Una de las ventajillas de ser un post-maoísta, como el que suscribe , es la de poder mantener un cierto criterio analítico , algo así como » en última instancia» , desde el punto de vista de clase.
Pues , en efecto, más allá de haber reconocido que el socialismo real – ¡ nadie llegó al comunismo! – no fue en lo político sino un rearme general ( y en ocasiones, criminal) del Estado ,en lo económico un acelerador ,más o menos inconsciente, del capitalismo ( con la excepcion singular de Cuba), ideológicamente el maoísmo se desarrolló en los alfoces del marxismo, en su retraducción leninista y con sus matices orientales, al principio de tendencia más taoísta y después decididamente confucianos.
Y es que , a pesar de que un buen amigo y mejor, si cabe, historiador, no deja de ver en todas las variantes del marxismo político de los años setenta, una mera herramienta » anti- franquista » como otras muchas ( tal y como las anotó Michel Foucault- que en su entusiasmo estructuralista hasta apoyó la revolución islámica iraní), la antigua pregunta » Cui prodest? ( ¿A quién beneficia?)» adquiere una deriva de clase, suma ya de una ecuación de renta + capital simbólico- cultural ( al modo de Pierre Bourdieu.
Lo cual que no es moco de pavo ante tanta transversalidad ( de la familia, del municipio y del sindicato) ,supuestamente horizontal y aparentemente democratizadora, fomentada por las redes sociales en todas su variantes…
Pero, claro, para plantearse esta pregunta hay que haber sido maoísta, o cualquier otra cosa que merezca un post reflexivo que no arrepentido…o haber leído la Medea de Séneca