Diario de cuarentena. Día 94. Willkommen, Herr Marshall

España está gravemente herida por el estado de alarma y el feroz confinamiento a los que se ha sometido por largo tiempo, mucho más del necesario y a un coste terrible. La factura a pagar es brutal en vidas y hacienda, en sufrimiento de hoy y sacrificio de mañana. El Estado español depende demasiado del turismo; pero es el modelo económico que arrastra desde el franquismo, cuando se optó por un modelo de sol y playa, de bajo valor añadido y a un precio medioambiental demoledor para su litoral. Y aún seguimos en eso, en lugar de haber elegido el talento, la educación, la industria y la investigación. Ningún gobierno posterior ha enderezado aquel desastre de la dictadura, maldita sea.

Con la necesidad imperiosa de recuperar el turismo, la llegada a Mallorca de un contingente de turistas alemanes, unos 400, ha tenido una estampa parecida a la de la película “Bienvenido, Mister Marshall”, la historia de un pueblo (en realidad cualquier pueblo español subdesarrollado) que engalana su pueblo para recibir a una misión diplomática norteamericana con la esperanza de conseguir una importante ayuda económica. Aquello fue en los años 50. Y lo de la misión alemana es, 70 años después, y en las islas baleares, en 2020.

Recibir a los teutones con aplausos en el aeropuerto tenía todas las trazas de la recepción de Pepe Isbert y Manolo Morán a la delegación yanqui. Falto ayer el discurso retórico más genial del cine: «Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar; porque yo, como alcalde vuestro que soy, os aseguro que para pagar esto ni un céntimo ha salido de las arcas públicas, porque en las arcas jamás ha habido un céntimo». No hubo alcalde ni discurso, pero sí unos ciudadanos batiendo palmas que daban, la verdad, bastante pena.

Dignidad, España. Honor, por favor. Un país turístico no es un país servil, de camareros que doblan la cerviz, se sienten inferiores y extienden la mano esperando una propina. Eso nunca. Hagan sus apuestas de marketing, presenten sus mejores ofertas, sean competitivos en precios y calidad, con el mayor valor añadido posible y ese esfuerzo les dará resultados. Atraigan también al turista local y hagan el favor de no bajarse los pantalones ante nadie.

Se dice que alguien en el Bundestag planteó la posibilidad de que Mallorca fuera incorporada como un Länder alemán más (no confundir con Lander, nombre vasco). En realidad, fue una campaña publicitaria de EayJet.

El turismo se parece al alquiler de una casa, una cesión temporal de una propiedad a cambio de un precio, con derechos y obligaciones. El buen turista respeta el lugar que le acoge y admira y disfruta sin necesidad de sentirse superior.

Ser turista es un ensayo de la ciudadanía del mundo, conocer y respetar otros países. Cuanto más grande es nuestra alma, mayor es el deseo de conocer los rincones del mundo y sentirse cómodos en ellos. Bienvenue, Monsieur Marshall. Ongi etorri, Marshall jauna.

Diario de cuarentena. Día 93. Histéricos con los rebrotes

Después del largo período de confinamiento bajo el amparo (o desamparo) del estado de alarma, después de la estrategia del miedo sobre la población para tenerla conforme y acojonada en sus casas, llega la segunda etapa de esta miserable gestión de la pandemia: los rebrotes. No los rebrotes verdes, que es lo que preferiría decir Zapatero, sino los rebrotes del virus, una especie de segunda parte de la historia, cuya misión aparente es que la población “no baje la guardia” y cuide las medidas de autoprotección (mascarillas, higiene y distancia); pero que en realidad trata de sostener el tiempo del miedo para dar salida a las restricciones de la libertad individual que se avecinan. Los rebrotes son la amenaza para lo que queda de 2020.

Esta mañana he escuchado al ministro Illa, el hombre de la mirada más triste del mundo, amenazar sin tapujos con una vuelta al estado de alarma y el confinamiento más severo si no nos portamos bien. Y ha aludido a un posible rebote otoñal, sin que le conste un solo dato científico que lo avale, más allá de la mera especulación de que tal cosa vaya a ocurrir. También podía ser el fin del mundo, como han informado hoy algunos medios: “El fin del mundo llegará el 21 de junio, según el nuevo reajuste del calendario maya”. Ojo al parche.

Los rebrotes es el nombre del “nuevo coco”, para alargar el terror y tener a la gente bajo control, dentro de su concepto las personas, a las que se tiene por idiotas, irresponsables e incapaces de protegerse, lo que hace necesario acosarlas con sanciones y disminuir sus libertades básicas y democráticas.   

En Euskadi las cosas de la pandemia iban bien, como en otras partes; pero tenía que venir alguien -entornos políticos y sus medios afines, como El Correo Español y La Sexta TV- a romper esa imagen. Y aprovechando un rebrote específico en los hospitales de Basurto, en Bilbao, y de Txagorritxu, en Vitoria-Gasteiz, han exagerado estos hechos puntuales hasta el punto de detener la movilidad con Cantabria y Navarra y transmitir pesimismo a la población. La pandemia también es informativa y política.

El lehendakari Urkullu, hombre sensato donde los haya, se quejó amargamente ayer de que esta «realidad» del rebrote se ha visto “distorsionada en la interpretación pública”. Lo que quería decir, en román paladino, que esa prensa servil había exagerado al máximo la gravedad del caso para forzar a la ciudadanía vasca a un cautiverio más prolongado en el miedo. Que 42 personas se contagiaran en un entorno y 9 en otro, no dibuja ninguna situación catastrófica, que es como se la ha pintado en esos medios y en algún otro. El amarillismo sanitario es la nueva cara del viejo amarillismo fascista que hemos padecido durante años. 

Aun así, pese a este brote amarillismo español, Euskadi saldrá pronto del estado de alarma y podremos empezar a recuperarnos de sus estragos personales, sociales y económicos. Nadie nos hizo tanto mal como con el estado de alarma y el confinamiento. Nos costará sangre, sudor y lágrimas; pero nos pondremos en pie. Euskadi zutik ¡Saldremos!

Diario de cuarentena. Día 92. Un verano dudoso

Si ya hemos perdido la primavera, encerrados sin opción y con miedo inducido por las autoridades, ¿qué será del verano? La nueva estación entra en nuestra zona el 20 de junio, a las 23:44 horas. Nadie sabe lo que ocurrirá, pero será en todo caso un verano extraño. Si hay algo de qué descansar y desconectar es del terror sanitario. Cansancio de la anormalidad. Cansancio de la tiranía del confinamiento. Cansancio mental de un estado de alarma que nos lo ha hecho pasar peor de lo que era necesario. Tres meses de arresto domiciliario salvaje, inútil y que, finalmente, ha causado más estragos que el propio virus.

Cantaba Sabina: “Yo no quiero domingo por la tarde/Yo no quiero columpio en el jardín/Lo que yo quiero, corazón cobarde,/Es que mueras por mí”. Así que, como yo tampoco quiero domingo por la tarde, he aprovechado para llevar a cabo esa tarea ritual de guardar la ropa de invierno y sacar la de verano. Dar la vuelta a los armarios, porque esa es la forma en que los humanos urbanitas cambiamos de piel y nos acomodamos al calor o al frío. 

He acabado agotado. Pero lo bueno que tiene este cambio de piel es que se aprovecha para desprenderse de ropa y calzado sin uso. Hay cerca de mi casa unos contenedores específicos, que gestiona Cáritas católica, en los que se depositan las prendas que ya no usas y que acaso pueden servir a otras personas. Eso está bien, porque genera un doble reciclaje y da una vida más larga al textil y el calzado. Tres sacos grandes con cosas mías que ya no quiero irán hoy a esos contenedores de solidaridad. Creo que todos gastamos demasiado en vestir. 

Ha sido un día de fútbol en la tele, que es en lo la gente pierde las tardes del domingo. Movistar, mi proveedor digital, me ha ofrecido ver lo que quedaba de Liga, 99 partidos, a cincuenta euros en total, es decir, a medio euro por en-cuentro. Hasta el 19 de julio, que es cuando la competición de este año, tan extraño. Y la he aceptado, como un forofo. Y debería ser gratis.

El partido del Athletic en San Mamés contra el Atlético de Madrid ha sido muy flojo en juego. Hemos empatado, 1-1. A los jugadores se les notaba cansados, sin entusiasmo, como cumpliendo una obligación sin ganas. Lo absurdo de la retransmisión es que ha incorporado sonido de un público inexistente, hecho con medios digitales; y con sombras humanas sobre las gradas vacías en los planos lejanos para fingir la desnudez de las butacas. ¿Quién es el idiota que ha tenido semejante idea? Habría que procesarle y retirarle la licencia. Esos sonidos y efectos especiales son una aportación ridícula que hacen más doloroso el vacío real. No se engaña a la gente y a los sentidos con piruetas tecnológicas de videojuego. El partido Sevilla-Betis del pasado jueves no tuvo esa basura digital y resultó mucho menos malo que lo de ahora.

En fin, es una fechoría más del confinamiento que, además del miedo y la tiranía, nos quiere engañar con falsificaciones de la realidad al peor estilo Big Brother. ¿Pondrán también el sonido del mar por las calles para hacernos olvidar su ausencia este verano? Son como los decoradores que ponen flores de plástico.

Diario de cuarentena. Día 91. Vuelve la señora censura.

Parece que la cuarentena, con toda su crueldad y su desprecio a las libertades de la ciudadanía, está en sus últimos días. Este diario vive sus últimas páginas. ¿Serán 100 páginas, 100 días? Aun así, con la amenaza fantasmal de los rebrotes del virus, no podemos darnos por liberados del arresto domiciliario y la angustia. ¡Lo que le gusta a este gobierno tenernos en un puño, bajo el miedo y su control!

Han abierto las salas de cine, ese lugar donde se viven los sueños y donde antes las parejas hacían manitas al amparo de la oscuridad. Espero que el ímpetu de los soñadores y los corazones irredentos ocupen de nuevo las butacas. No somos nada sin relatos. A propósito de esto, he leído que la plataforma HBO ha eliminado de su catálogo “Lo que el viento se llevó”, mítica película. El motivo es el contenido racista de algunas escenas. Espero que sea una broma, porque si esta idiotez se extiende, en el contexto de las protestas contra el racismo, entraríamos en una dinámica censora que nos llevaría a la edad de piedra. O a la quema de libros por los nazis y al Index de la inquisición.

La película recoge una realidad que existió, pero no la ensalza, que es lo que sería rechazable. Por la misma razón, o sinrazón, tendrían que quemar en una pira al mismísimo Quijote. Conozco bien este libro, la obra literaria más hermosa que jamás se haya escrito y nunca será superada ni aunque pasen mil años. Cervantes recoge, a través de sus personajes, expresiones despectivas hacia los árabes y los judíos. Solo una cita relativa a los turcos a los que el “manco de Lepanto”, no guardaba, por causas biográficas, mucha simpatía. Escribe en el capítulo LXIII de la segunda parte: “Turbéme, considerando el peligro que don Gregorio corría, porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea”. Ahí queda eso: los turcos son pederastas homosexuales.

Hace unos días, una señora negra declaraba en Radio Euskadi que había que eliminar de nuestro lenguaje la expresión “una merienda de negros”. ¡Mujer! ¿Tiene esa frase hecha un sentido humillante? Yo no lo veo.

En las protestas antirracistas de estas semanas los activistas del movimiento “Black Lives Matter” están derribando estatuas de personajes históricos a los que se tiene por negreros o defensores del esclavismo. Quieren tirar la que Winston Churchill tiene delante del parlamento de Westminster, en Londres. “Churchill was a racist”, han pintado en su pedestal. Creo que es injusto para un gigante que salvó al Reino Unido del nazismo.

Por mí, como iconoclasta convencido, deberían desaparecer todos los monumentos. Ni dioses, ni héroes, ni generales, ni caudillos, ni santos, ni vírgenes, ni nadie, ni muertos, ni vivos. Ya basta de idolatrías y adoraciones serviles. Somos seres humanos, iguales y libres, y a nadie hay que elevar al pedestal. Por nuestra autoestima humana. Admiremos la inteligencia, el arte y la creación, la bondad y el amor, pero sin mantener los ídolos en la tribu. Pero esto se hará a medida que superemos esta etapa histórica de ignorancia. Ni censura ni idolatrías. 

Diario de cuarentena. Día 90. Fútbol sin gente no es fútbol

Todo va a peor si la vida se vacía de gente, bullicio y ternura. Ayer volvió el fútbol a los estadios, pero el campo del Sevilla estaba sin espectadores y calor humano. O sea, un timo. Ya tengo escrito que el mayor estadio del mundo es la televisión, donde cabe lo que todos los campos juntos. Es inconcebible un espectáculo sin público. Es, en cierta manera, lo contrario del cine en las salas comerciales: hay que estar en silencio, pero disfrutas de la película con alguien y junto a otras personas, participando con tus risas, tus gritos de espanto en las escenas fuertes o con el ruido de las palomitas y el olor a pepinillo. No estamos solos.

Y eso que el partido televisado de ayer era un clásico, el Sevilla-Betis, un derbi de la ciudad, equivalente a un Athletic-Real Sociedad que, por cierto, tenemos pendiente una final de Copa a celebrar precisamente en Sevilla. Ayer, pese a ser un partido de máxima rivalidad y tan importante como las procesiones y la Feria de abril, resultó así, sin nadie en las gradas, un auténtico coñazo. Perdió el Betis, 2-0, flojo pero luchador. Le veo en segunda división.

La televisión es la televisión y el fútbol es el fútbol, valga la tautología. Y ambos se necesitan. La visión a distancia se completa con el clamor del público que está allí. Y sin esto no es nada, como un telediario, como un videojuego. Lo que ayer se escuchaba eran los gritos de los jugadores para pedirse el balón o para hacer indicaciones. Cuando estás in situ o cuando ves un partido con gente, esos gritos no se oyen, porque lo principal, el rumor de los espectadores, es lo único audible y válido.

También se oía el golpeo al balón, el eco contundente del chut. Ese sonido es incensario para un espectáculo. Es como escuchar sorber la sopa o el ruido de los dientes al morder algo crujiente como los barquillos. Es desagradable.

Lo único parecido a un partido normal fue ayer la megafonía del campo con los berridos del speaker, ese petardo gritón que vocifera histérico con los goles o comunica los cambios. Precisamente lo peor, importado de los estadios de rugby americano o el béisbol. Es muy artificial, como los aplausos enlatados en las series de televisión o en los shows en plató.

¿Y quién le llama cabrón al árbitro? ¿Quién pide la dimisión del presidente o el entrena-dor? ¿Quién comparte el bocata? ¿Quién silba y quién aplaude? ¿Quién canta el himno o el “Txoria txori”? ¿Quién se emociona o llora? ¿Quién hace así un día de fútbol? Así, San Mamés dimite y se deja comer por los leones.

Tengo para mí que el fútbol sin público es igual que comer solo. Por muy buenos que sean los guisos o los postres, si no los compartes, sino no hay charla, debate o risas en compañía mientras comes, aunque sea alpiste o morcilla requemada, pierde su gracia y su sentido. 

Además, lo de ayer fue un pésimo ejemplo para la gente cruelmente confinada. Mirad la foto superior. ¿No habíamos quedado que los jugadores no se abrazaran en la celebración de los goles? ¿Y qué hace ese grupo sevillistas arremolinados? Temo que el fútbol juegue a favor del virus y nos meta un gol.