Madrid, de nuevo. A primera hora, recorro los lugares en los que se desarrolla mi impublicable Plaza de Santa Ana, y recalo al cabo en la plaza que le da título. En la Cervecería Alemana hay un treintañero de barba larga y tupida, emborronando unas cuartillas cuando no dándole a las teclas de un ordenador portátil. Se adivina que es un lletraferit con un gran deseo de dejar de ser un escritor de provincias.
Mientras me tomo un café con leche largo de café, abro el dietario Notas para Silvia de Josep Pla, por el capítulo titulado «Madrid. El advenimiento de la Républica», y leo los párrafos correspondientes a las seis de la tarde del 14 de abril de 1931, cuando Miguel Maura le acompañó a Manuel Azaña a la sede del Ministerio de la Gobernación : » Llegaron, así, a la Puerta del Sol. Cuando la multitud reconoció a Maura, le ovacionó. Bajaron del coche frente al portal del Ministerio. La gente les abrió paso. Ante la puerta, solicitaron entrar. Apareció en el portal un oficial de la Guardia Civil: – ¿Desean los señores…?– preguntó. –Somos el Gobierno Provisional de la República«- contesto Maura, rígido, estirado. El oficial soltó un grito y la guardia formó. El primer paso estaba dado. Azaña, pálido como un muerto, se secó el sudor de la frente…»
Levanto la cabeza. El joven barbudo continúa escribiendo sin parar. Supongo que en su momento ( ¡ Ah, bendito kairós ! ) saldrá a la palestra y se dará a conocer y, entonces, recordará, por él y por muchos ( y muchas, of course) como él , esas horas en las que la pose era tan importante como el exposé. Y, sin embargo, el escritor de provincias quizá seguirá siendo un buen escritor que, además, habrá hecho provincia hasta de la Capital, como le ocurrió a Josep Pla…