De vez en cuando, me da por volver a mis incipientes y aleatorios estudios orientales, en lo que algunos próximos ven algo así como una «regresión».
Ayer retomé las Analectas de Confucio en cuyo libro primero se puede leer : » Es placentero tener amigos que vienen de lugares distantes» que siempre me gusta recordar. Pero, de inmediato afirma : » El hombre que no se altera, aunque los demás no le conozcan, es un hombre superior», lo cual ya es otro cantar.
Pues , no deja de ser curiosa la insistencia de Confucio en la contención de los sentimientos y las pasiones a lo largo de toda su obra. Parecería que tal autorregulación sólo era propia de las religiones semíticas por intermediación de la figura del pecado y del consecuente castigo, o del clasicismo greco-romano,a través de los lemas del gnomise seautón (conócete a ti mismo) y de la cura sui (el cuidado de sí). Pero no resulta así, siendo más bien un a modo de clave antropológica que, en nuestra cultura, se ha prolongado en el Renacimiento y durante la Ilustración.
Un hombre (se habla poco de las mujeres) sabio es en todas estas manifestaciones culturales alguien que ha aprendido a contenerse y esto le confiere, por lo general, un status superior, frente a la masa de hombres que viven inmersos en la marea de los movimientos de su corazón o de su vientre ( ¿ serían hoy los denominados » populismos»?. Por supuesto, desde Platón o desde Confucio, aquellos que han llegado a ese nivel superior son quienes han de tener el poder político porque se supone que son los más sabios quienes mejor pueden gobernar ( sobre esto, decididamente, ya se pueden tener algo más que dudas…
Pues bien, decía que no deja de ser curiosa la insistencia confuciana porque, a pesar de tener su persistencia ecos tan señalables en nuestra deriva cultural occidental, desde el Romanticismo se ha ido imponiendo en Europa (más) y en USA (menos) la idea de que es precisamente la falta de contención y el desmadre de los sentidos lo que consigue que los hombres (de nuevo, no tanto las mujeres) sean deliberadamente superiores, aunque esta superioridad no les encamine precisamente hacia el gobierno de los demás. Sin duda, en esta actitud rimbaudiana ha habido mucho de reacción ante las imposiciones judeo-cristianas y a su condena castigada de las pasiones, pero lo cierto es que ha llegado a ser un lugar común en la literatura, el cine y los medios de comunicación: de aquí el ya viejo personaje del anti-héroe en todas sus variantes ( ahora sí, incluso de anti-heroínas.
Todas estas reflexiones inclinarían a volverse clásico-clásico y a ver en la contención, efectivamente, la humanidad (o la cultura, que vendría a ser lo mismo), pero, ayer, sin quererlo, me encontré con un lema que puso en duda mis aspiraciones neo-clásicas por el mero hecho de venir impreso en la etiqueta de una botella de la cerveza sin alcohol que me acompañaba en la lectura: Vincit qui se vincit, o sea, Vence el que se vence ( diz que de un tal Publius Syrus.
Y, claro, volví a colocar a Confucio en su estante y me fui a dar una vuelta…Y a tomar una cervecita normal, o sea , con alcohol…Por si acaso…