Si hay algo que no me gusta de La France en general y de Paris en particular, es el café-au-lait. Por eso me he pedido dos noisette, equivalentes a dos cortados, que en una taza más grande disimulan el toque terroso por africano. Pero…los croissants…¡Ah, los croissants, son inigualables!
En fin, mientras recorro por encima los titulares de Le Monde – «Coupe du monde féminine 2019 : les yeux sur les Bleues» – no puedo evitar las palabras de ayer de Erik El Verde: «La revolución pendiente es la revolución burguesa, eso sí, llevada hasta sus últimas consecuencias …»
Levanto la mirada y doy un largo sorbo a mi eau-de- châtaignier. Si revolución pendiente fuera la burguesa, lo primero que habría que hacer sería guillotinar al rey y a buena parte de la todavía vigente nobleza de capa y despacho. A continuación, convocar unos Estados Generales, abolir todo tipo de privilegio proveniente del Antiguo Régimen y proclamar la Nación Única formada por ciudadanos y ciudadanas libres e iguales ante la ley, y, por fin, desvincularse por completo de cualquier confesión religiosa, sustituyéndola por un republicanismo radical.
Dándome cuenta de la imposibilidad metafísica de esta cascada de imposibilidades históricas, comienzo a reirme por lo bajini, pero llego rápidamente a la carcajada, y luego a la convulsión y derramo el café sobre el periódico.
Un camarero acude raudo y veloz y lo recoge todo mirándome como si pensara llevarme a la Pitié–Salpêtrière . Me excuso, me levanto y tomo el camino del Sena. Quiero ver qué ha quedado de Notre Dame, si todavía continúa abierta la librería Shakespeare & Co, y no han desaparecido los bouquinistes…
Mañana vuelvo y todo esto habrá quedado como un sueño, acaso como el sueño de la razón. Aunque claro, como le decía Humfrey Bogart a Ingrid Berman en Casablanca, «Siempre nos quedará Paris..»