He acudido a la sesión correspondiente del ciclo «Cine y ciudad», programado por la delegación vizcaína del COAVN y que tan excelentemente coordina Eneko Lorente.
Se proyectaba El amor de ahora, un film de Ernesto del Río, estrenado en 1987, que versa sobre un joven matrimonio ( Arantxa y Pello) de exilados en el sur de Francia que decide abandonar definitivamente la lucha armada (¿ de ETA p-m?) y regresar al País Vasco, donde comprueban la dificultad de dejar atrás un pasado tan reciente y problemático así en su vida personal como profesional.
La película, apoyada en la producción por la mano generosa de Pilar Miró y por un incipiente Gobierno Vasco, se sostiene por la mirada directa a fuer de triste de Klara Badiola (Arantxa), tras la que circula la sombra de Patxi Bisquert (Pello), y las actuaciones, breves pero estelares, de Asunción Balaguer y el siempre llorado Alex Angulo.
En conjunto es un buen testimonio de los años ochenta del siglo pasado, unos años de durísima transición en el País Vasco y en la organización ETA que vive un proceso de continuas escisiones entre , fundamentalmente, los partidarios de continuar con las acciones armadas y quienes habían optado ya por una alternativa política institucional: la muerte a tiros de Dolores González Catarain – Yoyes- en 1986 ,ex-dirigente etarra acusada de traición, es una buena muestra de todo ello.
Y sin embargo, y como se puso de relieve en el coloquio posterior, El amor de ahora , que gozó en su momento del reconocimiento de cierta crítica y del pataleo físico y metafísico de orillas contrapuestas, sería a estas alturas de 2021, una producción imposible, sobre todo por un aspecto ahora de gran relieve y entonces inexistente y que es el paradigma de «la víctima».
Pues en aquellos años, siendo las víctimas de las acciones armadas miembros de los diferentes cuerpos de policía o del ejército español, sus muertes se integraban en la normalidad de una guerra no declarada que se catartizaba en el interior de los cuarteles ( como el dirigido por el coronel Enrique González Galindo) o de los gobiernos civiles, algo que se mantuvo hasta que, precisamente a finales de los ochenta y principios de los noventa, las víctimas comenzaron a ser miembros de la clase política.
Por supuesto, siempre habrá quienes tengan suficiente con la experiencia personal de aquellos tiempos, o quienes quieran cambiar el orden de las cosas y aplicar conceptos con carácter retrógrado para alimentar su ideología y su práctica socio-política, pero no contribuirán a esclarecer nada de lo ocurrido y, por lo tanto, a comprender el presente…Y en este sentido, y una vez más, a pesar de sus limitaciones, El amor de ahora , es un film digno de verse pasados estos treinta y cinco años. De verse y de comentarlo, recuperando aquella antigua contumbre de los cine-clubs…
Cuando empezó a extenderse, por aquellos años que menciona Vd., la sacralizacion de las “víctimas del terrorismo” la verdad es que yo pensé que fundamentalmente era una variante de la guerra ideológica que acompañaba a la lucha antiterrorista. En parte lo fue, pero con el tiempo me he ido dando cuenta de la existencia de una corriente de pensamiento más profunda, no precisamente de origen español. A día de hoy se puede decir que quién es “víctima de algo” tiene un plus de derechos y de legitimidad que, la verdad, yo no entiendo. ¿Qué mérito hay en el mero hecho de ser “víctima”?. Por poner un ejemplo: veo mérito en la forma valiente y positiva en que Irene Villa ha afrontado la terrible situación a la que le aboco el perder ambas piernas a causa de una explosión provocada por ETA. Pero el mérito está en su actitud, no en el hecho en sí de haber sido “víctima” de ETA. Pero bueno, está forma de pensar se debe a que no tengo suficientemente trabajada mi empatía.
Gracias por su comentario. El tema es polémico y difícil.