Empacho de Alex de la Iglesia

Es la suerte de ciertos creadores que alcanzan el fervor de la crítica y el arrebato del público: sus aciertos se elevan a la categoría de culto y sus errores se minimizan. Quentin Tarantino y Woody Allen están en esa nómina. También Pedro Almodovar. Más cercanos, Joaquín Sabina y Alex de la Iglesia. El último concierto del flaco en el BEC, hace tres años, fue patético; pero ¡ay, amigo!, era Sabina y todo se le perdona. Ahora, Alex ha estrenado en HBO 30 monedas, que va para ocho extensos capítulos. “Alex en estado puro”, “auténtico, el de siempre”, “es lo que esperábamos”, claman en las redes sociales sus apasionados fans. Pero no hay un Alex único. Ha regresado a El día de la Bestia y Acción mutante, muy distintas a Perfectos desconocidos, su último film.

Poco dado a la idolatría e iconoclasta de corazón, no quiero ocultar mi decepción¿Terror, surrealista, gore, fantástica, sarcástica? ¿En qué género la clasificamos? ¿Tributo a su admirado Tarantino? De todo eso hay en una serie que se adentra en el mito del salario que recibió Judas por traicionar a Cristo y que enlaza con el parto de una vaca de un bebé humano. Hasta donde pueda llegar la historia en su extravío es el único aliciente que nos queda, con sus demonios, exorcismos, curas locos y tipos grotescos. Los que aman al Alex primario se darán un empacho. Los demás nos llevamos un chasco porque preferimos el lote completo. 

Dejo para otro día responder a estas dos preguntas retóricas. ¿Descontando a Lynch, un buen cineasta tiene alma para hacer televisión? ¿Una serie es un producto artístico genuino o es, básicamente, una larga película dividida en porciones, como los quesitos, por exigencias económicas de las productoras digitales? Y una duda final: ¿Si en vez de Alex de la Iglesia, uno de los nuestros, hubiese sido otro el director de 30 monedas, le habríamos disculpado?

Esa gente rara de la tele

Las pantallas, como la luna, ejercen una fuerte atracción sobre determinadas personas, esas que, en algún momento de su vida, vaya usted a saber por qué, extraviaron el sentido del ridículo y no tienen reparo en hacer en público lo que debería avergonzarles. Los raros. Hay dos clases de perros verdes: los frikis y los patéticos. Los primeros habitan los realities y pueblan las redes sociales. Quizás First Dates, en Cuatro, sea su mejor regalo. De matriz británica, tiene una media diaria de casi millón y medio de espectadores y es el espacio más rentable del canal secundario del tinglado de Berlusconi en España.

Allí acuden no solo los urgidos por carencias sexuales y afectivas; también van jóvenes, maduros, solitarios y hasta ancianos, todos ellos desprovistos de la dignidad que implica la reserva de su intimidad. ¿Qué puede impulsar a un hombre o una mujer a dejarse ver y oír, sin pudor, en su tentativa de apareamiento? ¿Qué les ocurre para convertir su corazón en espectáculo, a imitación de Belén Esteban y demás modelos de la telebasura? ¿Volverán, sin más, orgullosos a sus pueblos para ser mofa y befa vecinal tras su cutre aventura? Es imposible una historia de amor en esa cochambrera.

Los otros, los patéticos, poseen cierto rango. Es el caso de Celia Villalobos, ex ministra del PP, participante en el concurso gastronómico MasterChef. ¿Qué hacía ahí esta señora con su repulsión y fealdad moral? ¿Tan mal está el retiro de los políticos? Vemos también al inmunólogo Alfredo Corell, en La Sexta Noche, explicando el Covid-19 y las vacunas mediante un montaje caótico de legos, banderitas y muñequitos de Star Wars que no entiende nadie. ¿No hay un alma caritativa que le diga a este buen hombre, nada menos que catedrático universitario, que es el hazmerreír de la ciencia? Piedad para los abducidos por las cámaras.

Retrato de una época sin fin

HISTORIAS DEL SEGUNDO CONFINAMIENTO

Nº 9 – 27 NOVIEMBRE 2020

Si la historia es la narración del pasado y el periodismo el relato del presente, la novela sería, creo yo, el espacio intermedio entre lo viejo y lo inmediato, su síntesis, mitad certeza y mitad ficción. Por lo menos, una especulación de la realidad. La historia está llena de dudas, mientras que los medios de comunicación están atravesados de prisas y cierta superficialidad. Una novela honesta, con peresonajes y hechos reales, sería una aproximación a la verdad.

Pilar Eyre (¡qué gran apellido para una escritora!) acaba de publicar un libro sobre el rey emérito de España, «Yo, el Rey», que he terminado de leer y que me ha dejado un buen sabor de boca, sin llegar a la exquisitez que busco en las grandes creaciones. Eyre disecciona al personaje, desde su nacimiento hasta el momento en que abdica como rey de España, ochenta años que son lo peor de la ya de por sí poco edificante his-toria de este Estado fallido y sin fuuro.

Juan Carlos, al que a lo largo de las 500 páginas, se le llama Juanito, el nombre familiar, nació en un hogar al que se puede llamar todo menos familia, marcado por el exilio en Italia y Portugal, la maldición de los Borbones junto con la hemofilia y la perversidad sexual, además del alcoholismo. En el caso del emérito se le añade un suceso ocurrido a la edad de 18 años, cuando en Estoril mató accidentalmente a su hermano Alfonso, de 14 años, jugando con una pistola que le había regalado Franco y que su madre, María, ese fatídico día les dejó usar a pesar de la prohibición de su padre, el triste Juan. 

Este hecho marcó la vida del emérito. Según Eyre, hay que añadir otros varios. Uno de ellos fue la disputa con su padre para ser nombrado heredero de la corona española por Franco, al que hizo la pelota todo lo que pudo. El dictador prefirió al hijo, a pesar de que no le consieraba muy listo. Pilar Eyre dice del emérito que sin ser tonto era muy astuto. Juan Carlos fue educado en un internado de Friburgo, en Suiza, donde los chicos de las familias más ricas de Europa la tomaron con él y le hicieron bullying sin piedad. 

Otro factor clave del emérito, según este relato, es su desmedido amor por el dinero. Las estrecheces de los Borbones (que ya quisíeramos los demás mortales) le crearon una fijación por conseguir pasta. A cualquier precio, nunca mejor dicho. Eyre sitúa a Manuel Prado Colón de Carvajal, amigo íntimo del emérito, como el gran estratega de los negocios que han convertido, ile-galmente, a Juan Carlos I en una de las mayores fortunas del mundo. El principio fue la crisis del petróleo de 1973, cuando los países árabes, después de la guerra con Israel, como represalia, cerraron el grifo a occidente. 

La buena relación que el entonces príncipe había establecido con sus hermanos-tiranos árabes la aprovechó para llevarse, por consejo del “manco de oro”, como llamaban a Prado, sustanciosas comisiones. Y así hasta hoy. De ahí a los demás negocios de representación empresarial solo hubo unos pasos más.

Lo demás, ya es conocido. Sus numerosas amantes, la Corinna, de la que se enamoró perdidamente, la triste existencia de la cornuda Sofía que, al final, se ha convertido en una especie de Lady Macbeth, ambiciosa y sin escrúpulos, para garantizar la continuidad en el trono de su hijo Felipe. Eyre relata la anécdota de Carrero, cuya esposa se lió con un oficial de la marina. Tuvo que intervenir López-Rodó, muy del opus, para poner orden en la familia. El pobre voló, años más tarde, con cuernos y todo. Es cómica y trágica a la vez la historia de este rey corupto, inmoral y vividor que, como sus antepasados, morirá en el exilio. Este libro trata de que no se blanquee su deshonor y cobardía.

Primero fue el populismo audiovisual

Al parecer, todos tenemos dos almas. El socialismo alberga la marxista y la socialdemócrata. El nacionalismo vasco, una soberanista y otra pragmática. En la derecha española habitan la democrática y la franquista. Es una explicación leve de la dualidad humana (instinto e inteligencia, imaginación y realismo), como si fuera contradictoria y no, según creo, complementaria. ¿Y la televisión? Sí, también tiene dos almas, la honesta y la carroñera. Aquí la telebasura tiraniza las audiencias mediante el populismo audiovisual.

España se ha enganchado a la repugnante riña por una herencia. Millones de ciudadanos asisten complacidos desde hace diez días a la guerra entre Paquirrín y la Pantoja por el legado del padre/marido torero. Una bronca que en Telecinco se celebra a balcón abierto, mañana, tarde y noche, con la Patiño, Jorge Javier y Emma García de notarios del estercolero. Es verdad, las herencias son motivo de terribles desavenencias familiares; pero, aunque acaben a puñaladas, se zanjan en la intimidad o entre abogados y pleitos. El alma miserable de la tele abre un agujero en la privacidad y desparrama sobre los hogares las heces más famosas.

Mucho antes, en 1995, la sobrevalorada BBC sentó ante el televisor a 23 millones de británicos con una entrevista a Lady Di, en la que la malograda princesa dijo aquello de «éramos tres en este matrimonio, estaba un poco superpoblado». Veinticinco años después sabemos que aquel diálogo estuvo precedido de coacciones del periodista al mando, Martin Bashir, de las que se valió para que Diana contara sus cuitas de esposa cornuda y su bulimia. Ahora, la corporación ha abierto una investigación sobre la fechoría. A buenas horas, mangas verdes. El sábado pasado fue el día mundial de la televisión. Día de lamento, supongo, por su alma malvada. ¿Dónde está la otra, la veraz y compleja, que no la veo?

La muerte de la madre oscura

HISTORIAS DEL SEGUNDO CONFINAMIENTO

Nº 8 – 18 noviembre 2020

Hubo un crimen en 2013, en la infinita Galicia, que lo tuvo todo para constituirse en historia de película: Rosario Porto, una mujer de la burguesía compostelana, joven, guapa y abogada de éxito, además de culta y cónsul de Francia. Un hombre, Alfonso Basterra, de poco espíritu, periodista, bilbaino y emocionalmente dependiente de su mujer. Y una niña, Asunta, hija adoptiva de ambos, de 12 años, china de origen, inteligente a rabiar y brillante, a quien un jurado popular consideró víctima de asesinato de sus padres, condenando a estos a 18 años de cárcel. Rosario ha aparecido hoy muerta en su celda, ahorcada, lo que sugiere un caso de suicidio. Yo no estaría tan seguro.

El caso fue y sigue siendo un misterio. Los autores sentenciados se declararon inocentes desde el principio y las pruebas contra ellos eran circunstanciales, pero numerosas. No hubo testigos. Y lo que es más enigmático, no hubo un móvil claro. ¿Por qué unos padres matarían a su hija, una niña extraordinaria? ¿Por qué un hombre y una mujer, ya separados, se pondrían de acuerdo para asesinar a su hija, bajo qué interés o propósito? No aparece motivo económico. Se dijo en el juicio que Asunta estorbaba en la nueva vida de ambos. Es absurdo. ¿Qué beneficio podría reportales matar a su hija? ¿En qué medida era estorbo?

Y sin embargo, fueron condenados, a mi modo de ver por una defensa calamitosa y una presión social asfixiante. Rosario era contradictoria y proyectó una imagen de mujer oscura. No se hizo querer ni atrajo hacía sí la compasión de la gente. Muchos medios de comunicación contribuyeron a aumentar su antipatía. Pero más allá de eso, la ausencia de móvil y el desarrollo de la investigación dejaron muchos interrogantes.

¿Y si Rosario, que ahora yace muerta en la morgue, era inocente? ¿Y si el jurado se equivocó al condenanarla y se dejó llevar por la fuerza de las circunstancias y la actitud negativa de la mujer? ¿Y si la buena gente, el pueblo simple y manipulable, se lanzó a degüello contra Rosario solo porque les caía mal, vaya usted  a saber por qué oscuros pensamientos?

Recuerdo que, por estando entonces en Euskal Telebista como comentarista de la actualidad, defendí la probabilidad de su inocencia y la incosnsistencia de las pruebas contra Rosario y Alfonso.  La mayoría la encontraba culpable. Y hoy, muerta esta pobre mujer, me ratifico en que quizás era realmente inocente. Y si hay dudas sobre la culpabilidad de un acusado, hay que dejarle libre: in dubio pro reo.

Junto al misterio trágico de Rosario, está quien fue su pareja, Alfonso, igualmente condenado por asesinato. Llama la atención su papel en esta historia. Siempre secundario y a rebufo de su mujer. Un pringado. Un personaje sin relieve ni personalidad que, en el relato oficial, actuó de cooperador necesario, su cómplice, en la muerte de la niña. Con toda su simpleza, no le considero capaz de participar en un crimen tan horrendo. Por no tener, no tiene ni valor para eso. Se cagaría por las patas. ¿Podría tener Rosario Porto tanto poder sobre él como para inducirle a preparar y cometer juntos el asesinato? Pero volvemos sobre los prejuicios contra ella, a la que se tenía por mujer oscura, ambiciosa y sin moral, además de mujer brava en asuntos de amor y sexo. Y en una sociedad machista, eso es imperdonable y por tanto reo de sacrificio en la hoguera social. Todo pivota sobre esta idea sobre ella. 

Creo que ha muerto una mujer sin culpa, víctima de sí misma y su leyenda de mujer oscura fruto probablemente de sus complejos y traumas heredados. Entre todos hemos trenzado la cuerda de la que la han colgado. Pero, si Rosario y Alfonso no mataron a la cría, ¿quién fue y por qué? Ahí queda el misterio que quizás nunca resolvamos. Asunta y su madre ya están juntas.