Y así como así… han pasado 11 años

O más. La última aparición de Sexo en Nueva York fue en 2010 con una película y los mismos protagonistas de la serie; pero su presencia final en la tele data de 2004. Y no hubo más hasta hoy con su regreso bajo el título de And just like that. Ha pasado mucho tiempo y el mundo es diferente, tanto que Carrie, Miranda y Charlotte han dejado atrás la juventud y están en la espléndida madurez de los cincuenta. ¿Y por dónde anda Samantha que no se la ve? Todo indica que la han amortizado, pero no descarten que HBO Max la recupere a lo largo de los diez capítulos, si es menester. Hay una chica nueva en el grupo, porque también en Manhattan los tres mosqueteros deben ser cuatro.

Vamos de la comedia al drama, eso es lo que ocurre en los primeros episodios. Con la muerte y el sufrimiento toda historia joven alcanza su cima. La vida no está para el lujo de la risa, por lo que alguien debe morir. No importa, también los funerales son glamurosos, con vestidos de Blahnik y Dior y tipos hilarantes como el marido sordo. Con ciertos límites, pues el drama no alcanza la tragedia. La belleza queda por encima de todo, los problemas son ahora los hijos y la familia y el sexo es misión de adolescentes. Todo es más creativo y hasta surrealista al estilo del pedófilo Allen. Esto es Nueva York y el universo sigue teniendo aquí su centro de actividad y sus conflictos son los nuestros.

En lo que han espabilado Sarah Jessica Parker, Cynthia Nixon y Kristin Davis es en ser productoras ejecutivas, además de actrices. Invierten su talento y su dinero para que la rentabilidad sea múltiple y controlar el diseño y desgaste de sus personajes oteando a un lado y otro de la cámara. La serie será un éxito y no por nostalgia, sino porque necesitamos imaginar la realidad sin la omnipresencia del Covid y que no por ello sea un relato futurista.

Cómo se fabrica un (falso) líder

Existe una injustificada fascinación en los medios de comunicación y la opinión pública acerca de los gurús de la imagen o creadores de líderes, en la creencia de que hay técnicas capaces de llevar a un ciudadano corriente a las más altas cotas del poder. Es un guion de película (El candidato, con Robert Redford, es la más famosa) que no se compadece con la realidad. Las cosas no funcionan así. Para empezar, ¿un líder nace o se hace? La respuesta es obvia, las dos cosas. ¿Y qué es un líder? Alguien tan carismático y convincente como para llevar consigo (y no tras de sí) a todo un país o encabezar a plenitud un proyecto económico o social. Dicho radicalmente: un líder es lo contrario de un tirano. No podemos calificar de líderes a militares o caciques, porque la base de su poder de arrastre no está en la convicción, sino en la fuerza y el miedo. El mundo reclama dirigentes que puedan conducirnos al ensanchamiento de la libertad y al camino de los grandes cambios. 

¿Es posible crear un líder de la nada? No, pero en circunstancias críticas y en horas de inestabilidad es factible la construcción de líderes artificiales y transitorios. Donde aparezcan los mensajes salvíficos y el descaro verbal (que algunos confunden con valentía intelectual, como Cayetana Álvarez de Toledo o el ultraderechista galo Éric Zemmour), allí encontraremos una tentativa de formación de un liderazgo oportunista y vacuo. No, la solvencia de un líder no la determina su locuacidad, ni la ruptura del discurso. Este es el señuelo, su palabra redentora, como en el púlpito. Y así es como, en ese contexto de adulteración social, trabajan los gurús de la imagen pública, los asesores de estrategia política: con mucho mensaje simple y pocos hechos relevantes, con la negación de la complejidad de los problemas y la sonrisa como escaparate. Veamos algunos casos cercanos.

El caso Ayuso

            Detrás del éxito de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, está el periodista, asesor de comunicación y ex portavoz del primer Gobierno Aznar, Miguel Ángel Rodríguez. Ayuso es su producto. Percibimos en su estrategia, antes y después de los comicios autonómicos, durante la peor parte del confinamiento y el período de relajamiento posterior, y hasta hoy, su método y su fino olfato para hacer de la presidenta una dirigente alternativa, favorecido por la indigencia intelectual de Isabel y su disposición, puesta de manifiesto en su personalidad modulable, a repetir los mensajes (casi literalmente) elaborados por el gabinete de Rodríguez y a intentar mimetizarse en Esperanza Aguirre. Ayuso confió su carrera a MAR de idéntica manera que el católico, ciego de fe, pone su conciencia y su conducta cotidiana al dictado de su director espiritual. 

            Ciertamente, la presidenta de Madrid posee una tendencia demagógica trumpista y un descaro personal, con baja tolerancia al ridículo, muy acusado, de modo que el chispeante encauzamiento público que le proporcionaba su asesor le vino de perlas. Ni en sus mejores sueños imaginó que llegaría a alcanzar, por este método populista, el apoyo popular del 4 de mayo y que rivalizaría con Pablo Casado por el liderazgo del Partido Popular; pero con la habilidad de su patrocinador supo aprovechar los regalos que el presidente Sánchez le hizo durante la gestión de la pandemia. El tándem Ayuso-Rodríguez captó dos factores determinantes para el éxito: el cansancio de la sociedad madrileña ante la severidad de las exigencias restrictivas del Gobierno central, a las que dio la vuelta como bandera de libertad; y hacer suyo el orgullo herido de los ciudadanos de la capital (la madridfobia generada en el confinamiento y atizada por los torpes ministros de Pedro Sánchez, como Salvador Illa). Libertad para respirar y orgullo castizo fueron los hallazgos de Rodríguez al servicio de Díaz Ayuso, a lo que había que añadir un formato sin complejos en los discursos, rayano en la frivolidad, y un lenguaje ramplón, típico de las redes sociales de trinchera. ¿Cuándo prescribe este tipo de comedia?

            He ahí la construcción de un falso liderazgo, una historia de oportunismo que se ha acrecentado con la disputa de Ayuso con Casado. Saben en la dirección del PP que su problema es más Rodríguez que Ayuso y que no se entiende la una sin el otro. A medida que la mediocridad y la nula capacidad de Ayuso se manifieste en su gestión y en su problemático perfil de dirigente, su popularidad se irá apagando, salvo que le sigan haciendo regalos, como el mensaje del dumping fiscal y otros por el estilo para alimentar un rentable victimismo y justificar en los imaginarios peligros de la izquierda radicalizada su adhesión a la extrema derecha, concretada en el apoyo de Vox a los presupuestos de la Comunidad. Adviértase que el discurso desacomplejado del que hace jactancia Ayuso es exactamente el disfraz de sus muchos y notorios complejos, contra los que su gurú se esfuerza en enmascarar. Es lo que hace un prestidigitador.

El caso Sánchez

Pedro Sánchez creció desde la resiliencia hasta alcanzar un liderazgo que le venía ancho y al que se adaptó tras superar las más difíciles pruebas en el seno del PSOE y su crisis de identidad. Y si tuvo arrestos para imponerse entre los suyos, su destino fue afortunado al obsequiarle el azar una moción de censura contra el presidente Rajoy, del todo imprevista. Sánchez empezó con el pecado original de un poder legal pero ilegítimo que no le habían otorgado las urnas. Ahí, en esa ilegitimidad, es cuando se siente tan frágil como para demandar un asesor para su imagen personal, eligiendo a quien previamente había contribuido al triunfo de un alcalde racista, García Albiol, en Badalona, y al éxito de un presidente de derechas en Extremadura, Monago, y que incluso se había ocupado del precario Basagoiti antes de que éste huyera a México a rumiar su fracaso en Euskadi.  

Iván Redondo es el más listo y osado de los asesores de imagen pública que ha habido en el Estado español. Ansón le hizo a Franco, con Fraga de inspirador, la oprobiosa campaña de 25 años de paz, en 1964. Y así como el franquismo tuvo en TVE y RNE dos poderosos aliados para su delirante propaganda, el donostiarra Redondo lo tuvo fácil con Sánchez frente a un PP noqueado por los asuntos de corrupción. ¿Qué hizo Redondo para consolidar a Sánchez, líder sobrevenido, ante la opinión social? Determinar los elementos de su perfil: atribuirle solvencia para la renovación democrática frente a la miseria de una derecha emponzoñada y dotarle de capacidad gestora con que responder a los grandes retos internos y globales. Lo invistió como líder homologable en Europa, contando con que Sánchez era el primer presidente español que hablaba inglés y revistiéndole de virtudes de líder dialogante, abierto y resuelto, suave con la gente, pero fuerte contra las dificultades, pues venía de un largo período de sufrimiento, como la mayoría de las personas. 

Un asesor de imagen solo tiene que pasar a limpio la composición de la opinión pública en cada momento y ordenar de mayor a menor las emociones dominantes. Y en función de ello, señalar los mensajes adecuados, tranquilizadores y convincentes, más de ánimo que de consuelo. El gurú de Sánchez no contó con que su patrocinado poseía una personalidad insegura y que fue adquiriendo celos de su imagen prefabricada sin méritos propios. Le había otorgado demasiado poder y Redondo, vanidoso como todos los constructores de opinión, dejó que se hablara mucho de él, cuando tendría que haber permanecido invisible.

En esto el azar, tan propicio hasta entonces para Sánchez, cambió de registro con la hecatombe de la pandemia. Los planes de Redondo se vinieron abajo, porque mudaron las prioridades de la sociedad y los sentimientos de miedo e inseguridad se apoderaron del mundo y hacía necesario el regreso a la comunicación pública ordenada, la que hace las cosas bien sin trampas ni milagros, de pico y pala. Los políticos responsables vuelven su mirada al modelo de Ángela Merkel, fuerte en gestión y discreta en el brillo de los fuegos artificiales.

Verónica ¿por qué?

La muerte por suicidio de Verónica Forqué (¿no habíamos quedado que los medios de comunicación deben silenciar esta forma de morir?) es, junto a su propia tragedia, un episodio de responsabilidad de determinados espacios audiovisuales. Verónica había participado en la actual edición de MasterChef Celebrity, en La 1, donde pudimos ver que no estaba en condiciones emocionales para entrar en la exigente trama de un programa competitivo que ha derivado en reality puro y duro en su alocado objetivo de liderar la audiencia. Es ganar o perder a toda costa. Y Verónica no estaba para semejante desmesura.

Hace un año la popular actriz se había sentado ante la jauría de desolladores de Sálvame Deluxe. No debió haber aceptado la invitación, ni la dirección de la productora haberla llevado en su estado de fragilidad. Y como era de prever, la Forqué dijo lo que no dice nadie en pleno control de sus facultades y se dejó arrastrar hacia los terrenos oscuros de su intimidad personal. No era el mejor lugar para esta delicada señora.

En mayo de 2019 el canal británico ITV canceló de forma permanente el reality Jeremy Kyle Show tras conocerse que Steve Dymond, de 63 años, se había quitado la vida tras su intervención en el espectáculo. Recordemos que el Gran Hermano español está suspendido sine die después de que en la edición de 2018 ocurriese, presuntamente, la violación de una participante por un concursante.

Me pregunto, y no es retórica, si TVE se siente concernido para paralizar el concurso, incluida la final de este viernes. Forqué, por sus extravagancias, fue escarnecida en las redes sociales y también por sus colegas de plató. Ni siquiera el jurado tuvo compasión de su momento psicológico. El drama final de Verónica podría haber ocurrido de todas las maneras; pero la tele, a veces, es el riesgo a evitar.

Descansa en paz.

Los socialistas contra la TV pública

Hay una España vaciada que clama, con razón, contra la soledad de su mucho territorio y su poca gente. Y hay una tele vaciada por otra cada vez más llena. El mundo audiovisual son dos ciudades superpobladas en las que habita el 55%. Están las urbes medianas, de titularidad pública, que no llegan al 20%. El resto son aldeas diminutas de aventureros, tribus religiosas, alguna secta y comerciantes. ¿Y quién manda ahí? La misma ideología liberal que gobierna la UE y que sirve sin pudor a los intereses de las corporaciones a través de la Directiva europea de servicios de comunicación audiovisual, a la que se pliega la Ley Audiovisual estatal, cuya renovación está en fase de anteproyecto con sus terribles mermas para el pluralismo y la democracia. El profesor Ramón Zallo ha expuesto los pormenores en la revista Viento Sur.

El insaciable lobby de los entes privados, UTECA, sostiene que la futura ley «condena a las televisiones en abierto a competir en inferioridad de condiciones con gigantes digitales de dimensión internacional». Hay que ser embusteros. Fíjense que Mediaset y Atresmedia son de propiedad italiana, una del monstruoso Silvio Berlusconi y la otra del conglomerado De Agostini. La vicepresidenta Nadia Calviño, hija de José María Calviño, aquel guerrista que gobernó RTVE como un cortijo en los ochenta, les va a otorgar una desregulación publicitaria que saturará de anuncios las horas de mayor audiencia. Es una agresión.

Lo de los socialistas con la tele pública es de traca. Si la vice de Zapatero, Teresa Fernández de la Vega, la hundió amputándole la publicidad y obsequiando así a los canales comerciales casi 5.000 millones de euros en lo que va década, la vice de Sánchez va camino de llevar el duopolio Telecinco-Antena3 a su máximo histórico de dominio. Visto así, todas las televisiones son del Gobierno.

La memoria en paz

Tengamos la memoria en paz. En esencia, esta es la meta de Gogora, Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos de Euskadi, al que debemos el programa Memoria Eraikiz y sus cuatro documentales que ETB comenzó a emitir el pasado lunes. El primero es impactante, pleno de certezas y gran estética, con los testimonios de concejales que fueron perseguidos por ETA al modo mafioso, una historia incómoda que relata y analiza sin precipitarse en el revanchismo del que hace gala, entre otros, el Memorial de Víctimas del Terrorismo, ese chiringuito de trinchera que el Estado plantó en Vitoria-Gasteiz para malversar la realidad.

Las voces intimidadas, dirigido por Maite Ibáñez y realizado por Mikel Cubillo, es obra de la productora New Media Digital. Su mayor virtud es el equilibrio entre mente y corazón, porque no se ha configurado desde la ira, sino desde la honestidad intelectual y el saber contar historias, lo más importante si hablamos de televisión. Lo reúne todo: cargos municipales del PP y PSOE, sus hijos, su entorno y los hechos detallados, complementado con una mesa de diálogo plural, formada por personalidades de la talla de Paul Ríos, Edurne Portela, Karmelo Sáinz de la Maza y un formidable José María Mitxelena, edil de EA en Oiartzun cuando era heroico serlo.

Si nos ofendió Patria fue por la mezquindad de su narración, ficticia pero con pretensiones de veracidad indiscutible. Y si nos ha gustado Maixabel, la peli sobre el encuentro real entre víctima y verdugo, es por su grandeza bien contada, lo mismo que ha logrado el primer capítulo de Memoria Eraikiz con la dolorosa pero decente mirada atrás de un país que mira hacia delante. Tengamos, pues, la memoria en paz. No hagamos como España, pendiente de purgar los recuerdos de su dictadura y aún con miles y miles de fusilados en las cunetas.