La tele de los fachas

Hay un canal de televisión alemán llamado VOX, perteneciente al gigante audiovisual RTL, nada que ver con el partido Vox al que da cobertura Intereconomía, también llamado El Toro TV. En paralelo a la decantación electoral de la derecha y la extrema derecha se ha producido un ajuste de la oferta hacia estos sectores ideológicos: Trece, propiedad de la Conferencia Episcopal, se ha quedado con los acérrimos del PP, mientras que Intereconomía es la trinchera de los votantes de Abascal. Dejo aparte a Telecinco y Antena 3 porque ambas son emisoras del Gobierno, a cuyos presupuestos se encomiendan. Los dos grupos siguen en deuda con Zapatero y sus sucesores desde que, en 2010, les regalara los 500 millones de euros anuales de la publicidad de TVE. Para disimular, tienen a La Sexta jugando a ser muy roja y a Cuatro haciendo de rebelde de salón por lastardes.

La Iglesia quiso absorber a Intereconomía para edificar una archidiócesis mediática; pero el navarro Julio Ariza, integrista y del Opus, no lo permitió. Intereconomía es su Palmar. Trece registra audiencias del 2,2% (equivalente a cotas de medio millón de espectadores diarios), en tanto que Intereconomía ni aparece en los paneles de medición. Está en quiebra, intervenida por Hacienda y sobrevive merced a las limosnas de sus fieles. Vox le ha dado vida a su tertulia El gato al agua, máximorival de El cascabel, de Trece. La pugna felina de sus contertulios es demostrar, a maullidos y arañazos, quién es más facha y quién más español.

Es la extrema televisión para la España que yace en el Valle de los Caídos. Salvo sus noticiarios y debates, que son su agitación y propaganda, nada sustancial contienen: viejas malas películas, aburridas historias de santos, nostalgias de la guerra civil y mucha teletienda. Por coherencia, deberían emitir en blanco y negro.

ETB no cuida su cantera

​No es habitual, como no lo es en el Athletic, que ETB fiche a gente que no sea de la cantera. De hecho, exporta profesionales: Anne Igartiburu, Carlos Sobera, Jorge Fernández, Emma García, Ana Blanco, Ramón García, Adela González y Patricia Gaztañaga, entre otros, se forjaron aquí antes de dar el salto a cadenas estatales. La excepción es Andrea Ropero, que viene de La Sexta, donde ha acompañado durante años a su marido, Iñaki López, otro canterano, en La Sexta noche, para mudarse, a partir de septiembre, a El Intermedio de Wyoming. 

​Andrea ha puesto su marca a El sabor del crimen, una de las ideas más completas y originales que recordemos. Es una rica ensalada histórica, literaria y gastronómica, con el ingrediente principal del relato negro. El novelista y chef Xabier Gutiérrez fusiona la cocina y la narrativa con parada en bodegas, restaurantes, perfumerías, iglesias, cuevas y palacios, un universo vascoágilmente retratado. Si los dos primeros capítulos, con Dani Álvarez, tuvieron como protagonistas a Eva G. Sáenz de Urturi, autora de la trilogía de La ciudad blanca, y Toti Martínez de Lecea, con más de 50 libros en euskera y castellano, el cuarto recayó en Imanol Uribe y su película La muerte de Mikel, con Lekeitio y el conflicto político como telón de fondo. Nada de nostalgia, sino una excusa para remirar los valores del país. Ya saben: no somos lo que fuimos, somos lo que seremos.

​Supongo que la contratación de Andrea habrá disgustado a las reporteras de la casa que esperan su oportunidad. Es doloroso chupar banquillo. Begoña Zubieta, experta en cultura, podría haber sido su granpresentadora; pero Andrea no es culpable del mal uso de los recursos humanos de nuestra radiotelevisión pública, un clásico. Menos mal que, salvada la amenaza antivasca,en Navarra se podrá seguir viendo libremente ETB.


Tragicomedia de España

Tragicomedia española ante 4 millones de telespectadores.

Primer día. El candidato apela a la épica de una segunda transición. Todo suena avanzado y justo, salvo por la muletilla “sin duda alguna”, mil veces dicha. A la tarde, el líder naranja -jadeante, hostil, maleducado- resume su bajeza calificando de banda a los partidos proclives a la investidura. Tras él, su socio de la ultraderecha resucita a Queipo de Llano con una arenga de odio. Y de noche, el becario hiela el hemiciclo con el enojo del crío privado de regalos. Entre sus señorías se certifican las razones con aplausos. Mucho ruido y aspavientos.

Segundo día. Las minorías claman por la responsabilidad ante el presagio del desastre. El portavoz de los republicanos catalanes da la sorpresa con el mejor discurso de la sesión, brillante y cadencioso. Los vascos, que prefieren ir a por setas que a por Rolex, reconvierten la banda cítrica en una banda de mariachis. El triunfo del no pone fin al primer acto y cae el telón.

Tercer día. En el entreacto y entre bambalinas, los negociadores entran y salen, se llaman pero no se escuchan, mercadean y el precio del sí sube a medida que las horas se agotan. Las artimañas toman el mando con filtraciones, órdagos y ultimátums. En el ambiente flota un ego superlativo y la inmadurez lo infecta todo. Hay desacuerdo en la izquierda y orgasmos múltiples en la derecha.

Cuarto día. En la fiesta de Santiago la discordia es tan densa que se puede cortar con cuchillo. El candidato y el becario se reprochan y culpan mutuamente. En la votación final son 155 noes frente a 124 síes. Para acrecentar su deterioro, el fallido acude a la frívola Telecinco para dar explicaciones a la ciudadanía en vez de hacerlo en la cadena pública. España entra en el club de las oportunidades perdidas y yo me pido asilo en la embajada de Noruega.

A bordo del Apolo 11

¿Se acuerdan de la retransmisión que TVE y Jesús Hermida hicieron de la llegada del hombre a la luna el 21 de julio del 69? No se veía nada, era como una ecografía antigua, todo borroso en un blanco y negro franquista y acompañado de insulsos comentarios. Cincuenta años después, Todd Douglas Miller ha realizado un soberbio documental con imágenes nítidas, elocuentes y a color, muchas de ellas inéditas, de la intrépida misión. Se titula «Apolo 11» y es lo mejor que se ha producido sobre la epopeya espacial. Es una maravilla de hora y media con categoría de obra de arte.

Narra en nueve jornadas aquel viaje alucinante, desde el lanzamiento hasta el amerizaje en el Pacífico, pasando por el mágico instante en que Armstrong deja su huella en nuestro satélite y la exótica despedida de Aldrin con suadiós, amigos”, en perfecto castellano. Se olvida del tercer astronauta, el pobre Collins, excluido de hollar la luna por el deber de quedarse en la nave. La película es una mezcla de escrutinio histórico, divulgación científica y relato épico. Podría haber desbarrado en un patriotismo trumposo, pero lo ha orillado y eso que la conquista del espacio fue una descomunal operación de propaganda iniciada por Kennedy contra la superioridad de la ingeniería soviética, además de una cortina de humo de Nixon para ocultar el horror de Vietnam. Los hippies creyeron que el espectáculo era un loco despilfarro de sus padres. Y hasta los Beatles se disolvieron entonces.

TVE ha conmemorado la gesta con varios programas aprovechando sus inestimables archivos, lo que ha servido de banquete para nostálgicos y de excusa para la paranoia de escépticos y negacionistas. Ocurrió realmente y no hace siglos como parece, cuando toda la humanidad, también los ateos de la verdad, subimos a bordo del Apolo 11; sí, precisamente el número 11. 

PNV, el adversario preferido

Han cambiado mucho las cosas -la comunicación universal instantánea, entre otras- desde que Alfred Adler sostenía aquello de que “no puedes caer bien a todo el mundo, aprende a que no te importe”. Sigue siendo válido en las relaciones interpersonales y en la gestión de la autoestima y los complejos, pero ninguna compañía u organización estarían hoy dispuestas a cargar con demasiada antipatía en la medida que ese caudal afecta directamente a su cuenta de resultados. Hay otro enfoque en la administración de los rechazos en el sentido de identificarlos, cuantificarlos y reducirlos a la mínima expresión. El paradigma es que un liderazgo se expresa también en una menor fobia a la vez que se cuenta con un fuerte caudal de apoyos. No se puede sostener una posición hegemónica si se despierta mucha repulsa. Donald Trump sería el ejemplo de líder descompensado, porque sus detractores en Estados Unidos son tantos o más que sus partidarios. Nadie puede gobernar una sociedad con la mitad de la gente en su contra, ni siquiera con la ayuda del populismo. ¿Y qué ocurre en Euskadi con las antipatías y simpatías públicas?

El último Deustobarómetro, encuesta que elabora la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto, revela datos elocuentes sobre la antipatía hacia los partidos. Y así, la clasificación del repudio lo encabeza Vox, con el 74,3%, seguidos por el PP, con el 59,1%, y Ciudadanos, con el 54%. Es decir, a más de la mitad de la ciudadanía vasca les resultan aborrecibles estas fuerzas políticas. En un mejor equilibrio está EH Bildu, con un 26,9% de repudio pese a ser la segunda fuerza del país. Mejores son los números del PSE, con el 16,4% de antipatía; Podemos, con el 15,2%, y el PNV con la menor tasa de rechazo, el 14,2%. ¿Explica esto la recaudación de votos de unos y otros? Sí, por supuesto; pero el orden de las fobias no se corresponde del todo con los sufragios obtenidos. La izquierda abertzale tiene un notable problema de aversión social que le impedirá, por su incapacidad moral ante el pasado y los residuos de sus quimeras revolucionarias, ganar por ahora las elecciones en Euskadi, mientras que al partido de Pablo Iglesias le falta convertir sus simpatías en votos, es decir, cae bien pero no tanto como para ser considerado capacitado para gobernar.

            Para abundar en esta liga de apegos y desafecciones, la misma encuesta pone al PNV en casi todas las combinaciones de pactos tras las elecciones municipales y forales. ¿Cómo es que los votantes de Podemos niegan a sus líderes y apuestan en su mayoría por gobernar con jeltzales y socialistas? ¿Y cómo es que los electores de EH Bildu tienen preferencia en coaligarse con el PNV? Este es el clima emocional de la gente con las rivalidades. Dicho de otra manera, el PNV es el adversario preferido, lo que indica que los jeltzales no caen mal entre quienes no les votan y le reconocen su validez y primacía. Por el contrario, con el PP apenas nadie quiere acordar, precisamente porque el partido de Casado y Alonso se ha ganado a pulso la reprobación y andan descentrados y sin rumbo, apestados por la compañía de sus socios de la extrema derecha. El colmo del PP es que hasta entre los suyos está mal visto.

¿Por qué gana siempre el PNV? 

            En España te hacen esta pregunta, admirados por la fortaleza del partido presidido por Andoni Ortuzar. Y aunque no sea del todo cierto, porque Podemos ya se impuso al PNV en 2015 y 2016, en dos elecciones generales, y Zapatero le superó en 2008, hay un liderazgo nacionalista vasco indiscutible y sostenido, lo que se explica por diferentes motivos, entre los que está el tema objeto de este artículo: el PNV cae bien entre quienes no le votan. Nadie le ha regalado nada, tiene un largo periplo de servicio a Euskadi y de gestión eficiente de las instituciones propias y ha contribuido a la gobernabilidad del Estado desde sus posiciones. Y junto a estos méritos, ha hecho una buena administración de los sentimientos, que es clave a la hora de tener prestigio y menguar el desapego.

            La gestión emocional del PNV se basa en su propio espíritu de partido vasco, su exclusividad y su vocación esencial por Euskadi. Es una fuerza nacional y en esto se incluye lo que pertenece al alma del país: su cultura, su lengua, sus instituciones y su gente, de manera que tiene la misión, básicamente defensiva incluso de resistencia, de garantizar su supervivencia y su inserción en el mundo moderno. Con 125 años de experiencia, ha sabido conservar su espíritu original y proyectarse en la economía, la industria productiva y la innovación, el desarrollo democrático y la cohesión social. Nadie en España hace políticas de solidaridad tan avanzadas como las impulsadas por el PNV, eso sí, con la participación de otros partidos. Hasta en España se reconoce este valor: tumbó con sus cinco votos al corrupto Rajoy y sus seis escaños actuales contribuirán a hacer presidente a Sánchez, dejando en evidencia la demencia retrógrada y hostil de las tres derechas.

El liderazgo del PNV es completo, de la cabeza al corazón. Ha pactado con todos, a la europea. Y esto crea respeto entre sus rivales, incluso en España donde cuesta tanto ponerse de acuerdo entre desiguales. Poco dado a giros extraños y palabras altisonantes, que disgustan a la mayoría, los jeltzales son bastante previsibles. Algunos querríamos algo más de atrevimiento en soberanía, educación y demografía y un cambio de aliados, pero son tiempos de calma.

El populismo como sucedáneo emocional

            Uno de los males del populismo, enfermedad de la democracia actual, es su fijación en el uso de la vía emocional para alcanzar lo que es imposible con el argumento y la razón. Por este atajo trata de cautivar el descontento y a quienes son poco dados a pensar. No les importa gestionar la antipatía, sino conducir la mala leche y otros sentimientos de este género elemental. Así lo ha hecho Trump, el Brexit y también Vox, el partido del patriotismo ofendido, como antes lo desarrollaron los movimientos fascistas de Le Pen, en Francia, y Salvini en Italia. Les da igual caer mal a muchos, mientras se ganen por vía neurótica a una mayoría. No aspiran a ser líderes morales, sino a tutelar la frustración y el miedo. Ganan el presente, pero pierden el futuro. 

            Durante siglos la Iglesia católica sembró su autorepudio mediante dogmas forzosos y control de las conciencias. El resultado es que hoy su fe suscita indiferencia y su rechazo es general. Es curioso que ahora sea más valorada como ONG, por la labor de Caritas y otras entidades de su iniciativa, que como religión. Su tardía y opaca reacción contra la pederastia de sus pastores deja un profundo rencor social, mucho más que simple repulsión. Según datos de la Fiscalía General del Estado, en 2018 se registraron 1.091 casos de abusos y agresiones sexuales a menores en el entorno de la Iglesia católica frente a los 965 de 2017. ¿Aspira al odio absoluto?

            Lo inteligente es aceptar el grado de antipatía que despertamos en otros y sobrevivir a ella. En su soberbio libro, “Atrévete a no gustar”, Ichiro Kishimi apunta que “es como el político que recurre al populismo y empieza a hacer promesas imposibles de cumplir y a aceptar responsabilidades que lo superan. Irremediablemente, las mentiras saldrán a la luz antes de que pase mucho tiempo. Dejarán de confiar en él y empezará a sufrir mucho. (…). Entiéndelo. Cuando vivimos para satisfacer las expectativas de los demás y les confiamos nuestra vida, vivimos mintiéndonos a nosotros mismos y, por extensión, a quienes nos rodean”. Lo que señala el psicólogo japonés es que el rechazo es inevitable y no se puede vivir como desgracia a condición de mantenerla a raya. Ser antipáticos es una patología, pero querer caer bien a toda costa es mayor inmadurez.