Julian Assange somos todos

El atraso del mundo se mide por su tendencia a la creación de héroes, una idolatría que persiste bajo apariencias distintas de las tribales. Basta reconocer la imperfección humana para negar que pueda haber santos y seres heroicos, a lo más personas formidables que con su talento y sacrifico renovaron nuestra vida. Admiración es mejor que adoración. ¿Y qué es entonces Julian Assange? Una víctima de los poderes opacos que desveló por internet los secretos de Estados Unidos bajo los que se ocultaban crímenes cometidos en nombre de la democracia. Antes Assange habría sido asesinado en un sucio callejón de Nueva York. Hoy existe una maquinaria de justicia corrupta (similar a la que protege al emérito español) que está aniquilándole paso a paso con el eficaz cobijo de la televisión y demás medios.

Por ahora el líder de Wikileaks no ha sido extraditado a Washington donde le caería prisión perpetua y permanece detenido en el Reino Unido tras siete años refugiado en la embajada de Ecuador. Para neutralizar su martirio por la libertad y la verdad le inventaron acusaciones de violación en Suecia y aunque fueron sobreseídas sirvieron para deshonrarle durante un tiempo, como se malversó su privacidad en el exilio diplomático. ¿Qué hacía la tele mientras tanto? Justificar en noticias y opinión la persecución emprendida por Obama y Hillary Clinton. Sí, en esto no hay Biden o Trump: solo patria o traidores. Hasta Vargas Llosa, siervo del imperio, le fulminó sin piedad en El País.

Netflix se ha escabullido. Su documental Risk es un ejemplo de fútil narrativa. Al menos Matt Groening, en Los Simpson, dedicó al australiano un digno capítulo. Lo demás ha sido y es un oprobioso silencio. No, no es un héroe, pero su causa es justa, tanto como para reivindicar a este honesto rebelde e impedir su destrucción pública y personal.

Berlusconi y Vasile gobiernan España

El autor del concepto de telecinquismo merecería la medalla de oro de la sociología. Quien fuese definió con agudeza la peor versión del alma española, de pasado curtido de rabia e ignorancia y presente de pésima convivencia, falta de respeto y baja autoestima. El telecinquismo propaga ad infinitum los defectos de la comunidad y anula sus virtudes hasta hacerlas desaparecer. Y no es solo por la programación antisocial de Telecinco, líder de audiencia y valedor de las bajezas humanas: es por la penetración de ese estilo navajero, lenguaraz y arrogante de entender el diálogo en todos los ambientes, del vecindario a la nación, del bar a la familia y de la cuadrilla a las redes sociales. La pandemia de la degradación. 

¿De qué sirven la excelencia formativa, los libros, el arte, la ciencia y el cultivo de la compasión, si se impone el grito en los diálogos, el ataque personal como razón y el asalto a la intimidad ajena y los peores del barrio tienen la palabra pública? La política se ha contagiado de telecinquismo y el debate parlamentario se aproxima al esperpento cotidiano de Belén Esteban y la Pantoja. Las tribunas institucionales son platós donde se remeda a la Patiño y la frivolidad de Ana Rosa. El gobierno de España no lo preside Sánchez, sino Vasile, embajador de Berlusconi y mago de la coprofagia.

Euskadi no escapa a este drama. Además de que Telecinco es el canal más consumido por los vascos, se llegó a fichar a uno de Sálvame para dirigir las tardes de ETB2. ¡Santo Dios! Al formular la nueva ley de educación la ministra Celaá debió pensar primero en cómo neutralizar el efecto demoledor del telecinquismo sobre niños y jóvenes. No hay izquierdas contra derechas, ni existe un problema de lengua vehicular: hay un sistema deshumanizador que entretiene miserablemente cada día a millones de ciudadanos y a todos nos aniquila.

2020, el año del miedo

Se recordará 2020, bisiesto, siniestro y pandémico, como annus horribilis, el año que un enemigo invisible paró el mundo. ¿Y a quién no se le paró el mundo alguna vez? A la tele no, nunca se detuvo y siguió funcionando hasta el punto de alcanzar el mayor consumo de todos los tiempos. En el salvaje confinamiento de primavera, la televisión e internet fueron las únicas conexiones humanas con el exterior y las plataformas como Netflix y HBO crecieron exponencialmente en suscriptores, pero sin más mérito que servir de distracción de la soledad y el terror.

El balance es penoso. La publicidad se hundió, los programas colapsaron y los grupos mediáticos cerrarán, como la novela de Stendhal, en rojo y negro, por pérdidas y por haber contribuido a la expansión del miedo como herramienta para la prevención del contagio. Para la historia universal de la infamia quedará el despiadado afán de los informativos en contar día a día, hora a hora, los muertos por el virus. Era más eficaz, pensaron, acojonar a la gente para mantenerla quieta y callada que apelar a su libre responsabilidad. No nos respetaron.

Las series han crecido como alternativa a la programación conservadora. Entre lo mejor, la segunda temporada de La amiga estupenda, pura esenciaLa conjura contra América, nacida del relato de Philip Roth; y Mrs. America, con una enorme Cate Blanchett. Y lo peor, la oprobiosa Patria, mimada por el sistema y fracasada por aburrimiento. Jamás hubo como ahora tantos espectadores de primeros capítulos. El fútbol de estadios vacíos dio lugar a la majadería de la retransmisión con sonidos falsos, felizmente calificados como “orgasmos fingidos” por Concha Lago en DEIA. Y por supuesto, ETB no emitió en directo el mensaje navideño del rey de España, cumpliendo la tradición y la honra democrática de Euskadi. Urte berri on! 

La vida en 30 segundos

Mal están las cosas esta navidad si Freixenet ha renunciado a su mítico spot de las burbujas y chicas de purpurina. ¿Por qué deberíamos brindar? La publi se ha adaptado a las circunstancias y los anuncios son ahora de dos clases: los que han ajustado su discurso al sufrimiento emocional y los que, ignorando la realidad, siguen como si no estuviéramos en un cataclismo. Entre estos últimos, las marcas de perfumes emiten los mismos mensajes oníricos de siempre y persisten en su estética afrancesada. Ya se sabe que las fragancias son el comodín de quienes no saben qué regalar. El mío para estas fiestas es un estuche de sequoia con dos dosis congeladas de la vacuna anti Covid y sendas jeringuillas con aguja de platino, más un anillo de brillantes.

Somos, como sociedad, los anuncios que salen en nuestras pantallas y esto se aprecia cuando viajamos a otros países donde los mensajes manifiestan su predominio sentimental o racional. Echo en falta la épica publicitaria de la pasada primavera. Sí, la Lotería ha creado un relato conmovedor. Y Coca-Cola ha regresado a sus altos estándares creativos. También El Corte Inglés está a la altura con la magia de sus elfos. Pero Campofrío, antes sublime, ha fallado con su sátira de la muerte. Las muñecas de Famosa no se dirigen a más portal que el de sus domicilios, mientras El Almendro no vuelve a casa por navidad cuando ni el emérito lo hace. Son pésimos tiempos para campañas. Hay menos inversión y los contenidos son cautelosos. ¿A quién le importa cuál será el primer anuncio de 2021? ¿Alguien prometerá de corazón un feliz año recordando los frustrados deseos de las campanadas de 2020?

Los anunciantes quieren contagiarnos esperanza y se agradece; pero no creen en ella. Se autoengañan. La alegría quedará para después de la crisis, como ocurrió en Europa tras las grandes guerras. ¡Feliz Navidad! 

La verdad sobre Altsasu

Una manada de buitres otea los valles de la Sakana esperando la carroña. Alguien arroja una res muerta desde el barranco y las aves acuden al banquete. Con estas imágenes comienza la serie Altsasu, estrenada en ETB1. Podría ser un recurso estético para mostrar la conmovedora belleza de la comarca; pero es la metáfora de lo que en aquel pueblo ocurrió tras una pelea tabernaria el 16 de octubre de 2016. Partidos, tribunales, policías y medios -“rentistas del drama y de la muerte”, en palabras recientes de Bernard-Henry Lévy- se abalanzaron sobre aquel suceso y lo desquiciaron para saldar no sé qué frustraciones de malos perdedores del relato de una época violenta en Euskalherria felizmente concluida cinco años antes. 

            Altsasu es, pues, una historia de carroñerismo político, judicial y mediático que tuvo como víctima a un pueblo entero, entre el que escogieron a ocho jóvenes cuya culpa no sobrepasaba su radicalidad ideológica y la ingesta alcohólica de un mal fin de semana. ETB se ha esmerado con una excelente ficción producida por Baleuko y dirigida por Asier Urbieta, en la que también ha colaborado TV3. Como no es un documental, los hechos no pretenden ser exactos, pero sí verídicos, como en la irlandesa En el nombre del padre, avalando el sufrimiento de quienes fueron juzgados sin imparcialidad y condenados salvajemente por terrorismo. 

            El primer capítulo despliega un gran elenco artístico, pero deja irresuelto el desarrollo de la trifulca, peca de imagen oscura y falla en la figuración de los guardias civiles con uniformes imprecisos. El relato certifica honestamente lo que ya está en el imaginario colectivo: en Altsasu alguien se vengó a destiempo de una comunidad inasimilable y tomó a Aitor, Ander, Eki, Gorka, Haritz, Jonmi, Naiara y Urko como rehenes. ETB, cumpliendo su misión pública, ha salido a su rescate.