Menudo y nervudo como eran los pelotaris de antaño- por cierto, creo que todavía jugaba un partido de pala a la semana – lo conocí como Vicario General de la Diócesis de Bilbao, en transición entre los obispos Ricardo Blázquez y Mario Iceta.
Siendo también profesor del DECA en la Escuela de Magisterio Diocesana -BAM, me lo encontraba con frecuencia entre pasillos o en el nuevo y ancho ascensor que nos llevaba hasta las aulas tras la reciente rehabilitación del edificio.
En las reuniones, a las que acudía en representación del obispo, se mostraba directo y terminante, aunque, eso sí ,daba cuenta brevemente de las discrepancias: sabía perfectamente que dado el carácter jerárquico de la institución aquellas sesiones no tenían al cabo sino un carácter meramente consultivo.
No sé porqué, quizá por una extraña combinación de las afinidades electivas, en varias ocasiones me tocó sentarme junto a él en las comidas de empresa, y pronto me percaté de que, en medio de la alternancia entre el euskera y el castellano, disfrutaba mucho soltando frases en latín que yo entendía perfectamente – ¡Ah viejos tiempos bajo el maestrazgo de Santiago Segura!- y también comentando algunos versículos escogidos de la Biblia que yo había estudiado a mi aire en la Biblioteca Loyola bajo la mirada amable del padre Echarri, y él ,por supuesto, sistemáticamente : si no recuerdo mal su obra preferida era el Libro de Job y la mía era- y lo sigue siendo – El Éxodo, ese manual básico de los milenarismos todos.
Probablemente por aquel sentido de la jerarquía implícito en su cargo, asumió la defensa del proyecto de transformación de la parcela que ocupa la Escuela de Magisterio diocesana en el barrio bilbaino de Abando en una gigantesca mole arquitectónica, supuestamente multifuncional y que en principio iba a ser un centro formativo, cultural y pastoral. Y como a mí aquello me pareció un delirio inmobiliario, algo así como la construcción de un corte inglés episcopal , ambos nos dimos cuenta de que no merecía la pena volver a hablar del tema.
La última vez que le estreché la mano estaba a punto de cesar como Vicario General, abandonando el camino de una merecida mitra ante la nuevas perspectivas que se estaban abriendo en la Diócesis . Hace poco ha fallecido a los 67 años…Y yo me he quedado con las ganas de seguir debatiendo con él El libro de Job, aunque fuera en una esquina del Patio de los Gentiles…Requiescet in pace, Angel Mari…
«Abandonando el camino de una merecida mitra»……………Bien
Gracias por la aprobación…don Antonio…
Lo siento, Vicente. Gentes como él -esto es, muy pocas- son las que dejan huella y nos mejoran.
Así es Javier. Pues por encima de las discrepancias – mayores, como bien sabes- queda aquello que se llamaba el talante que , en este caso, era firme pero respetuoso…