Resulta difícil aceptar que ya no se volverá a algunos lugares que resultaron particularmente atractivos, incluso particularmente significativos, a no ser que, por fin, se haya encontrado, como le ocurrrió a Robert Louis Stevenson, una tierra, en este caso unas islas, que ya no se pueda abandonar después de haberla conocido. Claro que Stevenson era un rentista con complejo de culpa y tuberculoso – y muy listo y magnífico escritor, of course.
Pero ya que mayormente no podemos retornar en el espacio, parece que sí lo podemos hacer en el tiempo – que todo lo subsume según el amigo Kant. No por supuesto en el tiempo cronológico que se zampa todo, si no en la duración, esa forma del tiempo que se deslocaliza y se presenta como momentos – «momenticos» en mejor léxico de un amigo pamplonica.
Momentos, sí, que permanecen en la memoria y cuya rememoración parece integrarnos o acaso disolvernos en la corriente de eso que llamamos la vida.
De las últimas semanas guardo muchos de esos momentos: un atardecer entre algarrobos volviendo hacia Módica; la luna llena sobre el barrio de Chiafura de Scicli; el baño en las limpias aguas de Vendicarí; el sabor del primer expresso en el Café Sicilia de Noto…Pero si tuviera que quedarme con uno solo, reinvindicaría el sabor largo y profundo de la limonata artisanale que tomamos en una tasca junto a los hipogeos de Cova d´Ispica.
Y para tí, querido lector, querida lectora, mon semblable, mon frére ( y ma soeur), ¿ cuáles han sido tus últimos «momenticos»?