Presentó ayer en estos lares el escritor leonés Julio Llamazares su último libro , Las rosas del sur, segunda parte de la crónica de sus viajes iniciada en 2008 con Las rosas de piedra , que constituyen, en conjunto, uno de los proyectos culminados más ambiciosos y curiosos de la literatura española de los últimos años.
Pues la tal y densa crónica lo es de un largo recorrido realizado a lo largo de casi dieciocho años visitando catedrales , desde Galicia al País Vasco pasando por Asturias y Castilla-León, hasta las islas Canarias, pasando por Extremadura, Castilla-La Mancha, Levante, Andalucía y las Baleares.
Con voz trémula y entrecortada, Llamazares dio cuenta de los motivos y resultados de sus idas y venidas, intercalando anécdotas muy divertidas – como la referida a las dificultades que tuvo para renovar su DNI pues el pueblo donde nació , Vegamián , está bajo las aguas de un pantano y ya no es » computable»- y destilando unos principios de escritura claros y distintos, algo que ya era evidente desde aquel su poemario La lentitud de lo bueyes (1979) , luego corroborrado ejemplarmente en La lluvia amarilla ( 1988) y en obras posteriores.
Reiterando el valor de las catedrales- más allá de ser la excusa última de sus periplos- como depositarias de marcas de poder, de arte y de evolución histórica y social, a la pregunta sobre su vigencia actual , respondió que, despojadas mayormente de sus funciones de culto, se han convertido en hitos del turismo adocenado en el concierto general que a modo de un parque temático exprime – previo pago – hasta la última gota del patrimonio.
Y en fin, no sé si esto que ya ha ocurrido en estos lugares antes bendecidos por benditos, no estará ocurriendo en los nuevos templos de las nuevas religiones ( entre ellas, el arte) despojándolos hasta de su supuesto fin acaso catártico: no hay más que observar el ambiente en torno a la severa escultura Maman – vulgalmente, la «araña» – de Louise Bourgeois sita junto al Museo Guggenheim que, en principio debería provocar » pavor y miedo » o ,como poco, mostrar «una vulnerabilidad casi conmovedora»- según los expertos- , y que sin embargo tan sólo parece ser motivo de un I was there en un divertido jolgorio fotográfico…
Y tampoco sé que parte de responsabilidad deberán asumir en el futuro todos esos políticos ( y políticas, of course) que , seducidos por cantamañanas tecnocráticos aleatorios, se empeñan en «posicionar» nuestras ciudades como parques temáticos polivalentes sin otros criterios que el número de visitantes y un sinnúmero beneficio económico basado en la cuenta de la vieja…
O sea como los Faraones (nuestros políticos, digo); en el sentido que los turistas se fotografían para tener qué contar, pero los políticos necesitan su placa de inauguración y sobre todo en año electoral. ¿No habéis apreciado el despliegue de maquinaria vial estas últimas fechas?
Mientras sigan apareciendo en la prensa titulares del estilo de «Ha llegado un ferry a getxo, con 600 turistas millonarios de los USA» al más puro estilo de «Bienvenido Mr. Marshall»……
En algunas partes de España se está convirtiendo el territorio en un parque temático con olvido flagrante de sus moradores humanos. Se está dando más importancia a la existencia de una u otra especie animal o a ésta o a aquella flor que al ser humano. En ciertos sitios se corre el peligro de que el hombre sea un morador exótico más a mostrar tal que un lagarto negro. La llamada «Laponia española» o gran parte del territorio extremeño son dos de los muchos ejemplos que hay.
Gracias por escribir así, Vicente