Mientras los tutólogos y tutólogas de turno se desgañitaban intentando dilucidar el final mediato o inmediato de la llamada Guerra de Ucrania, condenando rigurosamente vigilados todo tipo de violencia pero mayormente la explícita del Oso Ruso de tan aciago nombre como la vacuna ídem, las televisiones del mundo mundial mostraban en vivo y en directo la espléndida hostia vaquera – tipo Wild Wild West – que Will Smith le daba a Chris Rock, bajo los focos del Teatro Dolby de Los Ángeles.
De manera que esa grandiosa muestra de horteridad supina en que se ha convertido la ceremonia de entrega de los Oscars ,tuvo su episodio macarra heteropatriarcal llevando a la palestra un antes y un después, es decir, generando un hecho histórico que ha sido algorítmicamente globalizado por el conglomerado electrónico ad hoc.
Y si bien los rostros de algunos y algunas concurrentes, mismamente disfrazados de chonis y canis, parecían manifestar su sorpresa en un a modo de «corte epistemológico» ante el mamporro y las posteriores apostillas linguísticas del mamporrero y del mamporreado – subtituladas ambas dos, por cierto, con gran liberalidad en su traducción- todo indica que lo real no estaba dejando ver lo verdadero, como ya viene ocurriendo en nuestra cultura desde la engañante caverna de Platón.
Pues, en siendo todos actores y actrices, y productores y productoras , y directores y directoras y, por no abundar más, en estando presente el equipo médico habitual de maquilladores y maquilladoras, ¿ nos vamos a fiar de un rostro compungido o de unas lágrimas lacrimosas?
¿No sería más bien que todo obedecía al desarrollo de un riguroso guión de un sketch, en el que la acción y la pasión estaban cuidadosamente preparadas y bien aliñadas con trajicómicas frases breves y contundentes , tipo «Leave my wife’s name out of your fucking mouth»?
Pero, ¿para qué?
Mi hip´ótesis, añadida como comentario a la excelente crónica de Juan Zapater en su Ghost in the Blog, es que se trataba de dar visibilidad a un nuevo colectivo femenino marginado, el de las mujeres alopécicas – y me parece bien, que diría El Gatopardo- pues tal es, según dicen, la enfermedad que sufre Jada Pinkett, la mujer de Will Smith, que al ser comparada por su calvicie con la actriz Demi Moore en la película La teniente O’Neil por el aparentemente torpe Chris Rock dio pie al comienzo de la sub-función.
Asumo que mi hipótesis es arriesgada, pero lo cierto es que casi todos los medios informativos han aprovechado este kairós , como siempre inesperado, esta irrupción de la eternidad en el tiempo de los y las mortales, para abundar como brotes de olivo en esta patología, entrevistando a pacientas y expertes.
Y si bien será necesario esperar un tiempo para confirmarla – la hipótesis, of course– no creo que llegue a ser tanto como ocurrió con el desocultamiento de las armas de inexistencia masiva en Irak, aunque todo habrá dependido de la habilidad del o de la guionista y de si leyó en su momento alguna edición crítica de algún libro de John le Carré.
En fin, bofetones, guerras… y guionistas…
Lo siento don Vicente pero esa idea la vengo defendiendo desde hace días. No le autorizo a copiar mi «copi raig»
Si me pasa usted el link ad hoc , lo incluyo… Y perdone ,M.Antonio.
A la escena, “impactante” ciertamente (el uaaaauuu de Chris parecía el mismísimo aullido de un coyote atropellado), tan solo le faltó la posterior incorporación de dos agentes de la diligente y temida Policía de L.A. (to protect and to serve), esposando al impulsivo afroamericano y leyéndole sus derechos ante la concurrencia, para que la realidad boquiabierta generada repentinamente (y no solo en el otro afroamericano) acabara cerrándose sobre sí misma en un pliegue de lo más cinematográfico (ars gratia artis).
A uno le acompañará para siempre la sonrisa dentífrica de Chris Rock (lo de “Rock” parece una provocación, visto lo visto) justo una centésima antes de que Smith le estampara un sopapo a mano llena de los que hacen eco… ¿Qué estaría pensando, el pobre, al ver acercarse al Will y plantarse frente a él?… ¿Qué le vendría a la cabeza una centésima antes de que la mano derecha del impulsivo hetero-agraviado fuera lo que se vino contra su testa?…
Cómo sonreía el coyote, helado en ese instante atemporal, antes de aullar… Ni que se hubiera enfrentado al Correcaminos.
P.D.: lo de “trajicómicas”, en el contexto del Teatro Dolby y las vestimentas del lugar, puede quedar muy bien traído… Esa forma “jotera” (tan navarra) de la palabra, bien puede revelar lo cómico de algunos trajes (y trajas) que se lucen en esa noche de glamour… y solemnes hostias afroamericanas.
Merienda de negros, en el mal sentido de la palabra.
«Merienda de negros» decía también mi padre para referirse a un cachondeo organizado, inspirado sin duda en las pelis que había visto de pequeño…Y sí, salvando la incorreción….Pues, Ah , mon Dieu, ahora está uno siempre al borde de lo incorrecto…
«Cómo sonreía el coyote, helado en ese instante atemporal, antes de aullar…» Impecable. Muchas gracias por el comentario…y la atención.