Parot y la venganza española

Descontena en su presente, TVE se ha apuntado a la ucronía, narración alternativa a partir de un hecho histórico y concebida como desquite de la realidad. En asociación con la CBS, la televisión pública ha producido Parot, serie en diez capítulos, distribuida por Amazon Prime Video. ¿Recuerda España que la doctrina jurídica bautizada con ese nombre la idearon sus tribunales y que en 2013 fue revocada por Estrasburgo? Con la frustración de tener que excarcelar a decenas de terroristas junto a violadores, asesinos y pederastas, la serie imagina el deseo colectivo de liquidarlos con una historia de venganza en el mismo orden inmoral del terrorismo de Estado, tan real como los GAL.

La venganza es un género eterno de la literatura y el cine. Dumas en El Conde de Montecristo y Murakami en 1Q84 abordaron esta respuesta trágica y la justificaron sin reparos. En Parot el vengador es un tipo disfrazado con careta de mono que va matando a los liberados de la misma manera que asesinaron a sus víctimas. Entre ellos hay un aristócrata y depredador en serie de apellido Lope de Haro y un miembro de ETA, responsable de la masacre de Hipercor, a quien el mono vengativo casi quema vivo en su coche, pero es rescatado in extremis por la policía. ¡Cuánta piedad! Esta y otras excusas burdas confirman el fondo podrido de un discurso que en lo ético da por buena la revancha ilícita y en lo estético no pasa de producto de menor cuantía.

Adriana Ugarte y la veterana Blanca Portillo en un confuso papel de psiquiatra forense apenas pueden salvar un bodrio para el que los americanos hubieran recurrido a Liam Neeson, experto en el arte de vengarse y de predicar la vigencia de las leyes de talión y la bíblica del ojo por ojo. Al menos no lo intentan disimular, mientras la hipocresía española se lía en disquisiciones. Se prefiere hacer el mono.

Otra vez la banalidad del mal

Coincidió la noche de la Superluna de las flores con el cierre de la contradictoria docuserie que ha ocupado las charlas de café sobre la historia de Rocío Carrasco y su brutal exmarido, estrella de la teleinfamia, modelo de maltratador psicológico y embustero compulsivo. En lo mediático ha sido todo un fenómeno, con audiencias medias de casi tres millones de espectadores y cuota de pantalla superior al 25% a lo largo de sus 13 emisiones. Si bien reconocemos su impacto, también somos conscientes de su significado en la sociología del país. De fondo queda el debate de si la telebasura será definitivamente cuestionada y si está dispuesta desaparecer por decisión propia o por ley, porque ya no es aceptable su impune barbarie.

Telecinco trajo consigo la destrucción programada de personas a base de difamación y asalto a la intimidad, causando numerosas víctimas e infectando el respeto interpersonal. Una de ellas fue la hija de la tonadillera y el boxeador. Ahora, tras su sistemática demolición durante años, montan el espectáculo inverso, su rehabilitación por los mismos que la machacaron, sin que esta autodescalificación implique propósito de cambio o desmontaje de SálvameSocialité y otros chiqueros. Hasta que no ocurrió la violación de una chica no cerraron Gran Hermano.

La presentadora Carlota Corredera ha declarado que “con el caso de Rocío Carrasco ha caído la careta del periodismo del corazón y la de la justicia”. ¿Y la suya no? ¿Y las de Vasile, Berlusconi y La Fábrica de la Tele, productora del monstruo? ¿Y de la gente que lo alimenta a diario? Para más cinismo y descaro se jacta de estar creando el #MeToo español. Vistieron a esa pobre chica con traje fucsia y body negro como icono para construir, de nuevo, la banalidad del mal, a la que se refirió hace mucho, mucho tiempo Hannah Arendt. Todo sigue igual.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

La Europa de las 5 tribus

Lo más chocante de Eurovisión 2021 no estuvo sobre el escenario, con sus estrafalarias escenografías, sino en TVE, que eligió como uno de los patrocinadores de la gala un producto de belleza (aceite de argán) de origen marroquí y fabricado en Israel. Con lo que está cayendo es impertinente otorgar tal distinción a una marca de sonoro nombre rifeño. En la superportuaria Rotterdam ha resurgido el dinosaurio. Lo del sábado fue una edición inane en lo artístico, pero servicial en el mensaje de vuelta a la vida tras la devastación de la pandemia. Simbólicamente, las mascarillas brillaron por su ausencia. Y así poco más de 4 millones de espectadores vieron en La 1 (y el triple en redes sociales) una esperanza de regreso de los turistas y no tanto el inmerecido éxito de Italia.

La ansiada normalidad se plasmó en una espesa salsa holandesa, con la mantequilla de la diversidad y las yemas de las luces y efectos especiales, pero tirando a salsa americana, como en una final de los premios MTV. ¡Fueron 26 veces el mismo show de Beyoncé! Algunos países renunciaron a su idioma por el inglés. Solo Francia puso el acento europeo con una canción de cuño continental. Se da la circunstancia de que tanto el tema galo, como los de Suiza y Bulgaria, precisamente los mejores, fueron estrenados durante la docuserie sobre Rocío Carrasco, en Telecinco. Incluso la melodía helvética es la base de la sintonía del drama nacional del momento.

¿Y España? Ay, pobre, tercera por la cola tras una actuación delictiva. Adviertan los dirigentes del PP que el desastre no es culpa de Sánchez. Eurovisión lleva zombi varias décadas y enmascara la confraternidad en lo anticultural. Vamos hacia la Europa de las cinco tribus: las tribus de Pfizer, Moderna, Janssen, la apestada AstraZeneca y los postergados sin vacuna. Lo anterior es historia.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Detrás de las cámaras

Al igual que viajar a otros países abre la mente, ver televisiones extranjeras enriquece nuestra percepción del mundo y permite constatar la diversidad de culturas y modos de vida. ¿Y qué hay detrás de este medio de masas? Una industria competitiva pero cruel en el trato con sus trabajadores. No es un secreto. Ellen DeGeneres, superestrella en Estados Unidos (llegó a presentar la ceremonia de los Oscar 2014), además de icono lésbico, ha puesto fin a su show tras 19 años en la Warner. El conocimiento público del acoso laboral a sus colaboradores condujo a la caída de la audiencia, la pérdida de anunciantes y su dramático ocaso. El suyo fue puro bossing, despotismo del jefe hacia el subordinado, una de las más frecuentes formas de bullying.

Los canales españoles no son ajenos al terror interno, más aún después de que la crisis de 2018 precarizara a sus profesionales, jóvenes sin opciones en un sector derrumbado. Lo que ocurre en las productoras daría para una serie de lágrimas, despidos y abusos. Madrid es una selva brutal. Hemos visto a Josep Pedrerol (el de Jugones y El Chiringuito) vejar en directo a uno de sus becarios. También en ETB ha existido esa relación despótica, yo lo he visto: directores de programa atrabiliarios y gritones contra los que se inhibió un sindicalismo fracasado. Hay muchas DeGeneres, como Cruella De Vil, al otro lado de las cámaras.

El maltrato al espectador es parte de ese despótico vínculo. En la novela Luz de febrero, de Elizabeth Strout, el viejo protagonista se percata de que el policía que acababa de multarle por exceso de velocidad tenía una erección, provocada por “el sentimiento de ira y poder”. A la tele le excita implantar un despotismo ilustrado (todo para el pueblo, pero sin el pueblo) y aterrorizar a sus servidores. Es el medio rey, dicen. Y lo es, absolutamente.

Zaldibar, ya llegan los carroñeros

Como los buitres tras la carroña, la ultraizquierda política y sindical, la derecha y la ultraderecha españolas vuelan bajo dispuestas a sacar partido de la tragedia de Zaldibar. Los que apoyaron el asesinato durante años y los que no dudaron en sacar rédito electoral de las víctimas del terrorismo hacen ahora causa común contra el Gobierno Vasco una vez que ha sido imposible encontrar los restos del trabajador sepultado bajo miles de toneladas de residuos tóxicos y tras más de 14 meses de ardua búsqueda y la inversión de ingentes recursos públicos.

Es la historia, una más, de la política rastrera en Euskadi.

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