Para quien haga una lectura detenida – como por cierto la hizo el sociólogo Pierre Bourdieu (1) – de La educación sentimental, de Flaubert, queda claro que la condición para el establecimiento de un régimen republicano es la abolición de todo signo monárquico.
Aún así, y como también queda de manifiesto en esta obra escrita en los años finales del II Imperio francés ( 1852 – 1870) y que se ubica en los estertores de la Monarquía de Julio ( 1830 – 1848) ,la desaparición física – por ejecución- de un rey no es garantía suficiente aunque acaso sí necesaria para el mantenimiento de una República, pues siempre hay un rex absconditus dispuesto a una renovación monárquica.
En nuestros lares no ha habido tal ni cual, pues o bien se ha intentado sustituir a un rey por otro, como decía Arturo Campión respecto de los carlistas, o por reyes electos, como Amadeo de Saboya, o bien los períodos republicanos han sido acompañados de breves exilios, y continuados por restauraciones drásticas y dictaduras- puente.
Este último ha sido el caso del régimen franquista que se abdujo a sí mismo entre 1975 y 1978, designando al borbón Juan Carlos como sucesor a título de rey.
Si como dice el periodista ultraconservador Federico Jiménez Losantos , exhumar a Franco del Valle de los Caídos, no ha sido sino el primer capítulo de la destrucción de la Monarquía Parlamentaria que el Caudillo instauró previsoramente, habrá que mantener la atención sobre lo que puede venir después.
Y al respecto, lo que está pasando en Catalunya puede ser muy significativo como lo recordaba recientemente Manuel Castells (2). Pues los habitantes del territorio catalán, que bajo la férula del reconvertido Tarradellas, sancionaron masivamente aquella Constitución monárquica de 1978, se han visto una y otra vez relegados en sus reivindicaciones y «cepillados» en sus en principio legítimas pretensiones, hasta el punto de generarse una masiva movilización social que tiene como punto de referencia e inflexión…¡Una república!
Ante esta perspectiva, y visto lo visto, ¿habrá por si acaso un «rex absconditus» ( o una «regina abscondita», of course) , acechando en el horizonte?
(1) Bourdieu, P. 1995. Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. Barcelona: Ed. Anagrama [ Seuil, 1992]
(2) Manuel Castells » Explosiones sociales», La Vanguardia. 25/10/2019
El término «carlistas» es un apodo que los Isabelinos vencedores, han fomentado y que desvirtúa absolutamente la verdad histórica, como tantas otras medias verdades, que se convierten en grandes y solemnes infamias ya que la historia la reescribe quien gana la guerra, no quien la vive de verdad.
Cuando la niña de 3 años iba a ser nombrada reina ISABEL II, su tío Carlos de Borbón, que se consideraba el verdadero sucesor al trono, solicito ayuda a vascos y catalanes para conseguir tal fin. A cambio les devolvería su derechos que los borbones anteriores les había quitado como son los culturales o incluso territoriales, como es la actual «Cantabria» hasta entonces parte de Bizkaia, usurpada en 1785 por Carlos III, que primero la denominaron «Montaña de Burgos», donde sus bosques de robles fueron usados para construir los navíos de la armada Castellana, que en 1805 junto con la francesa se enfrentaría a la inglesa en Trafalgar. es sabido de su derrota y como ante el temor de que la península pasara a manos Inglesas, en 1808 Napoleón la invadió y expulso a la monarquía.
Zumalakarregi no era monárquico, tan solo era un vasco en pos de sus derechos.
Los monárquicos si eran los «Requetés», incluso se pusieron de lado de Franco, para eliminar la REPUBLICA.