«Sé que el fin del azufaifo, el cedro y la palmera no es el fin del mundo, pero con pequeños malestares graves se va forjando un gran malestar grave y gestando ese rumor que muchos ya hemos escuchado y que habla de que, con la ciudad vendida a la especulación inmobiliaria y a un turismo indiscriminado… estamos ante el fin de Barcelona».
Este párrafo del Dietario voluble del escritor Enrique Vila-Matas, aludiendo – hace una docena de años – a la tala de arbolado generada por el desarrollo urbano de la capital catalana, me ha recordado la contumacia de no repensar los Planes Generales de Ordenación Urbana tras la experiencia de la pandemia del COVID-19 , tal y como recomiendan los expertos, una epidemia que se ha cebado particularmente en las grandes ciudades, víctimas del dinero facil procedente de la elevación astronómica del metro cuadrado.
Un caso claro de esta ceguera, probablemente motivada por intereses económicos entreverados, y ante la que se han elevado ya voces de alarma, es la actitud mantenida ante el PGOU de Bilbao que , como se ha comentado recientemente, es un Plan no nacido y ya muerto.
Y para pequeña muestra de las mentadas inadecuaciones, se puede citar el «mantenella y no enmendalla» en la intención del Obispado de Bilbao de colmatar la manzana donde hoy se asienta la Escuela de Magisterio diocesana – BAM, cerrando uno de los ya escasos lugares abiertos del barrio de Abando.
Al menos esto es lo que se desprende de las declaraciones de las autoridades eclesiásticas y docentes implicadas, e incluso de reflexiones más detenidas como la derivada de la «Laudato si» segunda encíclica del papa Francisco en la que se realiza una firme aportación a la causa ecológica y que no avalaría precisamente proyectos como el mencionado.
Pero, en fin , todo indica que en el seno de la Iglesia Católica Española hay muchas resistencias a tomar algunas decisiones urgentes y trascedentales , y entre ellas algunas relativas a su patrimonio inmobiliario, por más que Doctores propios así lo sugieran.
Por supuesto, siempre habrá quien no quiera relacionar nada con nada, es decir , simplemente no pensar, a pesar de que , como ya adelantó mi jesuita de mesilla, Baltasar Gracián, «por no pensar se pierden todos los necios».
Y también habrá quien estime que la «nueva normalidad » debe ser la «antigua normalidad», y tanto más si se procede de una tradición conservadora y chirene: entretanto, carlistas disfrazados de carlistas y liberales, seguirán haciendo de su capa un sayo, y de la ciudad, un mero negocio…Como en Barcelona…