estética de los principios, apela a una distinción virtuosa que no se ha cumplido casi nunca. Ni en la vieja URSS o la caduca Cuba castrista, urgidas de propaganda para sus regímenes, y tampoco en las democracias. Ni mucho menos en la España franquista y el actual Estado posborbónico. Deporte y política, por interés táctico de esta última, han estado siempre entreverados y no hay país que renuncie al baño de autoestima colectiva derivado de las hazañas de sus jugadores y atletas, como antaño ocurría con los héroes militares. ¿Y por qué, si todos los pueblos quieren estar representados en la asamblea universal de la competición lúdica, a Euskadi se le niega el mismo derecho a reivindicar su identidad diferencial por medio de sus selecciones oficiales y competidores de élite? Si el balón rueda en el campo de la política, también Euskadi quiere entrar en juego.

Si se obligase a separar deporte y política, habría que decretar la suspensión de los Juegos Olímpicos, al igual que todos los certámenes internacionales. En el momento en que dos países rivalizan en una cancha y sus ciudadanos lo perciben según sus respectivas identidades patrióticas ya hay un hecho político: simbólico, sí; pero de innegable sentido político. Es natural: el planeta es un gran mosaico de naciones. Y no digamos si los pueblos representados en sus selecciones tienen litigios históricos: Argentina contra Inglaterra, Bosnia frente a Serbia, USA contra Cuba… Lo que resulta cínico es que cuando España hace política con el deporte (ahora vamos con la Roja) se valore como acto institucional normalizado y cuando lo intenta Euskadi reciba por igual acción el calificativo de identitario. Eso es trampa. Precisamente es a la distinción de las identidades locales a lo que juega el deporte en los foros mundiales, todo ello revestido de convivencia, espectáculo y gran negocio. Parafraseando a Foucault, podría decirse que el deporte es la continuación de la guerra por otros medios.

Al rescate de España

En un evento previo a la Eurocopa, el presidente español, Mariano Rajoy, pidió a los componentes de la selección de fútbol «proporcionar un subidón de moral al país en estos tiempos tan difíciles». He aquí una declaración de sentimiento patriótico, es decir, una manifestación política. Más o menos lo mismo que solicitábamos a los jugadores del Athletic respecto de Bizkaia y Euskadi en sus últimas finales, con la diferencia de que nadie replica la politización de Rajoy, pero sí a que los seguidores vascos manifiesten de una u otra forma su afiliación nacional durante un partido.

Alrededor de la Roja, al igual que con otros deportistas de élite, tiene organizada España una estrategia de afirmación nacional que no pasa desapercibida. Es perceptible que las autoridades y los grandes grupos de comunicación usan el prestigio y los triunfos deportivos españoles como instrumento para la idealización del orgullo estatal, a falta de valores más sustanciales, como la reputación de sus intelectuales, escritores, científicos y, en primera instancia, su potencia estratégica, económica y cultural en el mundo. El Estado pretende que la marca España, que sigue asociada al jolgorio, los toros y el flamenco, y ahora también al despilfarro y el desgobierno, se asimile a los éxitos de Nadal, Alonso, Gasol y, como digo, la Roja. Si la táctica de autoestima del Estado por medio del deporte tuviera como objetivo potenciar la marca España en el mercado competitivo, no me parecería mal a pesar de ser una opción cutre y desesperada. Pero si su intención es vender dentro y fuera una identidad absoluta de España e impugnar con ella toda réplica a su monolítica estructura y las dinámicas internas que la contradicen, entonces resulta despreciable al incurrir en sectarismo.

El Estado fía la reparación de su maltrecha imagen externa a los triunfos de la Roja; pero su prioridad es que la exaltación deportiva contribuya, por su poderío emocional, a unificar los territorios y ciudadanos de España en un proyecto indiscutible, de manera que lo que no consigue con la fuerza de la razón aspira a obtenerlo con las trampas del corazón. El fútbol sale al rescate de España. Planteado así, no ganar la Eurocopa será una catástrofe frustrante y perdería la batalla simbólica en la que se ha empeñado contra los disidentes vascos y catalanes. Eso es lo malo de sostenerse en los márgenes del azar y la aventura, en vez de hacerlo sobre valores reales y profundos.

¿A qué juega la Federación?

El afán político-deportivo viene de lejos. Ignoro en qué estamento recayó al comienzo de la transición la misión de cambiar la percepción de los ciudadanos sobre la bandera rojigualda y desfranquistar España, hasta entonces equiparadas a la dictadura. El caso es que ese organismo pensó que a través del fútbol y la selección estatal -la única dimensión cuantitativa que existía en aquella sociedad- podría conseguirse la exhibición del flamear masivo de las banderas españolas en actos públicos y una popularización democrática del himno. El objetivo era sustituir la imagen de los símbolos de las concentraciones fascistas de la Plaza de Oriente por la proyección festiva de los mismos elementos. Los mismos símbolos deberían contener un significado diferente y todo esto se hizo calculadamente con la Federación Española de Fútbol. Primero con Porta y después con Villar.

Lograda la democratización icónica, había que acceder a una meta superior: prestigiar la unidad del Estado, identificada en la selección de fútbol, y batir los nacionalismos rebeldes explotando las contradicciones de sus integrantes vascos y catalanes. La táctica consistía en asimilar el sentimiento de «los nuestros» (jugadores de Cataluña y Euskadi) al deseo de su triunfo con la Roja y, consecuentemente, al júbilo por el éxito colectivo de España, todo un periplo emocional que ha exigido a las autoridades federativas garantizar que siempre hubiera jugadores de «los nuestros» en el equipo, a costa incluso de forzar su menor competencia. El colmo fue tener un entrenador vasco del combinado estatal.

En este propósito uniformador se inscribió la iniciativa (?) y posterior fracaso de la Federación de dotar de letra a la melodía del himno español para que se cantase a coro en los estadios. ¿Hay algo más absurdo que un ente deportivo instando a la formulación de un símbolo estatal? De este trasiego malvado de emociones y politización fanática surgió, por reacción, el deseo extendido en Euskadi y Cataluña de la derrota de la Roja, sin que por ello se pretendiera el fiasco de «los nuestros», a quienes se quisiera ver ganar en nuestras propias selecciones oficiales y clubes que, eso sí, juegan en las competiciones de España: otra contradicción no resuelta, pero que se sobrelleva a falta de mejor alternativa por ahora.

¿Deporte y política separados? La Eurocopa estos días y los Juegos Olímpicos después son un empacho icónico de las diferentes nacionalidades. Himnos, estandartes y orgullo patrio a raudales. Ahí está y estará España desarrollando su táctica sonrojante, con el juego sucio de su falsa representación de Euskadi, a la que hurta el derecho a participar con su nombre, bandera y dignidad en la parafernalia del multinacionalismo universal.