Pues sí, el marido de Nuria, a fuer de diputado de Los Verdes, es la viva imagen de Erik El Rojo. Ancho como una tanqueta, fuerte como un toro y pelirrojo como un vikingo añoso, habla pausadamente ante los ojos acaramelados de su mujer y mi amiga.
Nos lleva un quinquenio, suficiente como para haber participado de joven maoísta en las barricadas del 68. Pero cinco años eran entonces y son ahora, muchos.
Como estamos en el Procope, lugar de conspiraciones primeras, la charla pasa rápidamente a una meditación en alto sobre lo que se pensaba en aquellos años, mientras damos cuenta de una Blanquette de veau traditionnelle .
«El marxismo fue tan sólo un instrumento para legitimar y organizar la lucha, una caja de herramientas, como luego diría Michel Foucault, hoy tenemos otras…».Ni siquiera entro en la discusión, pero nota mi frunce de labios, así que continúa: «En realidad éramos un gran grupo, una generación que quería , como todas, encontrar su lugar en el mundo…» Y termina diciendo que no se arrepiente de nada y que ahora es tan verde como entonces era «siervo de Stalin» ( sic), y se ríe: «Era lo que tocaba».
Nuria le coge de la mano en un gesto de amor pero también de profunda afinidad…¡ Ah, las afinidades electivas! ¡Ella tan trotska y él tan chino! ¡Quién lo iba a decir!
Tras los postres y ya totalmente afrancesado, continuo bebiendo el excelente Château Chanteloiseau que nos han ido sirviendo. Y me atrevo y pregunto: «Entonces, ¿cuál es ahora la revolución pendiente?» Y Erik El Verde, llamémoslo así de una vez para siempre, me responde cabeceando: «La revolución burguesa, por supuesto, pero, eso sí, hasta sus últimas consecuencias». Y alza su copa, y también Nuria, y brindo con ellos.
Luego , tras despedirme con besos y abrazos – no sé si volveremos a vernos – me voy caminando lentamente hacia el hotel, mientras pienso si, de verdad, esa será también la revolución pendiente en mis lares habituales…